viernes, 30 de octubre de 2020

EL GRAN ENFRENTAMIENTO (I). LA IRRELEVANCIA DEL HOMBRE Y EL ENTUSIASMO BIOTECNOLÓGICO DE LAS FEMINISTAS

 



Frente al hombre y la mujer se abren dos caminos, la crueldad y la indiferencia. Todo hace suponer que tomarán el segundo, que no habrá ni explicaciones ni ruptura, sino que seguirán alejándose el uno de la otra […] que volverá una masa de vicios abolidos y una praxis científica reemplazará al espasmo y la maldición de la pareja.

Emil Cioran, 1952

Esta especie de profecía del gran pesimista rumano Cioran, realizada hace muchas décadas, empieza a parecerse espantosamente al camino que está tomando nuestra sociedad.

En la guerra sin cuartel en curso contra el hombre y el padre, hace ya unos años los apólogos de la degeneración lograron una importante victoria: el que mujeres solas, o parejas de lesbianas, pudieran utilizar técnicas de reproducción asistida eliminando la necesidad de una figura masculina.

Una eliminación que tiene lugar de mil otras maneras. El padre en particular lleva decenios siendo expulsado de la familia; por la legislación canalla y los tribunales canalla feministas, por una cultura canalla antipaterna y antimasculina, que el hombre y la mujer medios de hoy tienen metida en la cabeza, inyectada durante largo tiempo con una posología bien estudiada por los envenenadores de las mentes.

No me extenderé aquí en el bien que supone, para el niño, la presencia de figuras masculinas y femeninas en su desarrollo; es una simple verdad biológica y antropológica, que expone inmediatamente como un capricho, propio de adultos egoístas y frívolos, la práctica de hacer crecer niños desde un principio y deliberadamente sin una figura paterna o materna. Como aberrante es la reivindicación de este inexistente “derecho” a la paternidad cuando lo único que existe es el derecho del niño a crecer de manera sana dentro de la dialéctica entre lo masculino y lo femenino.

Pero nos vamos a olvidar de esto en lo que sigue, para centrarnos en el discurso de la irrelevancia del padre. De la no-necesidad-del-hombre que de mil maneras nos meten en la cabeza y nos sugieren a través de una corriente de mensajes continua.

Quien preste atención a las cosas estará bastante harto de leer reportajes o artículos donde se nos machaca con que los varones son o serán inútiles, prescindibles. Estudios científicos deformados por la lectura feminista, o directamente calificables como mierda disfrazada de ciencia, nos informan de que tal especie animal puede reproducirse sin machos, de que el futuro es femenino y los hombres no servirán gracias a la reproducción asistida. Etcétera.

Entremos por un momento en sueños húmedos de ciencia ficción feminista, en una sociedad hipotética de sólo mujeres reproducidas a sí mismas artificialmente. Como es fácil imaginar, inmediatamente después de que se apagara el último hombre empezarían a saltarse al cuello unas a otras como fieras, sin tener siquiera la posibilidad victimista de culpar al género masculino de sus males y de su fracaso vital.

Pero volviendo a la realidad, una primera corrección de perspectiva se impone en la cuestión de si el hombre es necesario o no. Y es que ¿A mí qué cojones me importa -con perdón- el que unas locas fracasadas piensen que el varón es irrelevante o innecesario? De hecho, aunque lo pensaran no sólo esas cuatro anormales sino la mayoría de las mujeres, me importaría exactamente lo mismo: la misma declaración de irrelevancia del varón y la paternidad debe ser rechazada por el receptor (el varón) como irrelevante.

Sin duda existe una fuerte corriente feminista radical que quiere exactamente esto, prescindir totalmente de los hombres. Seguramente la mayoría de las mujeres no comparten estas posiciones. Sin embargo, considerando la insistencia en estos discursos y la falta o escasez de voces femeninas que los rebatan, es necesario preguntarse hasta qué punto estas actitudes son propias solamente de una minoría de exaltadas y lisiadas de la existencia; o si al contrario tienen más difusión de lo que creemos en el mundo femenino, quizá en formas “suavizadas” y sin tomarlas al pie de la letra. Dejaremos la cuestión abierta.

