domingo, 19 de febrero de 2012

GLOBOS Y MATASUEGRAS





A veces nos encontramos con noticias que parecen inocentadas pero por desgracia son verdaderas. Sucede a veces con la Comisión Europea, cuyas directivas son a veces inquietantes, a menudo represivas y -como en esta ocasión- demenciales.


También se prohíben silbatos para niños, ciertos juegos magnéticos, e incluso caen bajo la furia reguladora de la burocracia europea los…¡matasuegras! que son considerados peligrosos para menores de 14 años.



Realmente hay que preguntarse para qué existen estas instituciones europeas y si no tienen nada mejor que hacer que llenar nuestra vida de normas y prohibiciones, porque esto es lo que hacen y cada vez más.

No por ser grotescas estas noticias dejan de ser siniestras, porque revelan una creciente obsesión por reglamentar todo, por codificar y normalizar cada aspecto de nuestra vida, de los juegos, de la diversión.

De niño me solía divertir con mis amigos tirando petardos que compraba en la tienda del barrio. Hoy en día ya no se puede porque no venden petardos en las tiendecitas de barrio y menos a niños de nueve o diez años. Seguro que hasta está prohibido. Ahora salen con que los niños no pueden tampoco inflar globos sin supervisión ni molestar con matasuegras. No pueden tampoco –por ejemplo- jugar tranquilamente con unos patines sin un conjunto de protecciones que los hace parecer personajes de manga.

Gran problema social que quita el sueño a nuestros euroburócratas, la matanza de niños que cada año caen víctimas de los globos inflados y de los matasuegras.

Parece como si hubiera tomado el control una peculiar raza de aguafiestas, que debe experimentar una oscura y sombría satisfacción cuando limita o elimina todo lo que sea alegría y espontaneidad, que se empeña en racionalizar nuestra vida y nuestra felicidad.

Se debe extirpar cualquier fuente de riesgo, hasta la más remota. Los niños no pueden hacerse un rasguño ni jugar con la tierra ni pelearse, pero eso sí, no pasa nada cuando absorben horas y horas de basura televisiva, publicidad y juegos electrónicos que los deforman física y mentalmente. Eso sí que es seguro, la felicidad electrónica compulsiva que nefastos expertos ensalzarán, inventándose razones para convencerse y convencernos de que se crece mejor así. Un punto de vista además bastante cómodo para padres que tienen mejores cosas que hacer que estar detrás de ellos.

Nótese el goce siniestro que rezuman las palabras del portavoz europeo, la satisfacción mezquina apenas velada por haber quitado a los niños esta diversión:

"Podrías decir que los niños han inflado globos durante generaciones, pero ya no lo harán más y gracias a esto estarán más seguros"

Satisfecho porque han quitado una pequeña libertad más y han acolchado un poco mejor las paredes de una sofocante prisión de terciopelo, en la cual pretenden encerrar a los niños y en definitiva impedirles crecer protegiéndolos de cualquier peligro, real o imaginado.

Sólo cabe esperar –naturalmente- que estas estupidísimas normas queden en papel mojado. Pero algún daño harán y algo queda siempre. No van a poner un policía detrás de cada niño para ver si infla sus globos sin supervisión. ¿O sí? La tecnología existe, sus posibilidades de vigilarmos a todos y crear un entorno donde se nos controla y protege por nuestro bien ya está a la vuelta de la esquina. Hay que ser muy necio para no darse cuenta de las implicaciones inquietantes de estas actitudes, que van más allá de la educación de los niños.

Esta proliferación de normas y leyes que se entrometen en cada resquicio es un índice de la estupidez del legislador y la pérdida de aquella sabiduría según la cual debe haber el menor número de normas posible y éstas se deben hacer cumplir. Normas que deben estar inspiradas por el sentido común y el sentido práctico, algo que brilla por su ausencia en esta manía por convertirnos en una colonia de insectos.

Hay varias razones accesorias en esta tendencia del legislador y la sociedad, que no debemos tomar como lo principal. Por ejemplo los intereses económicos. Muchas leyes tienen detrás la acción de alguna lobby y favorecen a alguien; a menudo el único motivo real para una nueva norma está en un párrafo escondido, donde está la chicha, la ventaja para alguien. Aunque en este caso concreto desde luego no veo dónde puede estar la chicha.

