jueves, 28 de enero de 2021

PLÁCIDO DOMINGO, EL TEATRO BOLSHÓI Y LOS ACOMPLEJADOS COBARDICAS DE OCCIDENTE

 


Nos llega una excelente noticia de Rusia, país que no deja de dar lecciones a las sociedades occidentales. Unas sociedades enfermas de corrección política y dominadas por los lobbies del ejército de las tinieblas, que imponen su ley a unas presuntas élites culturales y presuntas clases dirigentes, acomplejadas y cobardicas.

La noticia es que Plácido Domingo, tras haber debutado como director en el Bolshói de Moscú hace unos meses, volverá a dirigir y cantar en el mismo Bolshói, en lo que esperamos sea el comienzo de una brillante recta final en la carrera del tenor.

Una carrera que, recordemos, en Occidente ha sido prácticamente truncada por acusaciones de acoso sexual, no demostradas e indemostrables, por hechos que se remontarían a muchos años atrás. Acusaciones, además, sospechosas de que esté detrás la “Iglesia” de la Cienciología, por motivos de venganza personal contra el tenor. Pero en un ambiente envenenado por la todopoderosa secta feminista, la caza de brujas histérica del basurmovimiento #MeToo y la cobardía de las élites, esto ha sido más que suficiente para vetarle los teatros de Estados Unidos y Europa, salvo alguna aparición esporádica. Por supuesto, en ningún sitio está más vetado en su propio país que es el nuestro, enfermo como nunca y como pocos de hembrismo fanático.

Por tanto, el que Rusia acoja a este artista no sólo es una justa apreciación de su valor, sino una auténtica bofetada a la corrección política y la prepotencia de la gentuza feminista, que deja en evidencia a unas élites culturales americanas y europeas planchabragas, patéticas y pusilánimes. Domingo se merece este broche de oro en su carrera; tanto merece Rusia a este gran artista, como no se lo merece nuestro ridículo, acomplejado y mediocre Occidente.

En Rusia no se dejan dominar por el histerismo de la jauría feminista, sus perrillos falderos y toda la caterva de mentecatos y mojigatos políticamente correctos. Allí saben dar su justo peso a las cosas, son capaces de aplicar el simple sentido común; no piensan que se deba condenar a nadie a una muerte profesional por acusaciones indemostrables, que ni siquiera deberían ser competencia de los tribunales sino materia puramente privada. Pues no se está hablando de agresión sexual y mucho menos de violación sino de que algunas mujeres se sintieron incómodas, que Domingo se les acercaba demasiado o que les daba unos besos.

En Rusia entienden perfectamente lo que estaría claro como el agua también entre nosotros, si no estuviéramos dominados por invencible estupidez y cobardía: que tales acusaciones no pueden tener ni peso ni credibilidad y si hubo algo penalmente relevante debía ser denunciado entonces. Que solamente una grandísima furcia puede salirse ahora con que Domingo le dio un beso, se le arrimó demasiado o le tocó el culo hace diez, quince o veinte años.

Como en otras cosas, la gran nación eslava sigue siendo un faro y un ejemplo para nuestras sociedades decadentes. Honor y larga vida a Rusia, bochorno y ridículo para los esclavos de la corrección política.

MAX ROMANO

viernes, 22 de enero de 2021

EL PAJARITO Y EL PAJARRACO

 


Era una ciudad atrapada en la densa monotonía de lo cotidiano. La gente trabajaba durante su jornada laboral; luego, seguía trabajando en sus horas de ocio bien organizado y planificado por expertos.

Pero un buen día sucedió algo. Llegó a la ciudad el Pajarito. Primero un vago rumor por las esquinas hablaba de gente que había oído su canto; luego fue tema de conversación en mentideros y tertulias; finalmente se hicieron eco los periódicos de la ciudad.

El pajarito tenía un canto maravilloso, como nadie había escuchado nunca antes. Modulado y profundo, nuevo y antiguo a la vez, rico en matices dentro de los matices. Un canto que llevaba la alegría y la dicha a quien lo escuchara. Los niños detenían sus juegos; los novios y los amantes se sentían exaltados en la ebriedad de su pasión; las bodas bendecidas con su visita sentían una promesa de felicidad; las rencillas y los odios se disolvían como espuma. Incluso los solitarios melancólicos, los misántropos y los despechados de la vida sentían que valía la pena y era hermoso estar en este mundo. Aunque cantara la misma melodía para todos, a cada uno le decía algo distinto y le llegaba a lo más hondo.

Pero el pajarito era caprichoso. Iba y venía sin avisar, impredecible, antojadizo. Llegaba de manera inadvertida, regalaba unos minutos de su canto y se marchaba.

