domingo, 23 de enero de 2011

LEY ANTITABACO

Llevamos dos semanas de la nueva ley que regula dónde se puede fumar y dónde no. Es una de las leyes más restrictivas en el mundo, en la línea del moralismo salutista y de la campaña prohibicionista dominante. Esta campaña, aunque no carece de razones como comentaré, me parece evidente que hace mucho se ha pasado de la raya y tiene mucho de fanatismo y de afán persecutorio, en el cual no es difícil adivinar la influencia de un cierto moralismo puritano.

No voy desde luego a defender las multinacionales del tabaco, que atiborran sus productos de sustancias para aumentar la adicción de los fumadores  y han mentido siempre como bellacos, ni voy a negar que fumar perjudica la salud. Además a menudo los fumadores tienen poca educación y respeto por los no fumadores. Entre paréntesis, quien escribe no es fumador.

Efectivamente hacía falta una revisión de la normativa porque aunque en los locales públicos antes el propietario tenía la opción de dejar o no fumar, en la práctica en casi todas partes se podía, y para el no fumador era bastante difícil encontrar un lugar libre de humos. El humo puede molestar bastante a quien no fuma y esto a menudo no lo entienden los fumadores o les importa un pito.

Pero es que hemos pasado al extremo opuesto, negando al fumador la posibilidad de tener locales donde poder practicar su hábito -o vicio- tranquilamente, llegando al fanatismo de prohibir fumar al aire libre en ciertas zonas. Porque fanatismo es la única palabra que cuadra aquí, pretender que en ciudades llenas de contaminación el problema sea el humo de los cigarrillos de diez o quince fumadores que están en un punto dado de la calle.

Algunos propietarios están buscando la manera de reconvertirse en clubes de fumadores pero la cosa es problemática porque la ley pone muchas trabas para esto. Se podría haber intentado una distinta regulación para garantizar la coexistencia de locales con y sin humo, por ejemplo penalizando en cierta medida los locales para fumadores, de tal manera que ambas elecciones fueran económicamente viables y existiera una oferta suficiente para ambos grupos.

Pero no han ido por ahí los tiros ni ha existido tal procupación. Se ha insistido en la línea del moralismo y la actitud persecutoria típica de las campañas antihumo, que cada vez van a más.

Por ejemplo la demencial propuesta de prohibir fumar en el propio coche que he oído más de una vez, con el risible argumento de que distrae y provoca accidentes. Risible porque el encendedor y el cenicero en el coche, como todo el mundo sabe, están diseñados para que la distracción sea la menor posible, ciertamente no superior a la de mirar el GPS o poner música. ¿Vamos a prohibir los GPS y los equipos de música en los vehículos? Los inquisidores antihumo no parecen haber pensado tampoco que no poder fumar en al coche pondría más nerviosos a muchos con el consiguiente aumento de los accidentes.

Otro ejemplo son las advertencias terroristas en los paquetes de tabaco sobre los peligros del humo con la intención de amargarle la vida al fumador la mientras enciende su cigarrillo.

¿Nos gustaría que cada vez que compramos un alimento grasiento, un dulce o chocolatina, o cada vez que pedimos un plato o una ración nos estropearan la comida obligándonos a leer advertencias sobre el colesterol o a mirar desagradables fotos de grasa corporal? Todos conocemos a alguien que cuando probamos un bocado se siente en la obligación de sermonear sobre los riesgos para la salud de comer en exceso, y creo que la mayoría de nosotros les retorcería el pescuezo con gusto a tales personajes. ¿Nos gustaría que cada vez que bebemos alcohol en la copa haya grabada una imagen de un hígado destrozado por la cirrosis?

Admito que en ciertos casos advertencias de este tipo serían oportunas. Por ejemplo cada vez que uno compra una televisión debería estar escrito con enormes tipos: “Ver mucha televisión vuelve gilipollas”. Sin embargo por alguna razón no parece haber campañas moralizadoras en esta dirección.