Otro motivo a considerar es que organizaciones burocráticas que viven de sacar normas y leyes, de codificar y reglamentar, deben hacerlo para justificarse a sí mismas, no sólo, sino que deben hacerlo cada vez más y con más empeño. No se detendrán a considerar si lo que hacen es necesario o útil, seguirán en su trabajo con el único objetivo de mantenerse y crecer.

Son seguramente causas que tienen su peso, pero en definitiva lo que de verdad hay detrás, la pulsión que da momento a estas políticas, es el empeño por regular todo y por crear un entorno hiperprotegido. Por el momento centrándonos en la infancia y la educación, podemos ver cómo esto casa muy bien con la pedagogía moderna. Los daños, las deformaciones caracteriales y mentales que ésta genera se suman así a los producidos por crecer en la prisión de terciopelo de que antes hablaba.

En efecto, uno de los principios de la pedagogía moderna es la desconfianza –o más bien el rechazo frontal- hacia el principio de autoridad, el castigo y la corrección. Todo ello es visto con malos ojos y los padres modernos, víctimas de estas ideas, simplemente no corrigen a sus hijos ni ejercitan autoridad, no les dicen nunca no ni les limitan, en nombre de un risible principio de libertad y autonomía absoluta. Llegados a este punto, puesto que los niños deben hacer siempre lo que quieren para no ser traumatizados por una autoridad represora, deben vivir en un entorno hiperprotegido en el que no pueda pasarles absolutamente nada, ni siquiera un rasguño. Los padres no les pondrán límites ni les dirán que no pueden hacer algo, pero no pasa nada porque cualquier cosa que puedan hacer estará totalmente libre de riesgo. 

Significa por tanto eliminar el sentido de la responsabilidad personal y la formación del carácter, para sustituirlos por una burbuja de cristal, donde el niño no crece nunca de verdad. Podemos hablar de una prolongación, una extensión del útero materno, con nefastas consecuencias para la formación de la persona y su capacidad de afrontar la vida. No es por casualidad que las madres sean en general, como cualquiera puede observar, más propensas a caer en este error de proteger demasiado a los hijos. Quizás sea parte inevitable del instinto materno pero es algo que debe ser corregido por el padre, una de cuyas tareas es precisamente ésta.

Naturalmente todo hay que tomarlo con sentido común. Ningún padre razonable hará correr a sus hijos riesgos innecesarios o excesivos, al contrario debe protegerlo de ellos mientras está aprendiendo y es aún inconsciente o incapaz de afrontarlos. Pero esto no tiene nada que ver con la absurda obsesión de evitar cualquier peligro por mínimo que sea, que en definitiva es hacer vivir al niño en la cálida seguridad del equivalente psíquico del líquido amniótico. El feto necesita el ambiente protegido del líquido amniótico para desarrollarse y poder un día venir al mundo, pero el traumático episodio del nacimiento pone fin a ello. Como cada una de las rupturas en la vida que nos hacen crecer: el fin de la infancia, el paso a la edad adulta. Llega el momento en que hay que atravesar estas puertas.

No es casualidad que la pedagogía moderna tenga también la idea fija de eliminar los traumas: se pretende suprimir todo lo que simboliza o sugiere el significado de una iniciación a una etapa sucesiva, una ruptura cualitativa y un paso de un nivel a otro, porque puede ser doloroso. Se quiere hacer todo suave, blando, sin solución de continuidad para evitarnos el inevitable sufrimiento de crecer y cambiar.

En definitiva esta actitud y este punto de vista, en el fondo, tienen el significado de una negación de la vida. Y esto vale también para la sociedad en general. La sociedad perfecta que nos propone la moral de las prohibiciones y de la seguridad total, la sociedad útero del bienestar y la hiperprotección del ego en la cual los niños y los adultos no crecen nunca, es un decir no a la vida y a todo lo que es noble y superior.

Esta forma de concebir la infancia y la educación encaja como un guante con un cierto modelo de sociedad, lógicamente porque la educación es la preparación para la vida de adulto. Una exaltación de la libertad absoluta que se resuelve en el culto del capricho individualista, pues se trata de una libertad cuidadosamente domesticada. En efecto se acompaña a un rechazo visceral de normas y disciplina interior que puedan dar una forma a la persona, un significado y una dirección a la libertad. Una libertad en definitiva a la que se ha privado de todo su significado, porque lo único que se nos permite es jugar en una celda de paredes acolchadas.