Los ciudadanos querían y apreciaban al pajarito, pero no supieron contentarse lo que les donaba; quisieron disponer de él a voluntad y arrancarle su secreto. Algunos pretendían no sólo escucharlo, sino también cogerlo para sobarlo y mesarle las plumas. Otros trataban de pesarlo y medirlo, estudiar la disposición de su anatomía, incluso diseccionarlo para fabricar réplicas en serie; otros aún enjaularlo y obligarle a cantar. El pajarito, sin embargo, siempre se escapaba y nunca se dejaba prender. Hasta que un buen día, irritado por toda aquella gente impertinente y necia, desapareció de la ciudad.

Y entonces llegó el Pajarraco. También cantaba. Mas era un canto desagradable en grado sumo; como el del pajarito, llegaba a lo más profundo, pero sólo porque parecía retorcer las vísceras. Los desafortunados que tuvieran una visita suya, y visitaba a menudo, maldecían cada minuto de ella. Era una sola cosa oír su reclamo detestable y sentirse desgraciado. Un manto negro de tristeza y angustia descendió sobre la ciudad, como gotas de amargura destiladas por un cielo que se había vuelto de plomo.

También el pajarraco era impredecible y caprichoso. Cuando menos se le esperaba aparecía para estropear cualquier instante de dicha, cualquier celebración, cualquier alegría. Salía con graznido abominable de entre las sábanas de los amantes en los momentos de intimidad, salía de los armarios y de las pantallas de los ordenadores; aparecía detrás de una esquina o surgía de la nada. Un momento antes no estaba y de repente, un chillido anunciaba su nefasta presencia.

A diferencia del pajarito, el pajarraco se dejaba prender sin oponer resistencia. Los mejores investigadores lo capturaron, lo estudiaron, lo analizaron y midieron todo lo medible. Lo diseccionaron, lo mataron mil veces, lo trocearon y lo aplastaron, lo electrocutaron y lo envenenaron con productos químicos. Usaron todas las armas de la ciencia para destruir al pajarraco o, al menos, para tenerlo lejos y expulsarle de la ciudad.

Pero el pajarraco siempre volvía, después de mil veces muerto y tras haberse demostrado, más allá de toda duda, que no podía volver. En ello mostraba, además, inusual perversidad y mala baba: en efecto, después de cada intento por acabar con él, el pajarraco esperaba hasta que los hombres empezaran a sentirse tranquilos, creyendo que habían tenido éxito, para luego volver en el momento más inoportuno. Nadie entendía cómo el odioso ser moría y renacía una y otra vez, cómo siempre volvía después de haber sido expulsado para siempre.

En un esfuerzo supremo, los mayores expertos de la ciudad lo exorcizaron por enésima vez, con una gran máquina de mil antenas que costó grandes sacrificios, demostrando luego matemáticamente que nunca más volvería. Y efectivamente desapareció durante unas semanas. Los hombres se atrevieron, tímidamente, a creer que se habían librado de él y organizaron un fastuoso banquete público para celebrarlo. Pero justo cuando iba a iniciarse la gran comilona liberadora, el pajarraco salió inopinadamente del interior de un gran pavo relleno, picoteando con saña en la cabeza a los expertos reunidos alrededor del pavo, mientras su canto execrable perforaba los oídos y las mentes. Arruinada la fiesta, los puños de todos alzados en un gesto de rabia e impotencia, el pajarraco se marchó con un larguísimo y estridente graznido, no sin antes depositar con gran puntería un excremento en el corazón de la máquina y hacer un gran corte de mangas con las alas.

El pajarito no volvió jamás a la ciudad. Pero el pajarraco se quedó para siempre.

MAX ROMANO

viernes, 15 de enero de 2021

LA OLIGARQUÍA MUNDIALISTA, EL GRAN ROBO AMERICANO Y LA MÁQUINA QUE PIERDE ACEITE

 


 

El delirio liberticida y censorio contra Donald Trump ha alcanzado el paroxismo en estos últimos días. Como sabemos, desde siempre los grandes medios le han censurado y tergiversado, no solo y no tanto a él personalmente, sino a toda la corriente de opinión que hay detrás de él o es de alguna manera afín, a esa mitad del pueblo americano que representa. Hasta el punto de que el todavía presidente ha siempre comunicado a través de redes sociales, para no estar totalmente vendido ante la tendenciosidad de los medios y los periodistas, a los que ha siempre despreciado y atacado con muchísima razón.

Ahora, después de los últimos acontecimientos y ante lo que queda por venir, le han censurado también en esas redes sociales y siguen haciendo todo lo posible, casi frenéticamente, para cortarle cualquier capacidad de comunicación con el público. Hasta tal punto ha llegado el afán de control que, después del bloqueo en las grandes redes y ante el temor de que otra red más pequeña pero libre llamada Parler diese voz a los censurados, una coalición infame de gigantes de internet (Amazon, Apple, Google) ha unido fuerzas para expulsar a Parler de internet acusándola de ser de extrema derecha; es decir de ser un espacio libre, donde se puede expresar oposición a la basura políticamente correcta y al pensamiento único que los verdaderos poderes nos quieren imponer sí o sí.

