jueves, 25 de septiembre de 2014

ENTRENADORAS FÉMINAS, CAMARADERÍA MASCULINA Y ESTUPIDEZ IGUALITARIA







Después de la pausa estiva volvemos a ocuparmos de actualidad.

El reciente episodio de la imposición de una entrenadora al equipo de tenis español (masculino) de Copa Davis no ha llegado ni siquiera a ser polémica, porque sólo ha habido un amago de protesta por parte de algunos deportistas y su entorno. Todos ellos evidentemente acobardados y temerosos de salirse de las opiniones permitidas en la histérica sociedad de la corrección política, donde se puede hablar cada vez menos libremente, y la tan cacareada libertad de palabra y opinión vale sólo si es utilizada para recorrer el camino de la decadencia y la degradación.

Es sólo un caso más entre muchos, en sí mismo insignificante –no me quitan el sueño precisamente las tribulaciones de los tenistas- pero representativo de la obsesión general de la corrección política de meter a la mujer en todas partes, el empeño compulsivo de la mujer moderna en no tolerar la existencia de ambientes masculinos, su negativa a aceptar que en ciertos lugares la mujer no pinta nada.

Un ejemplo más de arrogancia feminista e imbecilidad igualitaria, que van siempre de la mano. Cuando le conviene al feminismo naturalmente.

En el caso del deporte no se puede tergiversar ni falsear demasiado, confundir las cosas y engañar como es habitual en otros campos: las diferencias físicas entre sexos imponen una separación entre el deporte masculino y el femenino, el interés del público por uno u otro, el compañerismo que asume un aspecto de camaradería también por el aspecto de entrenamiento físico.

Por ello en el caso del deporte es particularmente evidente esta manía y obsesión por meter a las mujeres en todas partes. Por ejemplo como el fútbol de marimachos –porque esto es esencialmente y salvo excepciones el fútbol femenino- le importa un comino a todo el mundo, se empeñan en meter mujeres con calzador en el mundo del fútbol con cualquier excusa.

Cuando hay un ambiente masculino, especialmente si es exclusivamente masculino, la corrección política lo ve como una insoportable afrenta. Esta es la razón por la que, en el último desfile del 12 de Octubre al que fui, había una mujer con el uniforme de la Legión, aunque estuviera al final y tocando el tambor.

Y esta es la razón por la que se empeñan en imponer entrenadoras dirigiendo equipos deportivos de varones, en lavarnos el cerebro para que lo veamos como natural, en silenciar cualquier protesta con rebuznos de indignación políticamente correcta y la palabra trampa machismo, que basta para silenciar las críticas en el ambiente de intinidación que han logrado crear.

Pues no. Se pongan como se pongan una fémina no pinta nada dirigiendo un equipo de hombres porque estará siempre fuera, excluida, out, de ese tipo de camaradería masculina que es propia y parte integrante del deporte, y es un reflejo aunque pálido de la camaradería masculina militar, siendo el duelo deportivo una metáfora de la guerra. La cuestión del vestuario, aunque tiene su peso, es sólo un aspecto particular de estas consideraciones generales.

Por eso un equipo de hombres bien nacidos difícilmente se sentirá a gusto siendo dirigido por una fémina, muy especialmente en una actividad física. Y eso es lo que no acepta ni está dispuesta a respetar la corrección política y la arrogancia de la mujer moderna.

Por supuesto ellas saben perfectamente todo esto. Lo hacen puramente por joder. No es sorprendente visto el callejón sin salida en que el feminismo las ha metido, y el fracaso estruendoso de las tonterías igualitarias cuando entran en colisión contra el muro de piedra de la realidad.

¿Y los equipos de mujeres entrenados por hombres? Este es un caso bastante más frecuente, y es algo que las deportistas féminas deben decidir por sí mismas. Evidentemente si un tal equipo se siente incómodo con un entrenador masculino también habría que respetar esto. Pero no es lo que suele suceder, por lo menos no en la misma medida que en el otro caso. Esto no debe sorprender, y es una expresión más de las diferencias entre hombres y mujeres que sólo los fanáticos de la igualdad –la palabra más sucia e indecente del diccionario- y sus teledirigidos mentales se obstinan en negar.

Concluyendo ya, este pequeño episodio es un ejemplo más de la obsesión arrogante de la mujer moderna por meterse en todas partes con calzador, de su desprecio militante por la sensibilidad masculina, su obstinada y cerril negativa a reconocer que existen ámbitos masculinos donde está fuera de lugar. Es un caso más donde sale fuera la rabia de la corrección política frente a los ambientes masculinos, el odio de la sociedad matriarcal por cualquier camaradería masculina –el crisol donde se ha forjado siempre la identidad del varón- y su empeño en destruirla.