En definitiva me parece clara la existencia de una persecución y un moralismo salutista que quiere hacer del fumador un apestado. Que se cuide la salud pública está bien y es un deber del Estado, pero al final cada uno debe ser responsable por su salud y pagar las consecuencias si no lo hace.

Esto nos lleva a un argumento esgrimido a menudo por los prohibicionistas: los gastos sanitarios. ¿Por qué quien no fuma debe pagar los gastos derivados del vicio de fumar?

Perfectamente. Pero no se comprende por qué esto debe valer sólo para el tabaco. ¿Por qué quien cuida su alimentación debe pagar los costes sanitarios generados por gordos y sebosos que son tales porque incapaces de controlarse o simplemente por propia elección? ¿Por qué quien se mantiene en forma debe pagar la asistencia de quien es demasiado perezoso y carente de voluntad como para hacer ejercicio físico o de quien elige no practicarlo?

¿Por qué quien vive en el campo debe pagar el coste generado por quien vive insanamente en una ciudad con el aire envenenado?

Podríamos seguir al infinito: quien escribe por principio no recurre a medicinas o a asistencia médica excepto en casos muy particulares. ¿Por qué tengo que pagar los gastos médicos generados por quejicas que atestan los consultorios por cualquier estupidez o blandengues que son incapaces de soportar la menor molestia y abusan de las medicinas?

Está claro cuál es la cuestión. Y existen dos respuestas posibles para ella.

Una posibilidad es que cada uno se haga cargo de los gastos sanitarios generados por sí mismo y sea totalmente responsable por su salud. Asistencia de base para todos reducida al mínimo como urgencias y pediatría, y para los adultos contribuciones diferenciadas o sanidad privada voluntaria. Si mi estilo de vida es desastroso desde el punto de vista de la salud, pago para cubrir los gastos derivados o previsibles del riesgo adicional o bien renuncio a ello. Es mi elección y en todo caso no tengo por qué soportar campañas salutistas ni moralismos de ningún tipo.

Esta es una opción y no se puede tachar de injusta. Es de un individualismo extremo y puede ser discutible, pero si queremos llevar hasta sus consecuencias el principio de responsabilidad personal es la única posible. Aunque no se adopte esta visión extrema un sistema equitativo debería incorporar al menos en parte este principio, y seguramente contribuiría a limitar los hábitos nocivos bastante más que las campañas salutistas.

La otra posibilidad es que los costes sanitarios se distribuyan entre todos al menos en parte. En este caso la sociedad es lógico que se ocupe activamente de los hábitos de vida del ciudadano e intente limitar aquellos que son más perniciosos, pero siempre conservando un sentido del límite. De lo contrario nos encontraremos en una sofocante tiranía salutista en la que un Estado metomentodo se inmiscuye de manera impertinente en nuestra vida privada y en definitiva acaba amargándonos la vida.

Porque como sabemos todos lo bueno o engorda, o hace daño, o es pecado.

Una vida perfectamente ordenada, saludable, organizada y equilibrada, regulada por gráficos y tablas, totalmente racional, sin vicios, manías o hábitos censurables, es insoportable para cualquier persona normal. No es más que el sueño enfermizo del moralista puritano.

Como nota final, he observado que mucha gente se ha acalorado bastante con motivo de esta ley…riñas, disputas e insumisiones, conatos de resistencia organizada. Todo ello es bastante deprimente si consideramos que en otros temas más importantes no nos ha salido esta vena peleona, cuando habría sobradas razones no sólo para conatos de resistencia, sino para una rebelión organizada y masiva contra quien nos gobierna. Pero parece que nos acaloramos sólo cuando nos quitan el cigarrillo en el bar.

Eso es lo deprimente.

jueves, 20 de enero de 2011

BABEL ESPAÑOLA

Hoy comentaré muy brevemente la última estupidez que ha parido nuestra clase gobernante: el uso de las lenguas autonómicas en el Senado y la consiguiente necesidad de traducción simultánea.

