viernes, 13 de mayo de 2016

SANTIAGO MATAMOROS, LOS SARRACENOS MUERTOS Y LOS BÍPEDOS EN MINIFALDA




Una detestable tendencia a bajarse los pantalones y avergonzarse de la propia historia recorre todo el mundo blanco, el continente europeo y en particular nuestra nación, España. Como en todo lo demás, también aquí en lo pequeño se anuncia lo grande y episodios lejanos entre sí tienen el mismo significado.

El visitante de la catedral de Santiago habrá notado que en una conocida imagen del siglo XVIII de Santiago Matamoros ha sido censurada con ridículas florecitas la parte inferior, que representa tres sarracenos enteros y la cabeza de un cuarto, todos muertos por la justa furia del Apóstol guerrero, que se llama Matamoros porque mataba moros y no porque le gustara poner florecitas a los pies de su caballo: en tal caso se habría llamado Santiago Hijo de las Flores.

No es de ahora esta detestable medida, fue decidida ya hace años en esa catedral, como por lo demás se han vuelto habituales, un poco por todas partes, análogas prácticas de pantalones bajados para no ofender a los musulmanes. Se trata de esconder, como si fuera una vergüenza, nuestra propia historia, nuestra cultura y nuestra tradición, los testimonios de nuestro que en el caso de España están ligados a una guerra que duró ocho siglos y cuyo significado fue exactamente una guerra de civilizaciones donde se decidía si la Península Ibérica iba a pertenecer al mundo islámico o al mundo cristiano medieval.

No se entiende muy bien en qué medida todo ello se debe a la arrogancia de ciertos musulmanes, y en qué medida se debe a los mediocres y acomplejados españoles que se avergüenzan de la propia historia y odian lo que son. O no quieren problemas, hasta el punto de que permiten al huésped mandar en la propia casa, nuestra casa. Esta es la esencia de la pusilanimidad: no querer líos, no querer polémicas, evitar el conflicto y que alguien se sienta ofendido.

Lo realmente ofensivo y odioso es que alguien pretenda que nos "retiremos" de nuestra historia y nuestra cultura porque no sea de su agrado, o del agrado de otros. Por parte de un invitado en nuestro país, pretender que ocultemos nuestra historia porque le ofende es un acto de arrogancia que lo descalifica y es motivo suficiente para echarle a patadas. Por parte de un español, pretender lo mismo es un acto de vileza que lo califica como indigno de ser español y europeo.

España se ha forjado en la Reconquista, en una guerra religiosa, y esto es inseparable de nuestra Historia. No quiere decir que ahora debamos seguir en guerra, ni que se deba cultivar el odio o la enemistad por fuerza, hoy en día, ni que vayamos a volver a la Edad Media. El pasado es pasado, pero está ahí y pretender que nos avergoncemos de ello es un insulto.

Para terminar, me gustaría hacer notar que la actitud de aquellos españoles que, por no ofender al musulmán, quieren que se censure y oculte nuestra historia y nuestra cultura, es exactamente la misma actitud que el de aquellos bípedos con documento de identidad masculino (no los llamaré hombres) que en Holanda, para protestar contra las agresiones a mujeres por parte de inmigrantes, se “solidarizaron” con ellas manifestándose en minifalda.

El mismo tratamiento que estaban pidiendo a gritos los bípedos holandeses en minifalda, es el que piden quienes cubren con flores los sarracenos muertos en las imágenes de Santiago Matamoros.

Max Romano

viernes, 6 de mayo de 2016

HARTO DE ESTUPIDECES




Cualquiera que tenga dos dedos de frente y un mínimo de sensibilidad (la verdadera, la auténtica, no esa cosa que el decadente llama “sensibilidad”, grasienta y mórbida, pegajosa y fofa como un molusco muerto) siente que la sociedad actual ha colmado su medida interior para las imbecilidades.

Con otras palabras, uno está harto de estupideces. Así que pongamos algunas cosas en su sitio.

Viva el juguete bélico y vivan los bofetones a tiempo a los niños. Vivan los educadores que incitan a los niños a jugar y no a socializar. Vivan las obras y los discursos, en todos los campos, en los que se ensalza el patriotismo, la familia, el heroísmo y los valores guerreros, el sacrificio y la comunidad. Abajo los bodrios infumables con los que nos quieren reeducar en el mediocre moralismo barato igualitario y su fangoso, trasnochado sustrato mental paramarxista-freudiano.

Vivan los estereotipos de género, sexistas y patriarcales, símbolo de salud y civilización. Vivan las películas en las que los malos no son víctimas de la sociedad, sino hijos de mala madre puestos en libertad por abogados izquierdistas, donde a los villanos les vuelan la cabeza héroes como debe ser: políticamente incorrectos, incorregiblemente y rigurosamente machistas, que ostentan un soberano desprecio por sociólogos, psicólogos y toda la morralla progresista que lleva decenios infestando Occidente.

Podrán parecer nimiedades y cosas secundarias, o serlo efectivamente; pero es que el veneno entra en pequeñas dosis y cuando nos queremos dar cuenta, ya estamos envenenados.

Lo que quiero decir es que debemos aprender a vivir, a entretenernos, a sentir dentro de nosotros siguiendo el principio férreo de rechazar lo que el sistema, sus malos maestros y sus ideólogos  han preparado para nosotros.

Fuera de nuestra mente su televisión, sus repugnantes productos que tienen, siempre, un contenido ideológico y un veneno oculto; desdeñemos sus formas de entretenimiento, los modelos de vida que nos propone el sistema, nunca inocentes sino cargados de decadencia. Fuera sus expertos y sus malos consejeros. Fuera sus mercenarios de la degeneración pagados para corrompernos a nosotros y a nuestros hijos.

No aceptemos todo lo que se nos propone, encendamos el cerebro y tengamos sentido crítico. Hagamos el esfuerzo de salir de la pasividad que quieren de nosotros para mejor meternos su inmundicia en la cabeza. Hagamos el esfuerzo de seleccionar, de buscar, de crear nuestro entretenimiento, nuestro ocio y nuestra ocupación del tiempo.

No es difícil en absoluto orientarse: en todo lo que el progresismo ve con malos ojos, ahí está la libertad y la regeneración. Aprendamos a encontrar nuestra verdad en nuestra cultura: en nuestra música popular y música clásica, en nuestra literatura, en nuestras tradiciones populares, en nuestro arte figurativo, en nuestros cuentos políticamente incorrectos de príncipes y princesas como debe ser, en vez de repelentes princesas guerreras, hadas vulgares y ordinarias, orcos buenos y príncipes calzonazos.

Una lectura meditada de uno de los clásicos, una contemplación serena de Velázquez o El Greco. Una visita a un castillo medieval de los muchos que se conservan, imaginando una atroz batalla concluida con una exaltante matanza de infieles o de enemigos de la Patria, seguida por la emotiva sepultura de los caídos.

Existen múltiples puertas que nos abren la verdad de lo que fuimos y que están ahí, porque fueron el producto del inconsciente de nuestros pueblos, son una posibilidad justo bajo la superficie de la conciencia envenenada por el sistema; entreabrir una de esas puertas, que pase un rayo de luz, puede ser suficiente para descontaminar la mente, mostrar en toda su miseria y su bajeza el verdadero nivel de la “cultura”, la “educación”  y los “valores” que se nos quieren proponer hoy en día.

Max Romano