Terapias alternativas y no necesariamente pseudoterapias como regularmente se las
llama en todos los medios; esta palabra pertenece a la misma categoría de populismo que, en el lenguaje político
actual, significa cualquier posición política con amplio respaldo popular, pero
que no gusta a quienes les pagan el sueldo a los periodistas. El uso concorde y
unánime de estos términos, la falta total de una verdadera pluralidad de
posiciones, indican en ambos casos la existencia entre bastidores de potentes
intereses y grupos de poder.
He de precisar que no estoy en contra de la medicina
“oficial” o basada en el método científico, validada por métodos estadísticos,
basada en la química y la tecnología. Sus éxitos son evidentes. Digo solamente
que puede haber otras maneras de practicar la medicina, que tienen detrás una larga
experiencia y tradición, y no hay por qué tirarlas a la basura sólo porque no
estén validadas científicamente.
Digo también que existen
una casta médica, una lobby farmacéutica, un sistema de intereses constituidos
alrededor de la medicina. La lobby farmacéutico-tecnológica no es un eslogan
izquierdista sino una realidad, un
oligopolio de grandes empresas; sería un caso único en la historia humana si no
defendiese su interés corporativo. En cuanto a la casta médica, aunque no
dudemos de la sinceridad y la honestidad personal de los médicos, las opiniones
y la manera de ver las cosas suelen depender de con quién uno se junta.
La actual campaña contra las medicinas alternativas muestra una
voluntad totalitaria. No se pretende simplemente informar sobre la falta de
fundamento científico de las llamadas pseudoterapias
ni perseguir prácticas demostradamente
perjudiciales. Lejos de limitarse a esto (perfectamente legítimo) lo que se quiere
es: impedir que los defensores de
estas terapias puedan hablar y exponer su posición; perseguir a los médicos que se atrevan a interesarse por ellas; expulsarlas de las universidades mientras,
por cierto, auténticas basuras ideológicas disfrazadas de ciencia (como la
ideología de género) campan a sus anchas.
Puede sorprender el uso de la expresión totalitarismo científico en una persona con formación científica
(aunque no médica). Pero no encuentro mejor manera de llamar a la actitud de
negarle validez, verdad y eficacia a todo lo que no tenga fundamento
científico.
Me parece evidente aquí una intención totalitaria y liberticida.
Porque pertenece a cada uno la decisión de curarse o no curarse como quiera, mientras
no ponga en peligro la salud pública. O de recurrir a algo que la ciencia no
reconoce, pero no por ello necesariamente falso. Como mínimo, aunque fuese sólo
una ilusión, el poder curativo de la mente a través del efecto placebo (que la
medicina conoce perfectamente) puede funcionar mejor que un medicamento testado.
Y es que los métodos científicos y estadísticos dejan fuera
amplias regiones de realidad, especialmente lo que no es repetible, lo que
depende de la individualidad o de la mente humana. Sin embargo todo ello es no
sólo importante sino fundamental en
las cuestiones de la salud, la enfermedad y la curación.
MAX ROMANO
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