Vemos entonces cómo se pretende construir una sociedad en la que no haya más que diferencias de grado entre la infancia, la juventud y el mundo adulto. La idea de fondo es implantar lo que podemos llamar el arquetipo del paraíso donde no hay lucha ni peligros, la búsqueda de una sociedad perfecta donde la vida sea fácil y jamás tengamos que enfrentarnos a nosotros mismos. Y para hacer esto se nos tiene que proteger de nosostros mismos y de los aspectos terribles y oscuros de la realidad, empezando cuanto antes posible, desde la primera niñez. Basta comparar los hermosos cuentos tradicionales, a menudo terribles pero cargados de significados y sugestiones, de luz y de sombra, con los cuentos ridículos, insípidos y vacíos que hoy en día se fabrican siguiendo las instrucciones de los expertos.

Todo ello revela el auténtico carácter de las ideologías que pretenden construirnos un paraíso y protegernos de nosotros mismos. Bajo una fachada de bellas intenciones se esconde una naturaleza profundamente opresiva, y el punto de llegada es una tiranía a la postre insoportable para el ser humano. Para volver al tema de la infancia, Collodi en su Pinocho supo expresarlo en un lenguaje sencillo cuando los niños del País de los Juguetes, el paraíso terrestre en el que se juega siempre, no hay obligaciones ni escuela, se convierten en burros y terminan tirando del carro como esclavos.

Y me atrevo a afirmar que cualquier aspiración a un paraíso en la Tierra, un estado definitivo y perfecto de la Humanidad, asume antes o después en el mundo real, más allá de las bellas palabras, su verdadero y monstruoso rostro: un País de los Juguetes en el cual las personas son primero transformadas en burros y luego en esclavos.

sábado, 11 de febrero de 2012

EL REINO DEL DINERO (II): Mercaderes de humo


En el artículo anterior Húngaros se habló de la falta de soberanía de los gobiernos democráticos en cuestiones monetarias y económicas, y por tanto lo poco que la democracia valora a sus gobernantes elegidos, a quienes no deja meter mano en las cuestiones importantes.

El tema de la soberanía monetaria y la independencia de los bancos centrales es importante –por cierto que los húngaros ya han cedido en este punto- pero el sistema financiero es mucho más que el dinero en efectivo que circula.

En efecto podemos ver todo el mundo de la economía financiera, las acciones y demás valores que se compran y venden en los mercados, los muchos instrumentos financieros que se negocian hoy en día, como una masa de varias formas de dinero que se mueven d eun lado para otro, se intercambian y sirven para producir más dinero. Este es el corazón y el principio básico del mundo de las finanzas: que el dinero produce más dinero, que jugando con el dinero se produce riqueza, en contraste con el mundo de la economía real en la cual lo que genera riqueza es el trabajo, la producción de bienes o servicios que la comunidad necesita o demanda.

Estamos acostumbrados a pensar como “dinero” los billetes y las monedas, pero hay instrumentos que funcionan en práctica como el dinero -por ejemplo los cheques- y además muchas de las transacciones no las hacemos ya con dinero en metálico, sino con tarjetas de crédito y transferencias electrónicas, como puros intercambios de información. La mayor parte de nuestro dinero la tenemos en el banco de manera virtual, hasta el punto de que si todo el mundo quisiera a la vez operar exclusivamente en dinero y retirara sus depósitos de los bancos, éstos y el entero sistema colapsarían. El volumen de dinero físico, en efectivo, existente es muy inferior al total de dinero que circula en sus varias formas.

Pero es que además las acciones y demás instrumentos financieros se pueden considerar como una extensión del concepto de dinero o directamente como formas de dinero. Pues son bienes que no tienen utilidad o valor en sí mismos, sino solamente en cuanto se pueden negociar e intercambiar y sirven para comprar los bienes y servicios del mundo real. Como diría un economista con lenguaje más preciso no tienen “valor de uso” pero sí “valor de intercambio”. Es decir las acciones, como el dinero en billetes, no se pueden comer ni valen para construir casas, pero con el dinero en billetes o con las acciones –previa venta- se compran la comida, las casas y todo lo que tiene un precio.