Primer día del senado multilingüe

Me recuerda un pasaje de una película de Woody Allen en el cual dos personajes hablaban en inglés y un tercero hacía de “traductor” repitiendo lo que decían uno y otro. Al final los loqueros se llevaban al “traductor”…

Más allá del despilfarro de dinero, que no es más que una gota de agua en el océano de gastos inútiles o de simple robo del dinero público, tenemos la situación demencial, absurda, de senadores que se pueden entender perfectamente unos a otros hablando en español, pero se empeñan no hacerlo imponiendo su capricho de hablar sólo las lenguas autonómicas.

Esto es estupidez purísima, destilada. Estamos en un país de gilipollas si es que hacía falta confirmación de ello. A toda esta gente habría que ponerla a cavar la tierra para que se les pasara la tontería, ocupación por otra parte dignísima y bastante más noble de lo que hacen.

Pero no es sólo eso, es sobre todo arrogancia de ciertas fuerzas políticas que han basado su programa en el rechazo a lo español y en particular a la lengua española. Que haya lenguas cooficiales donde éstas estén arraigadas y la gente las hable me parece estupendo, pero la única lengua oficial en toda España es el español, y por tanto es la única que se debería admitir en una institución que representa a toda la nación.

Esto es de cajón y totalmente evidente. Un gobierno digno de este nombre debería imponer esto sí o sí. Como por otra parte debería hacer muchas otras cosas como impedir la persecución lingüística contra el idioma nacional. La payasada multilingüe en las instituciones no es un reconocimiento de risibles y presuntos derechos, es simplemente el rechazo a lo español y el deseo de erradicar todo lo que recuerde España. Por cierto, me gustaría saber si estos políticos vascos, catalanes y gallegos –cuando no tienen el intérprete a mano- hablan entre ellos en esperanto o en inglés para entenderse. Sería lo suyo.

Pero donde hay un caprichoso que se sale con la suya hay también alguien que se lo consiente. Es éste el problema: la total falta de cojones del gobierno central.

Seguramente no se puede esperar más de una fuerza política cuya ideología tiene como substrato profundo la apología de la debilidad, pero es en general el modelo de las autonomías que ha fracasado completamente. Fracasado desde el punto de vista del interés de la nación.

Naturalmente no es un fracaso para la clase política y sus clientes, para el ejército de enchufados mantenidos por este absurdo modelo, que ha multiplicado instituciones y organismos públicos mucho más allá de toda razonable necesidad social. Además de haber multiplicado los impuestos necesarios a mantener todo el tinglado.

Pero además de esto, el nefasto estado de las autonomías ha dado alas a cierta gente de mentalidad pequeña y limitada, cuya expresión son las fuerzas políticas separatistas.

En la mayor parte de éstas buscaremos en vano una verdadera reacción contra la homologación de las personas y los pueblos, la destrucción de las diferencias a nivel mundial, la imposición de un pensamiento y modelo social único. Esto sería un verdadero discurso identitario pero difícilmente esta gente afrontará tales temas; en esta aspecto su mentalidad es perfectamente alineada y conformista. Para defender un discurso identitario hace falta primero reconocer el carácter mundial del enemigo y comprender que encerrándose en sí mismos no se va a ninguna parte. En suma es necesario ser capaz de defender una identidad que no se pierde sino se enriquece al pertenecer a una realidad más grande.

Demasiado para que entre en las cabezas de estas nulidades que infestan nuestras intituciones. A ellos les basta con que no se hable español, el odiado idioma de Cervantes. Por lo demás pueden darles por el culo y estarán felices y contentos con tal de que no se haga en español.

miércoles, 5 de enero de 2011

CUANDO EL OGRO ES LA MADRE (II): El síndrome de Münchhausen

Como anunciado, hablaré en esta segunda entrega de un aspecto de la violencia de las madres contra sus hijos que probablemente casi todo el mundo ignora y es deliberadamente ocultado por los medios. Podemos hablar de una conspiración del silencio en toda regla.

