martes, 17 de noviembre de 2015

LA JIHAD, LA SALA DE CONCIERTOS Y EL ÚLTIMO PELOTÓN





“Al final, la civilización siempre la salva un pelotón de soldados”
Oswald Spengler

Hace tiempo que tengo abandonado este blog y quería retomarlo con otros temas, pero los ataques islamistas en París del 13 de noviembre imponen el tema; los eventos se suceden siguiendo una lógica clara y perfectamente legible, y ya están aquí las señales de la nueva era que se avecina en Europa. La era del kalashnikov, de la bomba y del cuchillo que pueden llegar en cualquier momento, la era del conflicto civil, étnico y religioso generalizado, la era de la amenaza mortal a nuestra civilización.

El episodio de un puñado de islamistas que, con una mínima organización y logística, usando unos pocos kilos de explosivo y unos cuantos fusiles de asalto, matan a más de cien personas en una serie de ataques imprevisibles, no es un episodio aislado; muy al contrario, está destinado a repetirse de mil maneras y no quedará como algo puntual, sino como una de las primeras escaramuzas que anuncian una realidad que ya tenemos encima y es demasiado tarde para prevenir.

Una realidad que poco a poco se impone a la atención y se abre camino en las mentes; falsificada por las maquinarias de la mentira de los medios de comunicación y sus dueños canalla; ignorada por una anestesiada población europea, cuya única preocupación es continuar con su mediocre y estúpido estilo de vida mientras los bárbaros están, no a las puertas, sino ya dentro de la ciudad; ocultada por las mendaces palabras de los políticos europeos, felones y traidores a sus pueblos, auténticas lenguas de serpiente cuya única preocupación es engañar a la población para que no despierte y no se dé cuenta de lo que está pasando hasta que sea demasiado tarde. Entonces, naturalmente, dirán que así es la democracia y que ellos han seguido la voluntad del pueblo.

Realidad, sin embargo, que existe y cada vez será más difícil dejar de ver.

Volvamos a la conocida cita de Oswald Spengler que he recordado más arriba. El lector podría pensar que este pensamiento no es relevante hoy en día, que es retórico, exagerado. En general y en particular para el terrorismo islámico. Al fin y al cabo, ¿No es verdad que tenemos aviones, tanques, misiles y drones, máquinas y fuerzas armadas supermegatecnológicas para hacer frente a cualquier amenaza? ¿Por qué nos ha de salvar un pelotón si tenemos ejércitos enteros?

Pues no, no tenemos un carajo. Lo que tenemos no nos sirve para la guerra que se ha de combatir y además falla lo más importante, que es el factor humano.

Atributos viriles. Cojones. Dignidad. Dureza. Orgullo. Claridad mental. Carácter. Podríamos llenar páginas enteras con la lista de lo que nos falta, en medio de todas nuestras máquinas y ordenadores.

Porque los frentes de la guerra están en las mentes y los corazones, en los vientres de las mujeres, en los medios de comunicación y la opinión pública, en la vida cotidiana, en las escuelas y las universidades, en los despachos de las lobbies y –sobre todo- en esas cloacas oscuras donde se cocina la decadencia de las almas europeas, en esos antros de cucarachas erigidas a maestros de la sociedad, donde se prepara y se difunde el veneno que infecta Europa y le quita la voluntad de defenderse.

Para la batalla que se avecina, incluso en su aspecto más “bélico”, el del terrorismo y la violencia urbana, el abierto conflicto étnico-religioso, ni la tecnología ni los drones ni los frikis de ordenador servirán para mucho. La guerra no la ganarán las máquinas ni las armas sofisticadas sino –como siempre- los hombres. La guerra la venceremos si, en el momento y el lugar decisivo, nuestros pueblos serán capaces de forjar el último pelotón de europeos dignos de tal nombre; el núcleo de resistencia alrededor del cual se cristalizarán las fuerzas que Europa conserva en su interior a pesar de todo, a pesar de la corrupción y del veneno que nos han inyectado durante decenios los odiadores de Europa.