Creo que se puede pensar la masa de las distintas formas de dinero como una especie de pirámide en la cual cada forma de riqueza se apoya en la que está debajo. Empezando por la base, tenemos los bienes materiales y los servicios, que es lo que la gente necesita o quiere para vivir. El valor de este tipo de bienes está garantizado en casi todas las situaciones. Si tenemos una casa, un terreno,  maquinaria, una explotación agrícola, tenemos algo que es sólido, un bien real que perderá su valor sólo en la hipótesis extrema de un colapso completo del orden social, una anarquía, una revolución, cosas así. Por tanto no se trata de bienes seguros al cien por cien pero es lo que más se acerca a ello.

El siguiente “piso” es decir el mundo del dinero propiamente dicho, se apoya sobre esta base de bienes materiales. Si uno no posee bienes materiales pero –pongamos- unos cuantos millones de euros, es rico y tiene una fortuna sólida, pero ya algo menos que si poseyera bienes materiales: para que el dinero pierda su valor no debe colapsar la sociedad, sólo la economía. Una situación de hiperinflación, una crisis monetaria, pueden reducir nuestros millones euros a poca cosa. Pero en definitiva mientras la economía sea medianamente estable nuestro dinero bajo la almohada es una riqueza segura.

Sobre este nivel del dinero propiamente dicho están los títulos negociados en los mercados, las acciones, los bonos, obligaciones, que son también una forma de dinero como he coomentado antes. Si poseo mis millones euros en acciones con ellos me puedo comprar una casa o un terreno vendiéndolas, pero el valor de este dinero es ya bastante más incierto que si los poseyera en billetes, es un valor que sube y baja según los caprichos del mercado. Es más, si en el caso del dinero en papel yo no pierdo mi riqueza a menos que colapse la economía, para que mi riqueza en acciones se esfume basta que colapse la bolsa, y esto sucede periódicamente, las famosas burbujas que luego “pinchan”, las fortunas que se esfuman cuando se hunden los mercados. Por tanto se trata de una forma de dinero que produce más dinero pero es más inestable y menos sólida, menos segura, como sucedía en el paso de los bienes materiales al dinero.

No hemos terminado: hay aún otro nivel del dinero que es el de los productos derivados. Los derivados son instrumentos financieros que se negocian y tienen un valor, se pueden comprar y vender y por tanto son una extensión del dinero, pero su valor está ligado al valor de otra cosa que pueden ser acciones, índices, tipos de interés, es decir principalmente los bienes financieros de los que hemos apenas hablado y que están en el “piso” inferior. Este tercer “piso” por tanto es un rizar el rizo: una forma de dinero construida sobre otra forma de dinero -las acciones- que a su vez se apoya en el dinero común.

Ejemplos de estos derivados financieros son las “opciones” que nos hacen ganar o perder según el valor que tengan en algún momento futuro acciones, índices, tipos de cambio…éstos se llaman los subyacentes. La versión a pequeña escala de las opciones se llama “warrants", al alcance del ahorrador medio o del pequeño inversor para mejor desplumarle con el señuelo de fabulosas ganancias, posibles efectivamente pero bastante difíciles de lograr. Otro tipo de derivados son los SWAPS o intercambios, los más importantes dependen del valor que tendrán ciertos tipos de interés en un momento futuro. Tenemos también los futures sobre acciones, índices, divisas, materias, y una larga lista que aumenta continuamente.

Un rasgo común de los derivados es que son una apuesta sobre el futuro porque el resultado final de este tipo de inversiones depende del valor que tendrán los subyacentes en un cierto momento establecido. Es por tanto la filosofía de la actividad financiera, “el dinero produce dinero” en su mayor pureza, potenciada y llevada a un nuevo nivel de intensidad. Aquí la inestabilidad es total. Si tengo mis diez millones de euros en derivados, en pocos días pueden ser veinte o cien, o al contrario reducirse a cinco o a uno, incluso puedo perderlo todo. Como se comprende, si ya en el nivel inferior que es el de la finanza “clásica”, las acciones y bonos para entendernos, los valores y la riqueza varían con los caprichos del mercado, en el nivel de los derivados estas variaciones se amplifican enormemente. Es el llamado efecto palanca.