Muchos no sabrán qué es el síndrome de Münchhausen. Se trata de una de las no-enfermedades que proliferan en nuestra patológica sociedad. Consiste en la simulación de una dolencia o en provocársela uno mismo para ser tratado como un enfermo. Se distingue de la simple simulación para obtener ventajas en que lo que se busca es obtener atención médica, aun al precio de provocarse daños reales a sí mismo. También se distingue de la clásica hipocondría en que el hipocondríaco está morbosamente pendiente de sus síntomas y su salud, convencido de padecer enfermedades imaginarias o estar a punto de padecerlas.

Pero lo que aquí nos interesa es el síndrome de Münchhausen por poderes, una forma de maltrato infantil en la que un adulto provoca enfermedades o lesiones en un niño que está bajo su custodia, a menudo con actos que sólo se pueden calificar como tortura, y que a veces llevan a la muerte del infante.

Si se desea información acreditada se puede buscar en los recursos médicos disponibles en red. Para una introducción al tema es adecuada la voz de Wikipedia:

En este tipo de maltrato casi siempre es la madre la responsable. De cara al exterior, al personal sanitario, a sus conocidos o a su compañero, es una madre llena de amor y ternura, que se desvive por su hijo y sufre por sus inexplicables dolencias que se resisten al tratamiento médico y no curan nunca. Pero cuando está sola con su hijo y está segura de que nadie la observa se convierte en verdugo. Como una pequeña muestra de la galería de horrores, se han observado casos de envenenamiento, ahogamiento,  inyección de orina para provocar infecciones, suministración de sustancias para provocar vómito y diarrea…con cierta frecuencia el maltrato se convierte en infanticidio porque el resultado final es la muerte del niño.

Si alguien entra en la habitación la farsante deja inmediatamente lo que está haciendo y se convierte de nuevo en una madre abnegada y llena de premura por su hijo. Podemos bien imaginarnos las lágrimas con las que pregunta al médico qué es lo que le pasa a su hijito y por qué tarda tanto en curar. La simulación es tan perfecta que engaña al personal sanitario y a sus allegados, quienes no sospechan mínimamente lo que pasa. Cuando algún doctor empieza a no ver clara la cosa la madre simplemente cambia médico.

No está mal elegido el nombre de este trastorno: no es el nombre del descubridor sino que hace referencia al Barón de Münchhausen, noble alemán del siglo XVIII, famoso mercenario y farsante que se inventaba historias increíbles e inspiró el gustoso clásico de Bürger acerca de sus inverosímiles hazañas, hasta el punto de ganarse una reputación de mentiroso oficial. Nadie dejará de apreciar el siniestro sentido del humor que tiene el nombrecito.

¿Se trata de casos aislados, ejemplos rarísimos y extremos de desorden mental? ¿Cómo podemos estar seguros de que la madre martiriza al hijo a escondidas?

No se trata de casos aislados ni raros, y las madres en general son mujeres normales. Es exactamente este el quid de la cuestión –mujeres normales según los parámetros actuales de normalidad- como después comentaré. En cuanto al cómo se han descubierto estos casos se utilizaron cámaras ocultas en hospitales de Inglaterra y Estados Unidos; ante la elevada incidencia de inexplicables dolencias, accidentes y enfermedaders crónicas en niños de corta edad, en algunos centros se decidió investigar el asunto. Lo que se encontró es para poner los pelos de punta. Recomiendo la lectura atenta de este artículo:

Como resulta de estos datos en el 95% de los casos –otros dan el 90%- es la madre la que inflige este tipo de maltrato. En general en la mayor parte de los malos tratos físicos a niños es la madre la responsable, y es ésta una realidad cuidadosamente ocultada por las maquinarias de la mentira que forman la opinión pública. No son casos raros: en los pocos hospitales donde se hizo este experimento eran decenas las madres que hacían intencionalmente daño a sus hijos, lo cual nos indica que estamos hablando de miles y miles de casos. Muchos de estos niños, aun los de muy corta edad, es presumible que sufran secuelas permanentes a causa de las torturas infligidas por parte de quien debería haberlos cuidado. Pero algunos ni siquiera llegan a la edad adulta porque la madre no se queda en el maltrato sino que llega al infanticidio.