Considerando todo lo anterior, se impone una primera corrección mental que debe hacer el hombre hoy, frente a la inundación de basura que vierten continuamente en nuestras cabezas. Y es la siguiente: que el valor y la posición de los hombres en este mundo no se mide de ninguna manera con el metro de lo que es útil para las mujeres. Menos aún con lo que pocas anormales y fracasadas de la feminidad consideran que es útil para ellas

Pero vayamos aún más allá para internarnos en territorio deleznable. Y es que, llevados al terreno de la negación de la biología y la naturaleza, el entusiasmo biotecnológico de las exaltadas está completamente fuera de lugar.

En efecto, si las técnicas de reproducción asistida actuales pueden convertir en inútil y superfluo al hombre y al padre, en un próximo futuro convertirán en inútiles y superfluas también las mujeres y las madres.

Mujer, eres inútil; madre, eres superflua porque una maldita máquina va a hacer lo mismo que haces tú. ¿Escucharemos estas frases dentro de unas décadas? el útero totalmente artificial está a la vuelta de la esquina; veinte, treinta, cuarenta años. Y también: si es posible clonar una mujer o mezclar el genoma de dos mujeres eliminando la necesidad del elemento masculino, antes o después los hombres tendrán la misma posibilidad de eliminar el elemento femenino. Desafío a cualquiera a afirmar que estas cosas no serán nunca posibles.

Ciertamente es verdad que los hombres sanos de mente no tienen hoy la pretensión malsana de hacer crecer hijos suyos privados de una madre. Pero es fácil imaginar un varón en un futuro próximo que está harto, asqueado de sentirse decir que el padre y el hombre se han vuelto inútiles, que se puede prescindir de ellos. En cierto momento este hombre decide en plena libertad criar un hijo, sin tener una mujer que le toque las narices, le expulse de su casa y de su familia con una denuncia falsa, le amargue la vida y le arruine.

Y que nadie se atreva a decirle que el niño tiene necesidad de la madre, del útero de carne y de la relación física con la madre. Porque una vez que se ha negado un valor normativo a la reproducción natural, a lo que nuestra naturaleza biológica establece, a la polaridad entre lo masculino y lo femenino, todo es legítimo. Si no es necesaria la presencia de ambas figuras en el desarrollo del niño y por tanto no es necesario el padre, tampoco será necesaria la madre ni el útero femenino de carne y sangre. Si se niega el papel del padre en la formación del niño, la respuesta es negar el monopolio femenino en la reproducción humana.

Sin embargo ¿Es realmente esto lo que queremos? ¿Queremos esta situación de enemistad permanente, esta animosidad a flor de piel entre hombres y mujeres? ¿Esta separación y falta de comunicación entre las personas, estos egoísmos pequeños y miserables? En una palabra ¿Tenía razón Cioran? ¿Es que alguien querría vivir y hacer crecer a sus hijos en un mundo así?

Probablemente sí. Los que están detrás de las subvenciones multimillonarias al movimiento feminista, con todo su lobby cultural y el enorme entramado paramafioso de intereses constituidos que vive de ello. Pero el núcleo de la cuestión, su sentido real, no son los intereses económicos sino la voluntad (que forma parte de un proyecto) de enemistar a hombres y mujeres, una guerra en la que no puede haber vencedores y todos salimos perdiendo.

Esta intención que existe y es deliberada señala como criminales a los financiadores y lobistas de la guerra de sexos y el feminismo internacional, auténtica lacra y cáncer de la civilización.

MAX ROMANO

viernes, 23 de octubre de 2020

EL PROFESOR DECAPITADO, LA INVASIÓN ISLÁMICA DE EUROPA Y LA MUERTE DE LA LIBERTAD

 


 

Ha causado una gran conmoción el caso del profesor decapitado en Francia por haber mostrado, en su clase, las caricaturas de Mahoma que costaron la vida hace unos años a buena parte de la redacción de Charlie Hebdo, la revista donde fueron publicadas. El gobierno del país vecino, viéndose obligado a hacer algo, ha expulsado a unos cuantos extremistas y tomado algunas medidas contra los islamistas más rabiosos y notorios.

Parece como si pensaran todavía que el problema es aislar y reprimir a los elementos más radicales; como si creyeran que las comunidades musulmanas asentadas en Francia van a convertirse al laicismo republicano, al menos en segunda generación. Sus cálculos son probablemente los siguientes: del mismo modo en que se ha reprimido políticamente la religión cristiana, desde que salió el eslogan de liberté-égalitè-fraternitè pero especialmente desde los gobiernos agresivamente masones y laicistas de finales del siglo XIX, el mismo juego va a salir bien con el islam. Quienes hacen estas cuentas de la lechera muestran una ignorancia e incultura histórica realmente monumentales. En efecto, una cosa es la dialéctica política y cultural entre franceses y europeos enfrentados entre sí, con una historia y un marco mental común que vienen de siglos atrás; otra muy distinta pensar que van a “convertir” a comunidades enteras procedentes de lo que es, literalmente, otro mundo que lleva muchos siglos enfrentado al nuestro, mentalmente y culturalmente divergente desde principios de la Edad Media.

