Hace
unos días en una mañana nublada y ventosa llevaba a mi esposa e hijas a dar un
paseo por el Parque Europa de
Torrejón de Ardoz, cerca de Madrid.
Lugar
curioso, con algunas atracciones que por suerte estaban cerradas, su
particularidad es que hay reproducciones de algunos monumentos o lugares
típicos europeos: la Torre Eiffel y el Puente
de Londres, unos molinos holandeses, la Puerta de Alcalá, un anodino puente de
madera que por lo visto pintó Van Gogh, una “Plaza de España” que era un
popurrí de fachadas de casas típicas de varias regiones españolas; un teatro
griego, la Fontana de Trevi romana, la sirena de Copenhague.
Todo
el conjunto tenía un aire un poco kitsch,
hortera, apropiado como itinerario de viaje de un hipotético grupo de
turistas asiáticos o americanos que compraran un paquete turístico para “ver Europa”
en dos o tres días. Es curioso para ir una vez y verlo, pasar un rato agradable
con la familia.
Sin
embargo, no dejé de notar un cierto fondo de melancolía que emanaba de todo
aquello. Uno se pregunta a veces si para los españoles o los europeos, Europa
es algo más que un parque de este tipo. Si nuestra cultura e identidad europeas
no se están quedando poco a poco en algo parecido a ello, vividas de manera similar
a como uno va un día a pasear por el Parque
Europa.
En
resumen me preguntaba si no estaba ante una metáfora demasiado precisa, más de
lo que nos gustaría, del lugar que ocupa hoy en día la herencia europea para la
mayor parte de los habitantes de Europa.
¿Qué
se transmitirá a las próximas generaciones de nuestro pasado y nuestra
herencia, qué significado tendrá para ellas?
Debemos
constatar que para el grueso de los europeos su propia identidad y tradición se
han convertido en algo vacío de contenido y de relación auténtica con la propia
vida. Se quedan en cultura de museo, en atracción turística valorada por el business que puede generar, en turismo cultural, consumo cultural. Expresiones horribles y perversas, representan un
envilecimiento que ya ni siquiera somos capaces de percibir.
No
hay nada mas allá de la apariencia, de manera análoga a como en ese parque no
había nada detrás de las fachadas típicas de la Plaza de España o los otros monumentos. Llegados a este punto,
carecen de vida la identidad, el pensamiento, la cultura; todo lo que nos legaron
nuestros padres se ha convertido en una planta seca, muerta o moribunda,
incapaz de dar nuevos brotes. Y como creo que las cosas normalmente tienen un
significado, no me sorprendió en absoluto – al contrario, me pareció de lo más
apropiado - que el Parque Europa estuviera pegado al tanatorio de la localidad.
Al lugar donde se velan los difuntos, como para subrayar el mensaje y dejar
totalmente clara la metáfora.
La
memoria de lo que fuimos y de alguna manera aún somos, se está perdiendo. La
correa de transmisión entre las generaciones de padres e hijos se ha detenido.
Saboteada por el ejército de sabandijas del marxismo cultural que quieren ante
todo erradicar las identidades, y muy especialmente la europea.
Los
valores éticos, del carácter y de la personalidad, de la familia, las
cualidades humanas que dan por así decir el tono muscular al individuo y la
sociedad, van desapareciendo. Cubiertos
de descrédito y combatidos sin cuartel por el sistema educativo, los medios de
comunicación, los fabricantes de opinión.
Las sabandijas de antes.
Estamos
ante una gigantesca operación de vaciado cultural, degeneración moral y del
carácter, putrefacción social, dirigida contra la tradición y la herencia de
Europa, paralela a una operación de modificación étnica y racial de las
poblaciones europeas. Y digo operación
y no fenómeno porque, si bien las
causas de todo esto son complejas, no está escrito en ninguna parte que sea un
destino inevitable, ni es una ley de la naturaleza. Existen fuerzas y poderes
que deliberadamente trabajan a favor de ello.
Cierto,
el mundo y la humanidad no son sólo Europa. Por supuesto la vida continuará en
el mismo espacio geográfico, habrá otras sociedades y culturas. O ninguna,
simplemente la cultura muerta de la homologación universal. Pero no será la
nuestra.