Según podemos leer en el informe arriba citado, los médicos que estudiaron el tema opinan que al menos –y probablemente bastante más- el 10% de las muertes infantiles en Estados Unidos son debidas al síndrome de Münchhausen. Estamos entonces hablando de decenas o cientos de casos de infanticidios encubiertos que quedan impunes. Si pretensión alguna de rigor, simplemente para hacernos una idea de las cifras en juego, consideremos que en nuestro país nacen aproximadamente 500.000 niños al año y la mortalidad infantil es de 3.5 . Suponiendo que en el 10% de los casos se trate de asesinato tenemos una cifra indicativa de 175 infanticidios anuales. Sólo para niños menores de un año. Naturalmente el estudio y el porcentaje del 10% se refiere a los Estados Unidos y además es un campo en el que no hay certezas, por lo cual no hay que tomar este número por más de lo que vale. No es nada más que un orden de magnitud pues hay demasiados factores desconocidos. Sin embargo creo que es evidente que no estamos hablando de casos aislados y raros, sino de cómo mínimo varias decenas de casos al año de madres que asesinan a sus hijos. Asumiendo –por ejemplo- que en 150 de estos casos sea la madre la asesina tenemos más del doble de los homicidios de mujeres en 2010 debidos a crímenes pasionales, que es como se llama en cristiano a la violencia de género.

Llegados a este  punto es superfluo observar que, mientras tenemos hasta en la sopa la demagógica campaña contra la violencia de género y una sistemática propaganda destinada a criminalizar al hombre, no se ve por ninguna parte una campaña contra la violencia materna a la cual se dedique el doble de recursos y dinero que a las campañas contra la violencia machista…no se ven gilipollas en televisión sacando tarjeta roja a la madre asesina, ni se ven carteles que digan cuando torturas a tu hijo dejas de ser una mujer…hay eso sí un silencio ensordecedor sobre todo el tema de la violencia ejercida por mujeres, silencio que la criminal secta feminista que gobierna nuestro país ha impuesto por doquier con prepotencia, amenazas y mentiras.

¿Por qué una mujer normal tiene este comportamiento? ¿Se puede hablar de mujer normal en estos casos? ¿Qué demonio interior se apodera de la mujer que olvida y niega su instinto materno de protección hasta ese punto?

En los enlaces arriba indicados se ofrecen explicaciones para este comportamiento pero honestamente me parecen superficiales y totalmente insuficientes:

“A estas madres les gusta el prestigio social de una enfermedad misteriosa; les gusta la proximidad a los profesionales médicos poderosos; les gusta la atención y el drama, la prisa de la adrenalina del la Sala de Urgencias. Además de eso, algunos parecían obtener satisfacción por aterrorizar a sus niños”

A estas pseudo-explicaciones se une una tendencia a exculpar a la madre y considerarla una enferma en vez de una criminal, a tratarla con una curiosa delicadeza y con guantes de seda. ¿No es la misma invención de esta no-enfermedad, el Síndrome de Münchhausen por poderes, una manera de liberar de su responsabilidad y disculpar a las madres asesinas? Seré repetitivo pero no veo por ninguna parte esta comprensión hacia los hombres que matan a sus compañeras. Ellos son siempre criminales a secas, apestados y bestias humanas. Sin embargo, bajo cualquier punto de vista, la tortura y el asesinato de un infante totalmente inerme, que no puede ni defenderse ni llamar a la policía, es mucho más grave.

En realidad estas pseudo-explicaciones indican que todavía no se quiere –o no se puede porque es un discurso inaceptable- ir hasta el fondo de la cuestión. Aquí chocamos con una barrera invisible y uno de los tabúes que tiranizan nuestra sociedad. Sin embargo un mínimo de honestidad mental permite ver que hay un fondo muy claro en estos comportamientos de ciertas madres, un denominador común que nos proporciona una pista para comprender. La explicación más sencilla es a menudo la correcta y en este caso creo que es evidente: estas acciones son fruto del odio.

Estas madres odian a sus hijos.