La presencia comunidades musulmanas, afincadas y masivas, que ya han creado innumerables zonas de no-Europa dentro de nuestro continente, representa una invasión y una colonización demográfica a gran escala; no se trata de millones de individuos aislados. Se trata de comunidades enteras trasplantadas en un ambiente culturalmente hostil (como lo es una sociedad de infieles para un musulmán), precisamente las que más tenazmente conservan su identidad. Pensar que van a convertirlas al modo de vida occidental (más aún a la basura en que se han convertido las sociedades occidentales) sin un baño de sangre es una soberana estupidez.

El futuro que se anuncia en Europa es de conflicto, de no-libertad y de enfrentamiento. Las autoridades francesas pueden tomar las medidas que quieran, los franceses pueden colocar las florecitas que quieran en recuerdo del pobre profesor decapitado (aunque más les valdría comprar armas y aprender a usarlas) pero la censura islámica es ya un hecho. Quizá puedan hablar mal del islam o enseñar públicamente esas caricaturas de Mahoma políticos, figuras públicas bien protegidas, algún escritor que pueda pagarse una escolta y esté dispuesto a vivir así. Pero como el Estado francés no le va a poner un policía al lado a cada profesor o a cada periodista, cualquiera de ellos se pensará muy bien lo que dice. Que luego la policía acribille al asesino no le va a consolar mucho, como tampoco va a servir de disuasión contra quien está deseoso de morir por su fe.

No quedarían completas estas consideraciones sin denunciar la repugnante hipocresía de políticos, intelectuales de tres al cuarto y demás morralla que se rasgan las vestiduras por la libertad de expresión. La libertad de expresión hace mucho que ha muerto en Francia y en buena parte de Europa. No sólo por la legislación contra los “delitos de odio”, que se recrudece cada vez más, sino sobre todo por la reina de las censuras en Occidente: mucho antes de la violencia de los extremistas islámicos el lobby judío (o israelita o sionista, no son las palabras lo que importa) ha impuesto, precisamente empezando por Francia, una censura férrea sobre el revisionismo del holocausto en la Segunda Guerra Mundial. Con una ley hecha a medida para tapar la boca, procesar y meter en la cárcel a quienes se salgan un milímetro de la narrativa oficial de los vencedores, especialmente a quienes pongan en duda la existencia de las cámaras de gas, los seis millones, etcétera. Se trata de la triste ley liberticida Gayssot-Fabius de 1990 aprobada a traición en sesión nocturna, poco después de una muy conveniente y oportuna profanación de un cementerio judío en la localidad de Carpentras, que sirvió para preparar el ambiente y la opinión pública. Infame ley que ha servido como modelo a los enemigos de la libertad y la verdad desde entonces.

Cierto que ellos no decapitan a las personas, simplemente las llevan ante los tribunales, las arruinan a multas, las meten en la cárcel, les prohíben publicar y cierran librerías, les expulsan de sus trabajos (unos cuantos eran también profesores, por cierto) y les destruyen la carrera profesional. Pero el efecto es el mismo. Y tampoco es cierto que el lobby sea totalmente pacífico: antes de lograr la aprobación de su ley fueron innumerables las graves agresiones físicas y las palizas contra estudiosos revisionistas (con particular ensañamiento contra el difunto Robert Faurisson) por parte de grupos de activistas hebreos, con total impunidad y contando con la pasividad de la policía.

Por lo tanto, quien hable de libertad de expresión denunciando la censura de los fanáticos musulmanes, combatida por el Estado, pero al mismo tiempo no diga una sola palabra acerca de la censura del lobby judío, impuesta por el mismo Estado, no es más que un hipócrita y un farsante.

Como es un farsante y un traidor quien se rasgue las vestiduras por el profesor decapitado, culpable sólo de no haber entendido que Francia ya no es Francia, pero al mismo tiempo se obstine en soslayar el problema principal, que es la masiva invasión migratoria y colonización demográfica de Europa.

