sábado, 27 de febrero de 2010

TIRANÍA FEMINISTA EN FRANCIA

Después de un período de inactividad más largo de lo que habría querido, el Oso vuelve a ocuparse de feminismo. Esta vez para comentar lo que sucede en Francia; no porque yo quiera -o crea que debo- ocuparme de lo que pasa en cada rincón del mundo sino porque, por un lado, la infame ley que va a ser aprobada en el país vecino marca otra vuelta de tuerca en la persecución del hombre en el mundo occidental y, por otro lado, para hacer hincapié en que la tiranía feminista y las miserables leyes diseñadas para castigar al hombre no existen sólo en España. El fanatismo feminista domina totalmente lo que llamamos Occidente, y los de la ceja simplemente quieren ser los primeros de la clase.

Al grano. La ley francesa tipifica el delito de violencia psicológica en la pareja, penando con prisión y fuertes sanciones económicas a los hombres -ignoro la redacción detallada de la ley pero queda claro que va dirigida contra éstos- que "violenten" psicológicamente a sus compañeras, las sometan a tratamientos "vejatorios" o que las "humillen". El artículo original es el siguiente:


¿Dónde está el problema, la infamia y la injusticia de esta ley? Es evidente. Se pasa de una definición clara de un delito  -una violación, una paliza, un homicidio- a algo que no se puede definir con una mínima objetividad, que en la práctica puede ser cualquier cosa que la mujer, su abogada feminista, el juez o la jueza interpreten como "violencia psicológica". Una discusión subida de tono, una crítica a la mujer o un reproche, una situación de conflicto en la cual el hombre no ceda a las exigencias de su compañera, pueden ser castigadas como "violencia psicológica". Porque éste y no otro es el objeto que se persigue: poner en manos de la mujer un arma aún más potente de dominio y chantaje sobre el hombre. 

A las feministas no les bastan las muchas leyes antimasculinas que ya existen, siempre infames pero que al menos persiguen delitos reales. Leyes que condenan a los hombres sin pruebas, que obligan al acusado a demostrar su inocencia (como en el caso de las "molestias" en el trabajo), leyes que se pasan por los ovarios la presunción de inocencia y mandan a los hombres a la cárcel por el capricho, el interés o el rencor de una mujer. No les basta. Las malditas tienen que inventarse delitos a medida que en la práctica son cualquier cosa que la mujer en una cierta situación interprete o le convenga interpretar como violencia.

En el artículo se dice que varios juristas han expresado "perplejidad" por la difícil aplicación de la ley, entendiendo -supongo- que este "delito" es imposible de demostrar e incluso definir con la precisión que requiere la jurisprudencia. Por lo visto nadie se atreve a decir la verdad claramente:  que se trata de una ley al servicio de una tiranía, que tiene el objeto de castigar al enemigo de clase, que es el género masculino en su totalidad. El hecho de que el delito no se pueda demostrar y ni siquiera definir no es un "defecto" que pueda causar "perplejidad", es exactamente lo que se quería, es un elemento esencial en toda ley inquisitorial, diseñada para perseguir a un enemigo: delito es lo que el inquisidor entiende como tal,  lo esencial no son los hechos en sí, sino a quién se tiene que castigar. No se trata de herramienta de justicia, sino de arma punitiva.

Lo que más llama la atención es que haya sido aprobada por unanimidad. Es decir que nadie ha tenido el valor de protestar, de votar en contra, entre los presuntos representantes del pueblo. Este es el signo característico de una tiranía: sobre los asuntos secundarios se admite la discusión, el circo y la farsa del debate para engañar a los imbéciles y dominarlos mejor; para que los asnos con anteojeras que caminan  en círculo detrás de una zanahoria piensen que son libres.

Pero sobre lo esencial no se admite discusión ni disidencia. Ahí reconocemos el verdadero poder, en el tabú.  

Es tabú hoy en día combatir el feminismo: Unanimidad. En la Asamblea nacional francesa nadie ha sido capaz de votar en contra. Por una parte las víboras y sus gilipollas domesticados, por otra un hatajo de mamarrachos sin coraje y sin principios, temerosos de perder privilegios y prebendas. Parlamentarios hombres en Francia, España y en todas partes, aprueban leyes como ésta, injustas e inicuas para todo el género masculino. Porque las clases dirigentes que tenemos están formadas por individuos sin carácter, a menudo sin cultura y sin inteligencia -son listos, eso sí, lo que es muy distinto-, cobardes y mediocres hasta la médula.

Naturalmente son también espejo de la sociedad en su conjunto porque, si es verdad que un político que se oponga al feminismo perdería muchos votos femeninos, ¿por qué los políticos que defienden y avalan la persecución contra el hombre no son rechazados por la parte masculina del electorado?

Pues porque el hombre medio en Occidente no tiene mayor nivel que sus dirigentes: agilipollado, domesticado, reducido a una larva llena de complejos de culpabilidad por un lavado de cerebro continuo desde hace decenios. Está castrado interiormente, por muchos centímetros de miembro que tenga. Este es el núcleo del problema. Falta de virilidad interior, espiritual.

Y volviendo a España, el cambio de partido al gobierno, tal como está el panorama actual, no arreglaría nada. No seamos ingenuos y vayamos a pensar que cuando el PP releve al PSOE van a derogar las leyes feministas. No lo van a hacer por las razones que he apuntado. Los parlamentos, la clase política, la ONU misma y la corriente de pensamiento dominante en Occidente son enemigos de los hombres y la masculinidad.

Entonces ¿Qué hacer?

Empecemos negándole a toda esta escoria, a todo el estercolero intelectual de la propaganda feminista, a lo que hoy se llama valores "occidentales" -que son cosa muy distinta de nuestra tradición de pensamiento y cultura- respeto, colaboración, legitimidad. No es de los partidos actuales de donde puede salir una reacción, es de fuerzas enteramente nuevas que se hagan eco de una rebelión masculina, ante todo interior. No se trata de continuar una partida de cartas con reglas trucadas contra nosotros, se trata de volcar la mesa y tirar al aire la baraja. Por supuesto no estoy hablando sólo de feminismo, aunque sea parte esencial del problema.

Una vez liberada la propia mente de cadenas mentales todo es posible. Esta es la parte más díficil, el primer paso. Y aportar un grano de arena en esta lucha, ayudar en esta desintoxicación, es la tarea que me he propuesto con mi trabajo en este blog.