¿Tiene razón Trump con lo del fraude? Se le ha acusado, bastante torticeramente, de hacer una llamada a la insurrección e intentar un golpe de estado; acusación que, sin duda, sus enemigos políticos van a utilizar para intentar expulsarle definitivamente de la política. Pero esto es algo que no aceptará, así por las buenas, esa mitad de América a la que representa.

No podemos afirmar con certeza que haya habido un golpe de estado, un fraude en gran escala que ha robado el resultado de las elecciones americanas. Pero la mitad de la población estadounidense parece pensarlo así y hay muy legítimos motivos para sospechar. Sin pasar lista ahora a las numerosas irregularidades y denuncias, propiciadas por el muy chapucero sistema electoral que tienen, cualquiera con dos dedos de frente puede percibir el olor a podrido. La prueba fehaciente de que, por lo menos, se jugaba sucio, la dieron las cadenas de televisión cuando, prácticamente al unísono, cortaron al presidente mientras denunciaba que había habido fraude y declaraban falso lo que estaba diciendo.

Ahora bien ¿Quién es un periodista para negar de manera tan categórica, inmediata, estas acusaciones que deben ser examinadas no por periodistas sino por jueces? Y no sólo esto, sino decidiendo además que quien lo denunciaba no tenía derecho a hablar y debía ser silenciado al momento.

Si esto no ha sido un golpe de estado se le parece muchísimo. Pero es que el golpe de estado, o el intento de ello, ya tuvo inicio meses atrás con la infame campaña de violencia urbana del black lives matter y con la ola que trajo consigo de corrección política intolerante, fanática, persecutoria.

Probablemente Donald Trump no es un gran estadista, pero junto a sus límites tiene méritos indiscutibles. Ha dado voz a una creciente masa de población asqueada de la dictadura ideológica progresista y en particular de ese racismo antiblanco llamado antirracismo. Ha trabajado para favorecer los intereses de su nación por delante de la agenda de las oligarquías mundialistas. Es el primer presidente en muchos años que no ha iniciado ninguna guerra ni ha agredido a otro país. Exceptuando claro está el asesinato terrorista del general iraní Soleimani, ejecutado para complacer a Israel que (supongo) quería castigarle, por haber combatido demasiado bien a los terroristas del Estado Islámico en Siria. Pero un presidente americano que no pague un peaje al estado israelita es actualmente una imposibilidad geopolítica.

Podemos pensar muchas cosas de Trump, pero algo o mucho de bueno ha de tener, si ha conseguido atraer sobre sí el odio feroz de gentuza de tal calidad y cantidad: los medios, los repugnantes inquisidores de la corrección política, las nulidades que pasan por élites culturales, la oligarquía oculta que hay detrás de tantas cosas y maneja los hilos.

No sé si conseguirán culparle del conato de insurrección blanca que hemos visto hace unos días, pero una cosa es cierta: si de verdad ha habido un fraude masivo hasta el punto de robar las elecciones, la insurrección armada no es sólo un derecho moral sino un deber cívico, aun a costa de la guerra civil. Es totalmente legítimo usar la violencia y romper la legalidad cuando una mitad del país quiere suprimir a la otra mitad; cuando esa legalidad es usada por una oligarquía que controla los medios y el discurso apoyándose en un cártel paramafioso de grandes corporaciones, para tapar la boca y hacer invisible a esa otra mitad.

Ahora bien, éste es un juego de todo o nada y de momento no lo veo, ni en Estados Unidos ni en otras partes. En un futuro, sin embargo, sí se puede llegar a esto. Lo anuncian la polarización política creciente, el despertar de grandes masas de población que ya no se tragan el discurso de régimen, el desprecio creciente hacia sus pueblos de las oligarquías obedientes a la secta mundialista, en América y Europa.

Esas élites están jugando con fuego y probablemente lo saben, porque se nota que están nerviosas. Están viendo que demasiada gente se les empieza a escapar; traicionan su inquietud y muestran su juego con demasiada claridad, más de lo que sería para ellos prudente. Hablan claro la censura abierta y sin pudor ninguno, no sólo en medios sino en redes sociales, el intento de acabar con otra red social porque allí la gente se expresa libremente y no pueden controlarla.

Empieza a ser difícil conciliar todo esto con los valores supuestamente democráticos y liberales que dicen defender. A estas élites, a sus medios domesticados y a sus corporaciones, ya se les ve no sólo el plumero sino el entero culo al aire.

Pero precisamente esto es lo que no se pueden permitir porque, para que el sistema funcione, la gente tiene que creerse la palabrería sobre la libertad; tiene que ser invisible el control de una oligarquía sobre lo que se puede y no decir. Este es el aceite que necesita la máquina para funcionar, pero el sistema está empezando a perder aceite por todas partes.

MAX ROMANO