¿Están tan mal las cosas? ¿No somos ricos, poderosos, no somos capaces de enfrentarnos a cualquier amenaza? No, no lo somos. Para comprenderlo, examinemos un poco la naturaleza del enemigo y observemos el comportamiento de nuestros gobernantes; consideremos si los europeos están dispuestos a defender su forma de vida, si son capaces de ello; valoremos la fuerza interior, la solidez, la integridad moral y de carácter de la población europea.

En primer lugar es inevitable notar lo penoso, lamentable e inoperante del comportamiento de los gobiernos europeos, en particular del francés.

Cerrar y controlar las fronteras, dicen. Ridículo y risible, si no fuera ya trágico. Las fronteras se cierran para mantener el enemigo fuera, no cuando ya está dentro, porque entonces es tarde para eso. Y el enemigo lo tienen dentro hace mucho tiempo; en las masivas comunidades de alógenos de primera, segunda o tercera generación que no han sido nunca franceses, que nunca se han sentido como tales y no tienen intención de serlo, sino de ocupar el territorio.

¿No todos? Cierto, quizá ni siquiera la mayor parte, pero da igual. Basta con que uno entre mil esté dispuesto a empuñar las armas y sacrificar su vida, basta con que uno entre cien esté dispuesto a apoyarles, basta con que uno entre diez piense en Francia como una tierra de conquista, de manera violenta o no violenta. Recordemos la frase de Ben Bella, quien anunciaba la conquista de Francia por medio de los vientres de las mujeres argelinas.

Las responsabilidades domésticas, en el frente interno, son por lo tanto clarísimas, por parte del gobierno francés así como de los demás. Ciertamente sus modernas fuerzas armadas no les van a servir de nada en esta clase de guerra; pero es que cuando las utilizan, tampoco les sirven de mucho. Empezando por el paripé de los bombardeos que hacen como pretendida represalia contra los bastiones en del Daesh o ISIS. Como si no hubieran estado apoyando al terrorismo islámico, junto con toda la Unión Europea, prostituta de Estados Unidos e Israel, para derribar al gobierno sirio y desatar el caos en Medio Oriente. Como si el Daesh fuera un gobierno centralizado y estructurado, como si las órdenes de los atentados se dieran desde el “estado mayor” de la “capital” y como si bastara bombardear las ciudades del enemigo.

No. Si algo es el Estado Islámico, si se extiende de manera proteiforme, es porque es un fantasma que ha adquirido realidad poco a poco; pueden destruir todas sus ciudades y campos de entrenamiento, pero en cada bombardeo le darán más consistencia porque es una comunidad ideal, en la cual se puede reconocer cualquier barbudo con turbante que empuña un fusil o tiene un cinturón explosivo. No hace falta una gran organización ni sumas enormes para adquirir unos fusiles de asalto y unos kilos de explosivo; no se necesita una gran logística, ni una base industrial ni grandes centros de mando y comunicación. No es que sean invencibles por esto, sea claro: son grupos que se pueden derrotar sin mucha dificultad si son eso, grupos aislados. No así cuando tienen detrás un pueblo entero y una base social, popular. Y ese pueblo que tienen detrás está ya dentro de Europa; cada año llegan nuevas remesas y nuevos reemplazos para este ejército invisible, con la inestimable colaboración de nuestros gobiernos y los estúpidos que les favorecen.