Seguramente he aburrido algo al lector con todo esto, pero creo que era necesario. Vemos cómo se ha ido construyendo una torre de formas de dinero una sobre otra y cada una apoyándose sobre la anterior, una construcción más endeble e insegura a medida que subimos de un piso al siguiente, como un castillo de bloques en el cual el extremo superior baila continuamente. Es importante notar que la imagen correcta no es la de una pirámide, en la cual la base es más ancha que lo que está arriba y por tanto es estable. Es justo lo contrario: el volumen de toda la masa de instrumentos financieros en el mercado global, es decir de las formas de dinero construidas artificialmente sobre la base de los bienes materiales y la economía real, es muy superior al valor de los bienes y servicios en todo el mundo. Si es una pirámide, se trata de una pirámide invertida, y llegados este punto a nadie sorprenderán las crisis financieras, el devastante efecto que la inestabilidad de todo este dinero fantasmagórico puede tener sobre la economía real del trabajo y los servicios realmente productivos.

¿Cuál es el resultado final, a qué tiende todo este intercambio de lo que es en definitiva y como he apuntado, humo?

El sentido es que todo este humo, esta plétora de acciones, bonos, obligaciones, opciones, SWAPS, esta masa de dinero virtual, se intercambia y negocia constantemente y también compra bienes reales que son parte de este juego. Y cuando llega la crisis, cuando la bolsa baja o colapsa o simplemente como parte del normal juego de fluctuaciones, después de tanto cambiar de manos, cuando el humo pierde su valor y se revela por lo que es, unos se quedan con el humo y otros con lo que vale, con los bienes reales.

Y al final la cuestión es simplemente ésta: ¿Quiénes son los tontos que se han quedado con el humo y quiénes son los listos que se han quedado con las casas, las tierras, las industrias? 

La respuesta la tenemos delante de los ojos. Sin ir más lejos, en nuestro país la gran cantidad de pisos en poder de los bancos, a nivel mundial la concentración de la propiedad de empresas, explotaciones de materias primas y agrícolas en pocos grandes grupos, el poder creciente de los señores del dinero y su lenta, progresiva apropiación o expropiación del planeta y de los bienes reales. El mercado de los cereales, de las más importantes materias primas y productos básicos, todos están concentrados en muy pocas manos.

Es la creación de un nuevo feudalismo pero a nivel global, en el cual una casta mundial de mercaderes de humo se hace con el control de la economía y los bienes del planeta.

Existe una película australiana que salió hace pocos años, The Bank, que plantea las cosas un poco de esta manera. Película simpática con alguna punta de ingenuidad, no está mal aunque se limite a apuntar los cañones contra la banca sin entrar en cuestiones políticas ni profundizar mucho. Sin embargo hay necesidad de películas así.

He usado el término feudalismo pero es algo inadecuado. La nobleza feudal europea o japonesa estaba al vértice de la sociedad por su naturaleza guerrera, no sólo era mantenida sino que, como contrapartida, realizaba una función esencial en la sociedad y se exponía a sí misma a los riesgos de la guerra. Quizás la hiperclase mundialista de hoy en día -como se la llama alguna vez- sea más afín a la nobleza cortesana que simplemente era mantenida sin realizar una verdadera función que justificase sus privilegios. Nobleza de aristócratas de salón que fue decayendo o fue barrida con más o menos violencia por las fuerzas históricas por su carácter puramente parasitario y su inutilidad.

¿Realmente está justificado el poder de los señores del dinero para la función que realizan? La gestión del dinero y del crédito es necesaria en una economía, pero el desarrollo anormal de la economia financiera no tiene utilidad más que para ellos mismos y a expensas del resto de la sociedad, no tiene otro sentido que el del crecimiento de una enorme tenia o gusano solitario que crece y crece hasta que es más grande que el cuerpo que la sustenta.

Cuando vayan concentrando en sus manos más y más poder, cuando se vayan convirtiendo en los propietarios del mundo y todos los demás poco a poco se vayan convirtiendo en sus esclavos resultará cada vez más evidente que son una clase esencialmente parasitaria cuyos privilegios y poder no tienen legitimidad, que no existe ninguna justificación para que sean los amos del mundo, que ello es inaceptable.

Puede parecer imposible un escenario de este tipo hoy por hoy, pero es menos lejano de lo que podríamos pensar. Con todo el poder de sus traidores en la política, en los medios, ningún sistema es perfecto y el ser humano es fundamentalmente libre e imprevisible. Por eso la Historia está siempre abierta y todo es posible.

Es probable que haya que pasar por tiempos difíciles antes de que se produzca un despertar: quizá debamos llegar a una situación realmente extrema para que la Política recobre su lugar, para que la Espada sea desenvainada y empiecen a rodar las cabezas de una casta de parásitos cuyo dominio está fundado en nada más que en su habilidad para jugar con el papel y con los números.