Hoy
voy a ocuparme de castigos corporales. No como castigo de delitos sino como
instrumento educativo. Aunque hoy en día es tendenciosamente negado por el sentimentalismo barato imperante, ha sido siempre de sobras conocido que el castigo
corporal -moderado- sirve para educar y corregir. Naturalmente no estoy hablando
de padres violentos, alcoholizados o criminales que descargan su frustración
sobre los hijos, de palizas o lesiones, sino de un bofetón o un cachete en el
momento oportuno, que muy a menudo es exactamente lo que el niño necesita para
entender que está haciendo algo mal y corregir su conducta.
Hay o debería haber una distinción clara entre
el maltrato y el castigo educativo. Que esta distinción no sea siempre neta es otra cuestión,
pero el negarla y considerar cualquier castigo físico como
maltrato es caer en el más completo fanatismo.
No
se trata de una cuestión teórica sino muy actual: este fanatismo ya se ha hecho
ley en nuestro país y en muchos otros, siguiendo las imposiciones de los
organismos internacionales. Ya el mero hecho de que existan estas leyes
represivas y absurdas es un mal en sí, pero es que, además, siempre hay algún mentecato
que se las toma al pie de la letra, y es muy real la posibilidad que sean aplicadas
realmente y con rigor. Recuerdo que hace no mucho, cuando una ley de este tipo que
ilegalizaba totalmente cualquier tipo de castigo corporal se aprobó en España,
las lenguas de serpiente decían que después de todo nadie iría a la cárcel por
dar un simple cachete a su hijo. Pero, muy al contrario, lo que estos defensores de la ineducación quieren es realmente esto, imponer su buenismo y su anorfa mentalidad. Y no se trata de temores infundados sino de algo que ya está pasando: recientemente un italiano que estaba de vacaciones en Suecia ha sido encarcelado por dar un bofetón a su hijo que
tenía una rabieta. Ahora está en espera de juicio:
Esto
es el triunfo de la estupidez y la locura. De acuerdo, puede ser un caso muy especial, Suecia es un país que los progres suelen poner como modelo de sociedad civil, lo que naturalmente quiere decir que es uno de los más fanáticos y socialmente degenerados, políticamente correctos y tierra prometida de todas las aberraciones sociales actuales. Además de ser probablemente la peor tiranía feminista de Europa. Pero no se trata de un episodio aislado ni de la sola Suecia sino de la dirección que está tomando la sociedad occidental. La basura que comienza en otros lugares llega aquí después de unos pocos años. Este padre, detenido como si fuera un delincuente, es el símbolo de la tendencia hacia una tiranía sofocante, opresiva, feroz, en la cual pueden detenerte por algo
insignificante si no se siguen las reglas rígidas, inflexibles de la
corrección política y de la mentalidad dominante. Es importante notar que este
hombre no dio una paliza a su hijo ni le rompió un hueso ni nada por el estilo.
Un simple bofetón para atajar una rabieta como muchos de nosotros hemos
recibido o propinado.
Es típico,
no ya de dictaduras o gobiernos autoritarios, sino de las peores tiranías ser
apresado por acciones insignificantes. Y también es típico entrometerse de esta
manera en los asuntos de la familia, pretender dictar hasta el último detalle
cómo los padres deben educar a sus hijos. En los regímenes autoritarios
clásicos "de derechas" esto no existía: el Estado ciertamente imponía su visión y
sus valores en el sistema educativo, como es natural y se ha hecho siempre en cualquier régimen, pero esencialmente mantenía un cierto
respeto por el ámbito familiar, reconocía en la sacralidad o en la institución
de la familia un límite, no pretendía entrometerse en todo como una repugnante
institutriz-inquisidora, una señorita Rottenmeier estalinista. Porque efectivamente tenemos que ir hasta la época de
Stalin para encontrar un Estado que desprecia hasta ese punto la familia y se entromete
de manera tan capilar, sofocante, en cada aspecto de la vida, hasta el punto que
transformó a los niños en delatores que llegaban a denunciar a sus proprios padres.
Esta
consideración nos muestra claramente la matriz de esta profunda intolerancia y
este afán inquisitorio. La matriz del marxismo cultural y el profundo ramalazo de intolerancia de quien desea normalizar la sociedad y las personas a un pretendido modelo universal y válido para todos. Si a mí no me gusta cómo otro educa a su hijo podré
decírselo o no, podré tomar medidas y evitar el contacto con mis hijos, podré
intentar que mi punto de vista se adopte en el sistema educativo, podré hacer
muchas cosas, pero seguramente no voy a intentar meterle en la cárcel porque no
educa a sus hijos como yo quiero.
Quien
defiende este tipo de leyes en cambio no se limita a
maleducar a sus hijos, lo cual en definitiva me puede dar igual y en cualquier
caso acepto porque reconozco y respeto ciertos límites. Es que pretende meterme a mí en la cárcel
por no educar a los míos como él quiere. De esta pasta están hechos.
