No es de hoy la
guerra de la corrección política y el feminismo contra los cuentos de príncipes
y princesas, los de toda la vida y que todos conocemos. Desde hace bastante
tiempo, en efecto, no están de moda ni los cuentos tradicionales ni las
películas Disney rodadas antes de la
era de la corrección política, aproximadamente hasta mitad de los años ochenta.
Películas con las cuales han crecido muchos niños y que, aunque sea de una
manera edulcorada, han transmitido una parte de ese acervo de cuentos populares
europeos (en sus versiones originales bastante más duros) muchos de los cuales
vienen de tiempos antiquísimos y tienen un simbolismo profundo, que reducido al
formato de cuentos para niños, de alguna manera ha logrado llegar hasta
nosotros.
Estas historias
de hadas y brujas y princesas, de orcos y príncipes, están bajo ataque y
específicamente bajo ataque feminista. La mayor parte de estas críticas, en el
desconocimiento de las fuentes originales, arremeten contra las películas Disney pero, en cualquier caso, hoy la
mayor parte de los niños no leen cuentos y menos aún se los leen los padres. En
nuestra generación sólo algunos bichos raros (como el que escribe estas líneas)
han “perdido” el tiempo leyéndoles alguna vez cuentos a sus hijos antes de
dormir. Lo cual no quiere decir, naturalmente, que la generalidad de padres no pierda
mucho más tiempo (esta vez perdido de
verdad) de otras mil maneras estúpidas e indecorosas. Pero no salgamos del
tema.
Las motivaciones,
si es que merecen ser llamadas así, para la caza de brujas (pero aquí son las
brujas las que cazan) contra las honestas figuras protagonistas de los cuentos
infantiles, son de este tenor: que las niñas aprenden estereotipos sexistas, que crecen con la idea equivocada de que va
a llegar el príncipe azul, que las niñas aprenden a ser salvadas por el
susodicho príncipe y no a ser empoderadas.
O que fomentan el abuso sexual (y ésta se lleva el primer premio a la
majadería) porque el príncipe besa a la princesa dormida sin su consentimiento.
Además de una larga sarta de otros despropósitos.
Uno se queda con
la impresión de que la única figura de los cuentos tradicionales que las
feministas no critican es la del orco
y la razón es obvia: representa el aspecto brutal y negativo de lo masculino. Cualquiera
puede ver hasta qué punto las críticas feministas a los cuentos de hadas son
pedestres y zafias, groseramente literales sus percepciones y lecturas, burda y
chabacana su visión de las cosas, diría casi de una chabacanería metafísica y
que los filósofos me perdonen por semejante expresión. Pero es que la
incomprensión radical, el fanatismo y las anteojeras mentales del feminismo no
pueden dejar tranquilo ni el más pequeño rincón; es como una invasión de
cucarachas que se meten por todas partes.
Las historias
infantiles y sus personajes tienen un sentido simbólico-evocativo, sus
situaciones y personajes son arquetípicos; de una manera sencilla y
comprensible a una mente infantil nos introducen a experiencias y conocimientos
que, en parte, son testimonios de otras épocas y en parte son atemporales,
siempre válidos. Se nos habla del eterno masculino y del eterno femenino, de
aspectos positivos y negativos de ambos polos: el hada, la princesa, la bruja,
el príncipe, el orco. Se nos habla de pruebas de iniciación, del lenguaje de la
naturaleza y de la realidad, en definitiva de la psique del ser humano y las
formas de su experiencia.
También nosotros
podemos aprender algo de los cuentos infantiles. Para ello, ante todo, ignoraremos
los rebuznos feministas y leeremos por ejemplo a Marie-Louise Von Franz. Esta
gran estudiosa fue discípula y colaboradora de Carl Gustav Jung; tras la muerte
de éste continuó en el estudio de la psicología del profundo y fue autora de
numerosos volúmenes, dedicándose especialmente al tema de los cuentos
infantiles que estudió desde el punto de vista de su disciplina.
