viernes, 12 de mayo de 2017

APOCALIPSIS ZOMBI Y DISIDENCIA





Muchos de los lectores habrán visto alguna de esas desagradables y truculentas películas de zombis en las que muertos vivientes atacan a los vivos para devorarlos. El éxito de este afortunado filón comienza con la película La noche de los muertos vivientes de George A. Romero en 1968 y desde entonces la temática zombi ha gozado siempre del favor del público. Especialmente en los últimos años como bien sabemos: proliferan novelas, relatos, deleznables series de televisión.

No diré que el zombi y su mundo simbólico sean una expresión cultural porque sería un abuso de la palabra, pero sí podemos decir con pleno derecho que pertenecen al imaginario colectivo y no se trata de una moda cualquiera, ni tampoco de una variedad más del gusto por el horror y la casquería, como entretenimiento propio de una humanidad embrutecida. Sin duda hay algo de esto, pero la persistencia de esta temática a través de las décadas testimonia algo más: una atracción oscura, la percepción de algo que nos atañe íntimamente y más cerca de lo que nos gustaría admitir.

Y es que el zombi es tan popular hoy en día porque sentimos de alguna manera una llamada subterránea a la que respondemos con la excusa del entretenimiento, que nos permite horrorizarnos y al mismo tiempo sentirnos atraídos por estas figuras, que se parecen un poco demasiado al tipo humano que nuestra sociedad moderna está forjando. Una sociedad mecánica, uniforme y sin vida auténtica, en la cual los humanos son cada vez más primitivos, moldeados por un sistema que ha desterrado los valores de la personalidad, del espíritu y la voluntad; en una palabra ha mutilado las funciones superiores del ser humano, para alumbrar un monstruoso mundo de no-vida donde nos movemos por reflejos condicionados y resortes elementales. Dicho de otra manera, los zombis están de moda porque, oscuramente, el ciudadano medio de la sociedad del bienestar se intuye y se ve a sí mismo en ellos.

Incluso en alguna de aquellas películas se ve a los zombis merodear por un centro comercial paseando sin objeto aparente, impulsados por un débil siguiendo a seguir las costumbres que tenían en vida. Escenas inquietantes, por lo muy similares que son a lo que podemos ver todos los fines de semana en centros comerciales y centros de ocio: gente merodeando porque no sabe qué hacer con su tiempo, a menudo no sabe qué hacer con sí misma y sobre todo con sus niños aburridos y malcriados, cuyo desarrollo integral de la personalidad es gestionado por expertos.

La analogía se extiende también a la persecución de los pocos supervivientes que son portadores de la verdadera vida, siempre acosados por lo no-muertos para obligarles a ser como ellos. Y aquí podría pensarse a una lectura más optimista que la anterior: quizá los que los zombis sean tan populares porque el espectador se intuye a sí mismo acosado en su humanidad por un sistema no-humano, mecánico y de muerte interior. Desde luego esto es también posible y me atrevo a decir que ambas lecturas son ciertas. Pero como se suele decir, “piensa mal y acertarás”, y aunque muy posiblemente a un nivel consciente el espectador en general se sienta identificado con los humanos perseguidos por los zombis, a un nivel más profundo creo que las cosas están de la otra manera. Una indicación de esto son las fiestas y las marchas zombi, en las que decenas o cientos de personas se disfrazan de muertos vivientes.

Finalmente las historias de zombis encierran, también, una alegoría política cuyo significado se hace más transparente y terrorífico por momentos. Y precisamente a medida que avanza la tiranía de la corrección política, sus doctrinas aberrantes, los contenidos del pensamiento único y el modelo de vida (o mejor dicho antivida) decadente que se nos quiere imponer.

Pasaremos revista muy rápidamente a todo ello. El odio contra la propia cultura y tradición, el patológico sentimiento de culpabilidad histórica, la criminal ideología de las fronteras abiertas, la apología de la invasión del propio territorio y la negación de la identidad. El odio contra el Padre, la campaña contra la familia y la natalidad europea, la apología de la confusión y las desviaciones sexuales, la infame ideología de género que nos imponen en silencio y la corrupción de menores desde la escuela. La propaganda venenosa contra la masculinidad en el hombre y la feminidad en la mujer con el fomento de medio-hombres y medio-mujeres. Por no hablar del dominio sofocante y tiránico de esa lacra que es el feminismo.

Todo lo anterior, absolutamente todo ello, nos habla de enfermedad y decadencia, una enfermedad degenerativa que ataca nuestra civilización y nuestra cultura, amenazando su misma existencia, su futuro y su continuidad histórica.

La alegoría política que encierran los zombis se apoya en una observación elemental: todos podemos ver, en efecto, cómo se pretende perseguir a quienes se oponen a este complejo patológico de ideas destructivas; cómo se les querría expulsar de la sociedad, se les llama impresentables, se afirma que no tienen lugar en el mundo actual; cómo los portadores de la infección ferozmente se afanan por eliminar a quienes rechazan la decadencia, la antivida y la degeneración en nombre de la dignidad de valores superiores. En pocas palabras, cómo los zombis de la corrección política y del pensamiento único quieren devorar y aniquilar a los que quedan vivos, a todos aquellos que defienden la vida y la salud.

En un organismo sano las células anormales, las amenazas a la supervivencia y al futuro, son combatidas y eliminadas por los mecanismos de defensa y los anticuerpos. Pero en un cuerpo devorado por el cáncer la enfermedad vence contra la salud, la muerte destruye a la vida y los muertos persiguen a los vivos para acabar con ellos.

Sin embargo estas consideraciones quedarían algo muertas sin una nota final de optimismo: el cuerpo no está derrotado del todo mientras no abandone la lucha, el zombi no triunfa de verdad y de manera definitiva mientras todavía quede alguien vivo.

Max Romano