Un odio que puede convivir quizás en con una morbosa forma de amor materno, odio que quizás ni siquiera reconozcan tener en sí muchas de ellas, pero un odio que existe, subterráneo, feroz e implacable y que en un momento dado aflora con efectos devastantes.

Este odio hacia los propios hijos en realidad hay quien lo ha observado en la vida cotidiana, en formas menos dramáticas, especialmente en las mujeres de los países más avanzados y en particular en las mujeres más emancipadas. Como apunte personal, en mis años de estancia en Italia alguna vez he tenido la ocasión de escuchar observaciones de mujeres procedentes de países menos avanzados, provenientes del Este europeo o de ex-repúblicas soviéticas. Estas mujeres observaban en las madres italianas, cuando regañaban a sus hijos, cuando los llevaban al parque a jugar, una irritación continua hacia ellos, un hastío y a veces un verdadero odio que a duras penas podían ocultar.

Es sólo una observación personal, naturalmente, que cada cual podrá confrontar con sus personales experiencias. Pero no creo equivocarme cuando afirmo que este odio subterráneo de la madre hacia sus propios hijos existe en muchas mujeres y envenena la vida de los niños. En unas pocas el odio aflora y las hace maltratarlos. Y en un reducido número se desborda y las lleva a matar.

Es importante notar que en los casos de que hablamos la mujer ha elegido libremente tener a sus hijos, pues estamos hablando de Europa y Estados Unidos, donde el aborto tiene pocas restricciones y métodos anticonceptivos de todo tipo están disponibles para cualquier mujer. Donde además la mujer tiene el monopolio absoluto de las decisiones sobre la reproducción y la opinión del hombre no vale un pimiento.

Debemos pues considerar que son hijos que la mujer ha decidido tener. Sin embargo los hechos indican también otra realidad que se solapa a este deseo de maternidad: a la mujer moderna le jode profundamente tener que ocuparse de sus hijos y aceptar los sacrificios que conlleva la maternidad. Los hijos son cada vez más un estorbo para ella y sus sueños de carrera y de equiparación al hombre en todos los terrenos. Le han lavado la cabeza durante decenios denigrando la maternidad, la figura de la madre y del ama de casa. Le han enseñado que ser madre no la realiza como mujer, que es algo inferior y despreciable, indigno de mujeres modernas e independientes. Toda esta propaganda feminista naturalmente no basta para erradicar el instinto de maternidad pero sí para crear un conflicto interior que pagan caro ellas mismas y sus hijos.

Mucho mejor para realizarse un vulgar sueño de presentadora televisiva o actriz con tetas de silicona y monstruosos labios artificiales, una adocenada imagen de revista de moda como ideal estético que al primer embarazo se viene abajo…

Mucho mejor para realizarse los ejemplos humanos de subnormalidad profunda que nos muestran programas como Gran Hermano y en general el entretenimiento televisivo, poblado por personajes que compiten para ver quién es el más mierda de la pandilla. Observemos de pasada que toda esta basura no refleja en rigor la realidad y la sociedad como son, sino lo peor de una cierta realidad enfatizándolo deliberadamente como modelo.

Histéricamente, penosamente, obsesivamente, estas pobres mujeres víctimas de sí mismas intentan que los signos de la maternidad no se vean en su cuerpo, pretenden parecer veinteañeras a los cuarenta años, convencerse de que pueden dedicarse a una carrera profesional a tiempo completo como cualquier hombre y al mismo tiempo ser madres. Como esa patética eurodiputada que se llevaba a su bebé al Parlamento Europeo hace pocos meses para darle el pecho allí.

Es el feminismo que ha enseñado a las mujeres de Occidente a odiar a sus hijos y a considerarlos un estorbo para su carrera. Esta es mi hipótesis que considero más que probable y merece ser investigada en profundidad. Cada uno puede observar la realidad que le rodea y sacar sus propias conclusiones. Otra ignominia más cuya responsabilidad antes o después pesará como un ladrillo sobre la criminal secta feminista.