MAX ROMANO

viernes, 16 de octubre de 2020

EL LANCELOT NEGRO, LA MADRE QUE ESTÁ SIEMPRE ENCINTA Y LA CORRECCIÓN POLÍTICA

 



¿Era Beethoven negro? ¿Y Lancelot, el caballero de la leyenda del Rey Arturo? ¿Y Julio César? ¿Es apropiación cultural que un blanco use rastas? ¿Y que unos helicópteros de ataque diseñados por ingenieros blancos se llamen Apache y Comanche? ¿Que un blanco toque blues y jazz? Y suponiendo que Beethoven no sea negro ¿Es apropiación cultural que un negro aprenda a tocar la sonata Appassionata en el piano?

Los lectores se estarán preguntando qué me he fumado esta semana, pero varias de estas cuestiones, si nada lo remedia, probablemente dentro de unos años serán debatidas muy seriamente en las universidades de un Occidente podrido de corrección política y complejos de culpabilidad.


Lo del Beethoven negro de vez en cuando repunta como teoría demencial; supongo que nadie, nunca, se lo ha creído realmente, y lo hacen sólo para tocar las narices. Pero si hay gente que ha sostenido, aunque sea medio en broma, que Beethoven era negro sólo porque no era del tipo nórdico, entendemos cómo para otros personajes históricos se pueden vender las mayores barbaridades que el público se tragará sin pestañear.


Más cuestiones que apasionan a nuestro tiempo: ¿Puede o debe haber un Julio César o un Lancelot negro en el cine? ¿Tal vez un Nelson Mandela blanco, aunque se le pinte de negro para que se meta mejor en su papel?

Los lectores se darán cuenta de que hemos destapado un auténtico avispero. Pero en realidad los complejos problemas planteados tienen una solución muy sencilla en el mundo mental progresista: la línea entre quién tiene siempre razón y quién nunca la tiene está siempre claramente definida: el no blanco y el blanco, la mujer y el varón, etcétera.

Diversidad, Inclusión, Igualdad: palabras mantra que la corrección política ha vuelto sucias y cargadas de significados infectos. En la ciencia ficción o las películas de tema contemporáneo la solución es bastante fácil: se impone la presencia de mujeres, de negros, de homosexuales, etcétera. En las de tema histórico es un poco más complicado; pero si realmente queda feo y baja la taquilla que los mariscales de Napoleón tengan cara de chinos, o que los centuriones romanos sean pakistaníes, aquí también se puede imponer la diversidad: en los equipos de rodaje, en los cámaras, en todos aquellos que no salen efectivamente en la película. Es lo que acaban de hacer en los Óscar norteamericanos con sus nuevas reglas para optar a los premios.

El lector se preguntará, si no está ya mareado, por qué hemos llegado hasta aquí; de dónde sale tanto estúpido y qué enorme descarrilamiento mental aflige nuestra sociedad. Pues bien, el descarrilamiento mental se llama corrección política y en cuanto a la enorme disponibilidad de necios, como reza un dicho italiano que no necesita traducción “la mamma degli imbecilli è sempre incinta”. Pero es que últimamente la susodicha madre no sólo está siempre embarazada, sino que debe de haber recurrido a una clínica de fertilidad, porque su producción es abrumadora.

Algunos pensarán que soy mal pensado y negativo. Que en el fondo de lo que nos quieren convencer es simplemente de que la raza se debe ignorar, que no hay mala intención contra los blancos y todos somos iguales y flores y paz y amor universal.

Creeré que toda esta despreocupación con la raza es inocente cuando vea, por ejemplo, una película donde Nelson Mandela o Malcolm X estén interpretados por actores blancos pintados de negro, y los racistas malísimos que la tienen tomada con ellos los interpreten actores negros pintados de blanco. O cuando los mentecatos de la apropiación cultural disparen sus tonterías en ambas direcciones.

Mientras tanto, seguiré pensando que lo que realmente quieren decir los “antirracistas” es lo siguiente: que las razas no existen, pero los blancos son los malos; que ignoremos el color de la piel cuando veamos una película donde los caballeros del Rey Arturo sean negros, pero que lo tengamos muy en cuenta cuando en otra película haya demasiados blancos.

Este ver y no ver al mismo tiempo, este dos más dos igual a cinco, esta deformación y disfunción mental, es lo que quieren de nosotros la corrección política y el progresismo.

MAX ROMANO