¿Será
este el próximo paso de esta gentuza transformar a nuestros hijos en delatores
animándolos a denunciar a sus padres para que éstos sean reeducados? Es el paso lógico sucesivo, después de haber transformado a los niños en pequeños tiranos con sus ideas educativas. Excepto,
naturalmente, los que han tenido la fortuna de poder recibir un cachete a tiempo.
Esta
injerencia obsesiva, agobiante, en el ámbito familiar, este deseo enfermizo de
regular y legislar todo, dirigir hasta
el último detalle llenándose por otra parte
la boca con la palabra libertad, es
uno de los aspectos del sistema profundamente opresivo que se está construyendo. En el ámbito
educativo es la tiranía del sentimentalismo barato de las maestrinas
y madres progresistas, que en vez de dar a los niños lo que necesitan, que es autoridad y límites claros, sostenidos
por castigos y correcciones cuando es necesario, pretenden educar con la
manipulación y con su absurda verborrea que no sirve más que para confundirlos.
Pero
en definitiva ¿Qué tiene tan malo el castigo físico? Repito que no estoy
hablando de maltrato o de un adulto que descarga su agresividad o sus frustraciones, lo cual es
siempre condenable y cobarde, sino de una herramienta que debe usarse de manera
razonable y con criterio. En mi práctica como padre
raramente uso castigos corporales pero alguna vez he soltado bofetones,
cachetes y azotes y estoy totalmente convencido de su bondad.
Estos
castigos son buenos y efectivos no tanto porque se produzca dolor
–necesariamente limitado y temporal, porque si no sería efectivamente maltrato-
sino porque es un poner orden y un ejercer autoridad de manera clara, limpia y comprensible de manera inmediata.
Naturalmente para cumplir su objetivo y ser eficaz para corregir, es necesario que el castigo no sea arbitrario
sino justificado por un motivo bien preciso. Y además quien lo imparte debe tener autoridad y prestigio a los ojos del
niño.
Ser
castigado arbitrariamente, por una autoridad que se desprecia y se siente como
ilegítima es humillante y produce sólo odio y rebelión. Ser castigado por un
motivo claro, por alguien a quien se reconoce como autoridad justa y legítima es educativo.
No
se trata de negar el valor del diálogo en la educación, sólo de notar que es
absurdo pretender educar manipulando la mente de los niños con palabras desde
la más tierna edad. Así salen luego, por supuesto, como toda la realidad nos dice, sin que los educadores
progresistas sean mínimamente capaces de reconocer sus errores y rectificar.
Naturalmente
existen otros castigos no corporales, e imagino que quien a toda costa no
quiere dar bofetones o azotes podrá encontrar otras formas. Pero es que quien
se horroriza ante cualquier castigo físico y tiene esta fijación mental, que raya
en lo patológico, hasta el punto de querer imponerla a los demás, normalmente es contrario
de manera visceral a cualquier principio de autoridad y a los castigos en general.
Pertenece a la nefasta categoría de los que pretenden educar con el blablabla…y por desgracia esta gente es la
que escribe las leyes y domina el sistema educativo.
Los castigos
corporales son si se quiere una forma de violencia, aunque muy limitada. El negarse a reconocer que puedan tener valor viene de un
afán por eliminar totalmente cualquier forma de violencia física en la
sociedad, aun la más leve. Esta necia obsesión no ya por controlar o canalizar
la violencia –que es una necesidad en cualquier sociedad- sino por eliminarla
totalmente, es uno de los más claros signos de la falta de sensatez de nuestra
sociedad y de sus pretendidos expertos…
Expertos
que son responsables y cómplices de formas muchísimo más graves de violencia
hacia la infancia que no son educativas sino todo lo contrario, destructivas y dañinas para su
personalidad y su crecimiento.
Todos
las expertas y los expertos que se horrorizan por un simple bofetón no parecen
tener nada que decir sobre muchas otras cosas. Al contrario, las suelen
aprobar.
¿No
es violencia someter los niños a la publicidad infantil, creada y difundida por
canallas cuyo objetivo es manipular sus mentes para propósitos comerciales? ¿No
es violencia dejarlos delante de la televisión mientras absorben el chorro
continuo de basura que entra en su cerebro?
¿No
es violencia expulsar al padre de sus vidas porque leyes y sentencias
judiciales escritas con la vagina consideran que el padre no es necesario en la
vida de los hijos y su única función es ser un cajero automático?
Lo
mismo podríamos decir de negarles su derecho a una identidad sexual con la educación neutra, o hacerles crecer con
dos mariconas, dos marimachos o madres solteras y egocéntricas que los han encargado en el laboratorio, en vez de con un padre y una madre. Y podríamos continuar un buen rato.
Todo esto les parece muy bien, pero eso del padre que da un cachete al niño...
¡Qué
horror! ¡A la cárcel con él!