Lo que no es hipótesis sino incontestable realidad es la carga de odio y maldad que alberga la mujer –feminista o no- dentro de sí. Se trata del aspecto destructivo de lo femenino, de un lado oscuro y terrible presente en la mujer que muchas culturas han presentido y plasmado en forma de mito. Quizás una de las funciones que tiene en la humanidad la polaridad entre principio masculino y femenino es mitigar y controlar cada uno el potencial negativo y de destrucción presente en el otro, ayudándole a dar lo mejor de sí.

La tiranía feminista ha creado hoy una situación en la cual la maldad femenina está fuera de todo control y corre libremente como un monstruo desbocado y sanguinario.

martes, 4 de enero de 2011

CUANDO EL OGRO ES LA MADRE (I): La violencia visible

Hoy voy a hablar de un tema que anuncié en su momento, de un aspecto de la violencia femenina poco conocido porque los medios lo silencian o pasan de puntillas sobre él. Se trata de las mujeres que matan a sus hijos o los torturan. En el tema del maltrato infantil nos han lavado el cerebro de tal manera que espontáneamente lo asociamos a la imagen del padre o padrastro violento, y si se le puede meter también la etiqueta de maltratador mejor que mejor. Sin embargo los verdugos de la infancia no son sólo hombres: también la madre puede ser el ogro. De hecho lo es con una frecuencia sorprendente. Partiremos de este artículo que tiene datos interesantes:


En esta fuente se detallan los sucesos caso por caso. Otros medios dan la noticia con una extraña sobriedad, casi con pudor en vez de propinarnos uno de los verbosos artículos llenos de veneno antimasculino con que nos castigan cuando se trata de violencia machista. El motivo es claro: de las 20 víctimas 13 lo fueron por mano de la madre y 7 por mano del padre.

Pues sí, la mayoría de estos delitos fueron cometidos por mujeres. Ciertamente se trata de un dato particular y una muestra pequeña, pero nos indica que existe una violencia femenina que se ignora deliberadamente, porque el lavado de cerebro feminista exige silenciarla, presentando la mujer como un  ser angelical que no puede hacer daño a nadie, eterna víctima. Pero de hecho no sólo existe la violencia femenina, sino que los datos sugieren que son prevalentemente mujeres las que cometen estos crímenes, especialmente contra niños de corta edad.

Los datos también sugieren que a la hora de considerar el sexo de los infanticidas es fundamental el origen. Es decir si son españoles o extranjeros: de los siete casos en que los homicidas son hombres, en un caso se trataba de un dominicano y en otros tres de un marroquí. No se dice nada del origen de las mujeres asesinas pero sospecho que todas o casi eran españolas, menos la inglesa que ahogó a sus dos hijos y que asimilo a las españolas pues es europea occidental.

Las mismas observaciones cabe hacer sobre los crímenes pasionales en los cuales hombres matan a mujeres, la llamada violencia de género: la proporción de asesinos procedentes de África del Norte o Sudamérica es bastante superior a la proporción de inmigrantes de ese origen en la población. Estos son números puros y duros;  ningún cacareo progresista cambiará su significado que es clarísimo, y por ello se silencian. Antes que un problema de género es por tanto un problema cultural pues inmigrantes de ciertas proveniencias se traen la violencia con ellos. Sin embargo las odiosas leyes feministas que se aprueban con el pretexto de esta violencia castigan y les hacen la vida imposible a los hombres en general, a menudo en situaciones en que el maltrato no existe en absoluto, o existe sólo en la mente enfermiza de quien ve en cada hombre un maltratador.

Volviendo al tema de las madres asesinas, en  realidad la proporción que sugieren estos veinte casos es poco indicativa porque, como sabe cualquiera que se haya interesado por el tema, en una gran mayoría de los casos los infanticidios son cometidos por mujeres. Es difícil recoger informaciones fiables pues los datos estadísticos son manipulados y camuflados, los medios tienden sistemáticamente a disimular los hechos y a exculpar a la mujer, como sucede siempre que un crimen es cometido por una fémina.