Oriente Medio no necesita más bombardeos de Occidente, más intervenciones “contra el terrorismo”, más “guerras para llevar la democracia”, más “primaveras” teledirigidas. Hemos visto perfectamente para qué han servido: para destruir a los regímenes árabes laicos, los que combatían a los radicales islamistas y los liquidaban. No es cierto que todo el Islam sea igual, que todo el mundo musulmán sea lo mismo. Pero precisamente Occidente ha atacado y destruido los regímenes árabes laicos que no se alineaban –Irak, Siria, Libia- y ha favorecido precisamente, directa o indirectamente, a los que ahora llaman “terroristas” y llamaban en cambio “combatientes por la libertad” cuando seguían el guion escrito para ellos. ¿De verdad la solución son más bombardeos? ¿Nos toman por imbéciles? Evidentemente sí.

Las palabras altisonantes de los gobiernos europeos –firmeza contra el terror, al final venceremos, blablablá- valen menos que el papel en el que están escritas.

Por tanto, si esta guerra ha de ser combatida, lo primero es que esta basurcasta política europea, felona y sierva de EEUU, Israel y las lobbies sionistas, responsables primeros del caos en Medio Oriente, se vaya y deje paso libre a una nueva clase dirigente de patriotas europeos. Sin embargo, una clase dirigente nueva presupone un pueblo que está detrás, que se siente representado y guiado por ella, que la apoya. ¿Existe este pueblo europeo, orgulloso de sí mismo, dispuesto a defenderse, a plantar los pies en su tierra frente al enemigo, dispuesto a afrontar los sacrificios que ello implica y a pagar el precio?

Los objetivos elegidos por los atacantes de París, las modalidades de la carnicería,  ciertamente no son casuales, ni se trata de pura “maldad” demoníaca que busca objetivos indefensos. Se han ametrallado personas sentadas en bares y cafeterías por la noche, los atacantes se han cebado con jóvenes que asistían a un concierto de rock. El carácter simbólico de las acciones, su carácter de guerra por la concepción del mundo, es evidente. Para los islamistas no se debe salir a beber alcohol de noche y mezclando los sexos, ni menos aún emborracharse, drogarse y fornicar aturdidos por el heavy metal. El objetivo elegido tiene un significado, es contra los símbolos del estilo de vida occidental. Estilo de vida, por cierto, decadente y en muchos aspectos degenerado como desde hace mucho denuncio. Yo no pienso que haya que ametrallar a nadie por ello, pero los lectores barbudos del Corán sí lo piensan. Como, por lo demás, querrían prohibirme la mayor parte de mi tradición, imponerme reglas de vida y una concepción del mundo para mí totalmente inaceptable.

Personalmente me opongo a la invasión alógena de Europa y a la destrucción de su identidad en nombre de valores superiores, de una identidad, de unas tradiciones y un acervo que amo, de una forma de sentir el mundo y la vida en la cual en mayor o menor medida me reconozco. En pocas palabras, en nombre de algo más, de algo infinitamente superior al pueril, decadente, degenerado estilo de vida en el que ha caído la sociedad del Occidente actual.

Pero la cuestión no es ni siquiera esta, de que a mí me guste o no la sociedad de hoy. La cuestión es si los asiduos del botellón, de las noches en discoteca cargados de pastillas, del hedonismo y el egoísmo elevados a principio supremo y centro de la vida, si ellos están dispuestos a defender su forma de vida, si lucharán por ello frente a quienes quiere imponerles la sharia.

La pregunta es retórica naturalmente, y la respuesta la conocemos todos. Nuestra cacareada forma de vida, el bienestar, la felicidad a buen mercado del Occidente decadente, crea un pueblo mediocre, personas mediocres, sin nervio, sin valores, incapaces de energía, de vigor, de sacrificio. La sociedad de la decadencia moldea personas incapaces de defender su forma de vida y los valores –decadentes y mediocres- en los que creen. O mejor dicho en las coartadas intelectuales y los pretextos que utilizan para justificar su decadencia, porque lo que es creer, no creen en nada.

Cuando la crisis se agudice, cuando se vuelva violencia callejera, cuando el ejército interior de la quinta columna alógena cierre filas y con prepotencia empiece a exigir, cuando ocupe las calles, habrá que defenderse; entonces, si de verdad la amenaza se vuelve clara y explícita, quizá quepa esperar que los europeos salgan a la calle, que sepan encontrar la voluntad de luchar.

