viernes, 8 de noviembre de 2013

ZORRAS QUINCEAÑERAS, NIÑOS EMPRENDEDORES Y PUTILLAS ADOLESCENTES



De vez en cuando sale alguna noticia, en nuestro mundo opulento y desarrollado, sobre baby – prostitutas, esto es adolescentes o incluso apenas salidas de la infancia. A veces se trata de ambientes degradados, de las cloacas sórdidas de la sociedad, con situaciones reales de violencia y explotación; sobre esto no hay nada que decir. Está también la niña que se encapricha de un delincuente – que típicamente se dedica a este negocio – y termina en esa situación, de la cual puede salir o no. Pero son casos no muy frecuentes, y no es lo que interesa aquí.

El tema de hoy es otra tipología de baby – prostituta; las adolescentes que pertenecen a familias y ambientes normales, sin particulares estrecheces económicas ni ambientes degradados ni zarandajas, en resumen las niñas bien a las que no les falta nada. Que existen es evidente, aunque naturalmente se trata de un mundo sumergido del cual no es dado saber las reales dimensiones; seguramente las ocasionales noticias que afloran de vez en cuando representan sólo la punta de un iceberg.

También en estos casos se suele hablar en tono escandalizado, patéticamente y ridículamente, de menores obligadas a prostituirse, en un empeño por presentarlas como víctimas y no admitir la verdad. Nadie le pone una pistola en la cabeza a la quinceañera normal que se prostituye, simplemente lo hace por vocación y justamente porque es una quinceañera normal – horriblemente normal – de nuestro tiempo.

Es decir, es una chica receptiva que ha asimilado las ideas, los estímulos, los valores, los ideales y las enseñanzas de nuestra sociedad y nuestra época. Naturalmente no los discursos empalagosos, insípidos y vacíos de los educadores: eso, le entra por un oído y le sale por el otro. Lo que asimila, como adolescente media de hoy, son las enseñanzas verdaderas que nuestra sociedad transmite, los valores reales que hay detrás de la ideología dominante, los estímulos y los ideales auténticos que permean el ambiente.

Todo ello se puede resumir en tres palabras: consumo, sexo y dinero. Desde la infancia y a edades cada vez más tempranas éste es el mensaje verdadero que reciben, es el molde en que se vierte la materia aún blanda de la mente infantil en desarrollo.

La baby putilla de la que estamos hablando no se prostituye porque le falte dinero para comer y vestirse, o porque no tenga un techo donde dormir. Al contrario, tiene sus necesidades básicas bien cubiertas, no le falta nada. Lo que quiere es el último modelo de móvil, horribles y carísimos bolsos, vestidos de marca, joyas, ir al concierto de algún niñato imbécil. No necesita nada de ello en realidad, pero quiere consumir, porque desde niños se nos enseña a ser consumidores; en vez de ideales nos meten en la cabeza las vulgares, adocenadas imágenes del gran sueño consumista. Hay que consumir, comprar, tener muchas cosas, si no consumes no eres nadie, eres una mierda y estás out. Nuestra niña inocente y futura putilla, mucho antes de la pubertad, ha asimilado bien la lección.

Como también está impaciente por entrar en el mundo del sexo, pues recibe mensajes sexuales ya desde la infancia. En vez de respetar y dejar correr los tiempos naturales del despertar sexual, la obsesión con el sexo que es uno de los pilares de la sociedad – como un puritanismo al contrario e igualmente insano – crea una atmósfera sexualizada, que lo va ocupando todo y naturalmente también la infancia, cada vez más. No sé a quién puede sorprenderle que haya putillas de quince años cuando muchas niñas ya se visten auténticamente como furcias, animadas o toleradas por su familia, y cuando se ha destruido totalmente no sólo la moral sexual sino cualquier sentido de pudor y de autocontrol.

