Artículo publicado en El correo de Madrid
Como yo también quiero contribuir a esta jornada del 8 de marzo, a mi manera se entiende, habrá doblete de artículos.
El 8 de marzo no es simplemente
un “día de la mujer” sino una ocasión para exigir privilegios femeninos. El día
a favor de la injusta igualdad a la fuerza, naturalmente reivindicada sólo
cuando las favorece a ellas. El día de la exigencia arrogante de ventajas y
tratamiento de favor para las mujeres.
Desde el pasado año es también
el día de una absurda “huelga feminista” para quejarse de la presunta “discriminación”
cuando la verdadera discriminación es la que hoy en día existe contra el varón.
En particular se nos machaca siempre el cerebro con el eslogan de la “brecha
salarial”, la patraña de que las mujeres son menos pagadas por hacer el mismo
trabajo que los varones.
Las cifras son siempre bastante
confusas y discutibles, de manera que no es fácil saber de qué estamos hablando.
Pero allá donde exista una diferencia media de salarios, no tiene porqué
indicar una injusticia y una discriminación contra la mujer.
En el sector público tal diferencia
no existe ni puede existir, con sus escalas de salario rigurosamente paritarias
e iguales para todos. En el sector privado, en cambio, seguramente existe la
llamada “brecha” pero es igualmente falsa la demagogia feminista: aquí existe
un mercado, una lógica económica, y a la gente se le paga según su rendimiento,
siguiendo criterios de utilidad económica. Naturalmente hay siempre excepciones,
personas con puestos que en rigor no merecerían (recomendados, gente
apadrinada, mujeres o minorías favorecidas por los sistemas de cuotas). Pero en
la generalidad de los casos el valor del trabajo de una persona está en
proporción con lo que se le paga, en una empresa privada que debe tener en
cuenta las realidades económicas.
Como es evidente, si como afirma
la femipropaganda las mujeres fuesen pagadas sistemáticamente menos que los
hombres por realizar el mismo trabajo con la misma calidad y con el mismo
rendimiento, las empresas contratarían sólo mujeres.
Entonces ¿por qué las mujeres
ganan mediamente menos? Sin pretender ser exhaustivo, algunas de las razones (ninguna
de las cuales corresponde a injusticia) pueden ser las siguientes.
Que quienes tienen los hijos son
las mujeres; por mucho que se las ayude en la conciliación (lo cual es
excelente) una mujer que decide cuidar como se debe a sus hijos no puede tener
la misma dedicación profesional que un hombre.
Que existen diferencias
naturales entre los dos sexos, en la estructura mental y en las inclinaciones,
lo cual inevitablemente se refleja en la elección de estudios y carreras profesionales.
En particular si hablamos de empleos a fuerte carácter técnico (informática,
tecnología, ingeniería), aunque una mujer capaz lo pueda hacer tan bien como un
hombre, nunca habrá el mismo número de hombres y de mujeres capaces.
Que la mayor parte de los
trabajos que conllevan complementos por trabajar en condiciones peligrosas,
difíciles o incómodas, son realizados por varones. Las mujeres o están menos
preparadas para ello o simplemente menos dispuestas. Por cierto que la inmensa
mayoría muertos o heridos en accidentes de trabajo son hombres, y nunca hemos
visto a las femiempoderadas solicitar este tipo de paridad.
Lo que piden las feministas es
entonces: que se les regalen puestos directivos por la cara; dejar a los
varones los trabajos peligrosos, incómodos y difíciles, pero cobrando lo mismo
que ellos; que las futbolistas féminas cobren lo mismo que los varones cuando
el fútbol femenino no le importa a nadie; que en sectores donde las mujeres
están poco representadas, por capacidades o por vocación, las mujeres pasen por
delante de varones más cualificados que ellas.
Con un largo etcétera de pretensiones
inmorales, injustas y aberrantes. Este es el sentido de la “huelga feminista”
en la medida en que vaya más allá de escaquearse del trabajo o de las clases
durante unas horas.
En esta guerra contra el varón merecen
una especial mención los colaboracionistas: los hombres feministas, los arrepentidos
de la masculinidad, los tontos útiles del supremacismo hembrista, los que van a
las manifestaciones feministas (siempre y cuando sus amas se lo permitan) para
asentir en silencio y menear la cola como buenos perrillos falderos. Los bípedos
domesticados con documento de identidad masculino.
Recitan un papel fundamental en el
teatro didáctico feminista: esa combinación de villano, bufón y pecador
arrepentido al que se le perdonan los pecados, pero sólo si hace penitencia, acto
de contrición y propósito de enmienda; se entiende que sólo es un perdón condicionado
y con carácter provisional.
Para algunos la caracterización
que acabo de dar será demasiado severa y quizá inmerecida, para otros en cambio
demasiado amable. Hay muchos matices y grados en el colaboracionismo.
Muchos hombres sufren en
silencio este ataque a la masculinidad, viviendo un malestar interior que
expresan poco o nada, mientras intentan llevar una vida razonablemente serena; otros
perciben excesos en el feminismo, pero sin tener o querer tener una visión
cabal, adaptándose bien o mal al discurso feminista; los hay que esconden la cabeza
en la arena; otros combinan en proporciones diversas conformismo,
convencimiento e hipocresía cun ona medida de malestar interior que, expresado o no, siempre va a existir.
Todas estas posibilidades y
otras más existen efectivamente, todas las matizaciones y grados de aceptación
de la narración feminista son posibles. Pero en este particular universo de mantequilla
en el que penetra la hoja candente del feminismo, existe el infierno de los
maldecidos por el rechazo a la masculinidad; dentro de éste los varios círculos de los
malditos y, en el más interior de ellos, los militantes más fanáticos de la guerra contra la
masculinidad; los convencidos de verdad, los que apuran hasta las heces la copa
del arrepentimiento por haber nacido hombres.
Propongo para describir a los
moradores de este último y más profundo círculo infernal el neologismo lameovarios. Admito que no es del todo elegante y su sonoridad no es de las mejores pero, en compensación, es totalmente preciso en la
semántica y certero en la plasticidad del significado.
De manera que, habitantes del
último círculo, id a lamer los ovarios de vuestras amas mientras les pedís
perdón por haber nacido hombres, mientras repetís de memoria vuestra bien
aprendida lección sobre la discriminación de la mujer y la sociedad patriarcal.
A lo mejor tenéis premio y mojáis el churro esta noche.
MAX ROMANO
MAX ROMANO
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