Seguramente
hay quienes, odiadores eternos de Europa a nivel racial, cultural, espiritual, se
regocijan en sus antros pensando en este futuro, con el perverso placer que les
permite su deformidad. Pero para quienes conservan el sentido de quiénes son y
de dónde vienen, evitar que su identidad se marchite y muera es, no ya un
derecho sino un deber imprescriptible.
En el discurso de los derechos y
especialmente de los derechos universales, hay siempre algo de aceitoso, decadente
y mediocre. No importa si una sociedad moldeada por el poder de las sabandijas nos
reconoce o no el derecho de defender
nuestra identidad. No existe el derecho
de tener una identidad, existe la voluntad
de ser uno mismo, de luchar por ella y defenderla.
Hoy Europa
está en retroceso en todos los frentes. No sólo en nuestro continente, sino en
todos los lugares donde llegaron los europeos, su descendencia y su obra. Hay
Europa en la Sudáfrica blanca, hay Europa en Sudamérica y en Norteamérica. Pero
todas estas Europas retroceden, combatidas racialmente y culturalmente.
En
una masa se ha convertido la mayor
parte de la población racialmente europea, imbuida de la cultura homologada en
el consumismo y los valores económicos, en la cual todo se consume, todo es una
mercancía. A esto se une la tiranía de la corrección política, el herbicida
definitivo: donde triunfa destruye cualquier tradición, cualquier libertad de
pensamiento y de vida, no vuelve a crecer nada.
Esta
gran homologación que está destruyendo aquí y ahora nuestra identidad - y la de
cualquier otro pueblo – es como una batidora que absorbe todo y fabrica una
gran papilla, para venderla a todo un planeta de seres iguales, que tienen los
mismos gustos, se comportan de la misma manera y piensan de la misma manera.
En
efecto, además de la homologación tenemos la bomba demográfica que representa
la colonización del continente por parte de poblaciones extraeuropeas,
especialmente árabes y africanas, que en el futuro traerá – ni no lo remediamos
– la sustitución masiva de los europeos por elementos que no lo son. Es el resultado
inevitable a largo plazo de la inmigración masiva y la superior demografía de
estas nuevas poblaciones, combinada con la enfermedad profunda de los europeos
que con la mente envenenada, cansados de la vida y de sí mismos, ya no quieren
tener hijos.
Un proceso
de acción retardada, más lenta pero mucho más letal porque irreversible. En efecto la degeneración puramente cultural deja la
posibilidad de recuperar la cultura original. La sustitución demográfica en
cambio no, porque cambia la base racial.
No
es el caso de defender la “clausura racial” a ultranza, ni un racismo
exclusivamente biológico que fácilmente puede caer en la obtusidad. Creo que existe
una raza del espíritu por encima de la raza biológica y que éste debe ser el
criterio superior. Pero la raza biológica es siempre la base. Aunque no sea lo
mismo que la raza del espíritu, evidentemente existe una muy estrecha relación
entre ellas.
En
una palabra: si los europeos desaparecen, la cultura, la identidad, la herencia
europea se marchitará y desaparecerá porque nadie la va a continuar. Así de
sencillo.
Como
he escrito más arriba hay quienes desean la desaparición de Europa y su
neutralización, la destrucción de su identidad y visión del mundo, el cegado de
la fuente que la mantiene viva. A estos elementos, a quienes cada vez más
claramente aprendemos a identificar, hay que oponer la más adamantina
enemistad, la más irreductible hostilidad. Afirmando fuerte y claro que nos
negamos a morir como europeos, que rechazamos la droga de la cultura
progresista, el veneno a corto plazo que sirve como anestesia para dar tiempo a
que actúe el veneno a largo plazo, la colonización de Europa por pueblos no
europeos.
Ya
vemos cómo empieza a surgir un rechazo, comienzan a surgir los brotes de una
primavera europea aquí y allá, signo inconfundible de un espíritu que está
dispuesto a dar batalla. La pesada capa de plomo que nos han colocado empieza a mostrar fisuras; la
basura no ha cubierto todo, debajo del manto de inmundicias y degradación, invencible sólo aparentemente, hay fuerzas que llevan demasiado tiempo reprimidas y
que quieren salir.
Trabajemos
y luchemos activamente para esta primavera europea, para que se convierta en
una explosión de vida y color, en una inundación frente a la cual las ratas,
las sabandijas y los traidores saldrán corriendo.