¿Cómo es posible que una mujer mate a su hijo? Parece difícil de admitir pues según la propaganda vigente la madre es siempre amorosa y sacrificada, el hombre es egoísta y hay que hacerle entrar en razón a golpe de juzgado, la mujer es incapaz de hacer el mal y de cometer violencia, el hombre es violento por naturaleza y hay que tratarle como un delincuente al mínimo indicio o denuncia.

Esta imagen es radicalmente falsa, una cochina mentira feminista más. La mujer tiene dentro una carga de maldad y violencia no inferior a la del hombre, sólo que éste teniendo mayor fuerza física e inclinación natural para la lucha ejercita su violencia y maldad de forma más visible y directa. La mujer lo hace a menudo de manera más solapada, a través de la manipulación y el engaño al cual los hombres somos vulnerables. Especialmente aquellos a quienes nadie ha enseñado a ser hombres, los hombres del siglo XXI, las víctimas de la educación desvirilizante que es el resultado de las campañas feministas, de la eliminación y el desprestigio de la figura paterna.

Naturalmente la mujer violenta agrede también físicamente, a quien no se puede defender: a niños porque no tienen la fuerza para hacerlo y hoy en día también a hombres, porque si ellos reaccionan irán a la cárcel como maltratadores. La mujer posee una habilidad natural para manipular a los demás y aparecer como víctima en cualquier situación aun cuando en realidad es el verdugo, para herir sin agredir físicamente, para el maltrato psicológico, por usar la jerga hoy de moda. Todo esto se ha sabido desde siempre, no es en absoluto criminalizar a la mujer sino comprender las maneras específicas en que la agresividad y la maldad femenina se realizan. Como existen los modos específicos de agresividaad y maldad masculinas. Es conocimiento elemental de los seres humanos y altamente necesario para afrontar la vida.

¿Cuántas veces hemos oído la retahíla sobre la posesividad masculina que considera la mujer una propiedad y por tanto cuando ésta le abandona, el hombre la agrede o la mata? Será verdad en muchos casos, pero seguramente en muchos otros -especialmente cuando al homicidio sigue el suicidio- se trata de la acción extrema y desesperada de un hombre perseguido por unas leyes y un sistema judicial que le son hostiles, que sistemáticamente le hacen la guerra y le niegan la posibilidad de obtener justicia de cualquier otra manera.

¿Sólo el hombre es posesivo? ¿Sólo él tiene celos? ¿A qué imbécil pretenden venderle la moto?

La mujer tiene un sentimiento de posesión sobre sus hijos infinitamente más fuerte que el hombre porque es físico, uterino. Esta posesividad uterina sobre los hijos es lo que le hace considerarlos no sólo cosa suya sino parte de sí, que esté dispuesta a cometer las mayores infamias para expulsar al padre de la vida de sus hijos si la relación  se rompe, que utilice a los hijos como arma contra el padre y los ponga en su contra, porque al fin y al cabo es como si fuera una parte de sí misma que utiliza en la guerra contra su antiguo compañero. No está dispuesta absolutamente a que se le arranque esta parte de sí misma para entregársela al padre.

Naturalmente las anteriores frases se aplican a situaciones patológicas, anormales y no a todas las mujeres. El problema es que en la tiranía feminista del Occidente moderno el Padre ha sido destronado y por tanto se ha dado rienda suelta a las peores tendencias femeninas, que imperan sin que nada ni nadie les ponga un freno. De esta manera lo patológico, lo anormal se ha convertido en la norma.

¿Bastan estas consideraciones sobre la posesividad uterina para agotar el tema de la violencia femenina sobre los niños? De ninguna manera porque hay algo bastante más profundo e inquietante debajo.

Algo a lo cual le han dado un nombre científico: El Síndrome de Münchausen,  para descargar de culpas a la madre criminal y oscurar el verdadero significado de lo que hay detrás: un odio subterráneo pero feroz de ciertas madres, muchas, contra sus hijos.

Hablaré de ello en la entrada de mañana. Saludos del Oso.