Este, por cierto, es el verdadero objeto de la educación sexual a edades tempranas: favorecer la precocidad sexual infantil, transmitir la moral de la promiscuidad universal, la destrucción de cualquier límite y del pudor. Además de neutralizar e impedir cualquier educación que la familia pretenda impartir en sentido contrario, y de paso fomentar la homosexualidad.

¿Qué mensajes y que estímulos recibe una niña que entra en al pubertad, acostumbrada a vestirse como una ramera y a una atmósfera sexual que permea toda la subcultura de masa, incluida la destinada a los niños? Una niña que observa atentamente los ídolos juveniles y los modelos que le propone el sistema, figuras de plástico fabricadas por la factoría de la cultura basura y frecuentemente guarrillas que, no sabiendo hacer nada, se dedican a restregarse contra todo y todos ante las cámaras como perras en celo.

Lo que al final se saca en claro de todo esto es evidente. Muchísimas adolescentes llegan a los trece, catorce o quince años, si no de vuelta de todo, por lo menos con un buen tramo de camino hecho. Han conocido cipotes de todos los tipos, tamaños y curvaturas – y colores por lo de la multiculturalidad -; no debe extrañar que muchas de ellas decidan sacar dinero de ello en vez de hacerlo siempre gratis.

Nadie se debería escandalizar. Al contrario, el liberal coherente debería felicitar a estas chicas por su espíritu emprendedor. Todo el mundo se llena la boca con el espíritu emprendedor, que como sabemos es una palabra clave y uno de los dioses o diosecillos de nuestro tiempo; el espíritu emprendedor indica la santidad en la religión del dinero. Vivimos en la era de los valores económicos; los modelos y los ideales propuestos se resumen en ganar dinero y todo lo demás se valora o menos según se pueda o no medir en dinero y pueda generar un business.

Se fomenta el espíritu emprendedor a edades cada vez más tempranas. Hasta el punto de que hay aberrantes talleres “educativos” para niños emprendedores, cuyo sentido profundo es formarles para que vean la vida y el mundo a través del prisma de la economía y adoren el dinero como valor supremo. Por si alguno pudiera tener otras ideas u otra sensibilidad en la cabeza, hay que cogerlos tiernos para que no se escape ninguno y asimilen bien la lección.

Considerando todo lo anterior, es perfectamente normal e inevitable el fenómeno de las putillas adolescentes. Ya desde la infancia la niña tiene claro que lo importante en la vida es ganar mucho dinero. Ha aprendido que es imprescindible tener status symbols, que vivir es consumir, que hay que tener ropa de marca, el último modelo de juguete electrónico, las infinitas estupideces superfluas que nos han enseñado a considerar indispensables. Ha vivido en un ambiente y una sociedad que se burla de cualquier concepto de pudor, que activamente fomenta promiscuidad y precocidad hasta el mismo umbral de la infancia, una infancia que satura con mensajes sexuales antes de tiempo. Podríamos escribir una simple ecuación:


Espíritu emprendedor + Consumismo + Sexualidad precoz
 =
PUTILLA ADOLESCENTE


Sin olvidar naturalmente – como condiciones al contorno - la disolucion de la familia y sobre todo de la autoridad paterna; la infame labor de legisladores y expertos canalla que sistemáticamente, ideológicamente, las han destruido.

Este es el mundo de hoy y sus valores. Podemos aceptarlo o rechazarlo, pensar que es el mejor de los mundos posibles o que al contrario es una basura; creer obtusamente con los borregos manipulados que estamos en la cima de la evolución humana, o darnos cuenta de que nos hallamos en un pantano de degeneración y una fase de decadencia profunda, de donde es posible y  necesario salir.

Pero quien acepte los valores y las ideas que dominan hoy la sociedad, y luego caiga de las nubes, se haga el indignado y se rasgue las vestiduras por las prostitutas quinceañeras, es sencillamente un gilipollas. Más le vale echar un vistazo a lo que tiene su hijita en el móvil, en  el whatsapp y en el facebook. Por si acaso.