Después de todo, la prueba de que los europeos aún saben indignarse y reaccionar, de que no les da todo igual, la hemos tenido hace un par de años. Recordemos el episodio de los doscientos mil correos de protesta enviados en cierta ocasión, en un arranque de furia, irritación y movilización popular, como reacción a la falsa noticia de que se iban a censurar los vídeos guarros en internet.

Los varones europeos demostraron en esa ocasión de qué pasta están  hechos; en un resabio de su pasado guerrero, los nuevos caballeros de la pantalla de ordenador y el papel higiénico a mano demostraron que aún son capaces de indignarse cuando se les toca lo que, de verdad, es importante para ellos.

Cuando los europeos sean llamados a las armas, de manera simbólica o real, cuando deban defender Europa, sin duda responderán a la llamada y sabrán encontrar motivos para luchar. ¿O no?

Bueno, examinemos el ejército hipotético que se puede reclutar para la defensa de Europa, llegados al caso. En primer lugar no se puede contar con el motivo, importante en otras épocas, de defender a las propias mujeres. Sólo unos pocos machistas pueden todavía pensar que el hombre debe defender a la mujer; nuestros chavales se les enseña, en sus siniestras lecciones de igualdad de género, que el instinto de protección del varón hacia la mujer es machista, patriarcal y símbolo de opresión.

Así que por ese lado, nada. Aunque bien es verdad que como en toda conquista, pacífica o no, las mujeres del territorio ocupado son objetivo predilecto para el ocupante y el vencedor. De manera brutal o menos, de manera evidente o solapada, pero la sustancia no cambia. Y si nosotros no tenemos este punto muy claro, ellos, los invasores, lo tienen clarísimo. Después de todo, la mayor parte son jóvenes, varones y vigorosos.

Pero volviendo al hipotético alistamiento de nuestro ejército para defender a Europa, en principio, de todos modos será posible llamar a filas a los europeos; a la juventud europea, a la población madura que aún tiene vigor. Será así, pero como en todo reclutamiento hay que hacer una criba. No todo el mundo vale para la lucha, hemos de valorar la aptitud para el combate y, como se decía antes, la fibra moral.

De manera que hay que empezar a seleccionar. Comencemos exonerando del servicio a los que hacen el amor y no la guerra, a los educados en el pacifismo y la no violencia, a los que piensan que más vale sufrir una injusticia que hacer daño a un ser vivo y a los adoradores de la Madre Tierra. También hay que mandar a casa como inútiles a la práctica totalidad de quienes han sido educados por mujeres o por medio-hombres, y a los que han crecido siguiendo las indicaciones de los psicólogos y los expertos. Estos son incapaces por flojera crónica e irremediable. Asimismo deben ser excluidos, por motivos evidentes, a los que han sido envenenados por la propaganda izquierdista, el odio hacia la propia tradición y la propia identidad.

Empezamos a preocuparnos porque las filas ya se han clareado bastante. Pero no hemos terminado. Hemos de realizar aún la última selección: cuando llegue el momento tampoco podremos contar con los que tienen baja la autoestima, con los que están en depresión posvacacional o con crisis de ansiedad.

Admitámoslo, no nos ha quedado mucha gente.

Pero si alguien queda, serán ellos, a los que las hordas de los mediocres, los medio-hombres y las medio-mujeres llamaban fachas y antiguos, mirándoles por encima del hombro; serán ellos y nadie más que ellos quienes -quizá- consigan cristalizar alrededor de su coraje las fuerzas antiguas de libertad y dignidad que, a pesar de todo, sofocadas por los detritos, siguen existiendo en el fondo de nuestra estirpe.

Serán, ellos, el último pelotón que salva la civilización, si ha de ser salvada.