Naturalmente,
todo ello es “territorio comanche” para las empoderadas; para ellas el
contenido de estas historias se reduce a que la princesa no está emancipada y
que el príncipe la besa sin pedirle permiso. Consecuentemente con este tipo de mentalidad
han empezado a producir hediondos cuentos de hadas políticamente correctos, que
son probablemente los que será más fácil encontrar en las bibliotecas y los
colegios. Hadas peludas, repelentes princesas agresivas y emancipadas,
mejor si lesbianas; príncipes calzonazos o maricas, etcétera.
Los padres están avisados para que no permitan la contaminación de la mente de sus hijos con estas gigantescas mierdas pinchadas en enormes palos, y para continuar con los cuentos de toda la vida; que además de ser mucho más entretenidos y poéticos que las historias-bazofia políticamente correctas, no les van a convertir a los hijos ni en ilusos ni en incapaces. Todo lo contrario.
Los padres están avisados para que no permitan la contaminación de la mente de sus hijos con estas gigantescas mierdas pinchadas en enormes palos, y para continuar con los cuentos de toda la vida; que además de ser mucho más entretenidos y poéticos que las historias-bazofia políticamente correctas, no les van a convertir a los hijos ni en ilusos ni en incapaces. Todo lo contrario.
Pero vayamos algo
más en profundidad: la mentalidad actual tiene, con todo, válidas y verdaderas
razones para rechazar los cuentos tradicionales. No las esgrimidas por las
feministas naturalmente: éste es sólo el nivel pedestre-chabacano de las cosas.
La verdadera cuestión es que los cuentos nos hablan de masculinidad y
feminidad, nos hablan de figuras sexuales diferenciadas, de la profundidad del
ser humano y la polaridad entre masculino y femenino como fuente de vida,
regeneración y salvación contra el enemigo oscuro, nos hablan de la existencia
de figuras y tendencias malignas de ambos sexos. Y esto precisamente es lo
inaceptable para la mentalidad decadente y degenerada que hoy impera; éste es
el motivo más profundo del rechazo hacia los cuentos infantiles.
En efecto ¿Qué
pueden significar la masculinidad y la feminidad, el eterno masculino y el
eterno femenino, la polaridad sexual masculino-femenino como fuente de vida,
para los tarados espirituales y a menudo físicos que se esfuerzan obsesivamente
por igualarlo todo, por confundir las identidades sexuales, por amariconar a
los hombres y masculinizar a las mujeres?
¿Qué pueden
significar las figuras sexuales positivas y negativas, de ambos sexos, para un
fanatismo feminista que se obstina en identificar todo el mal con el varón y
todo el bien con la mujer? Evidentemente es un mensaje intolerable: para las
feministas los hombres deberían ser todos orcos en los cuentos, las princesas
no deberían existir y todas deberían ser brujas como ellas.
Porque es
evidente, y es una de las razones profundas de la rabia feminista contra los
cuentos de hadas, que las activistas feministas son la encarnación moderna de
la figura intemporal de la bruja y, como es de esperar, no les gusta verse
retratadas. Ellas son las brujas y por ello mismo, exactamente como sucede en
los cuentos infantiles, encarnan el peor enemigo de la feminidad y de la
verdadera mujer. De hecho hay grupos feministas que se identifican
explícitamente con la figura de la bruja, símbolo del poder femenino.
Como vemos los
“inocentes” cuentos de hadas son más actuales de lo que parece a primera vista,
y pueden enseñarnos más cosas de las que pensamos.
Con todo, hemos
de reconocer, en efecto, que los cuentos tradicionales son poco adecuados para
la sociedad actual. De modo que intentaremos adaptarnos a los tiempos: en un
esfuerzo creativo hemos ideado finales alternativos para tres de los cuentos
clásicos, que están sumamente adaptados a los tiempos; también en esta versión,
como se verá, tienen sus implicaciones simbólicas.
La Bella Durmiente en el bosque. En realidad no es un bosque sino un
polígono industrial, y además el cuento lo rebautizamos La Bella Durmienta, en nombre de Su Majestad la Ignorancia; pero esto es lo de menos. Lo importante es que antes de
dormir se le olvidó, a la bella, firmar el impreso de consentimiento para el
beso. Ese despiste selló su destino porque el príncipe, en realidad un
pagafantas y calzonazos con el cerebro totalmente podrido por la formación en
nuevas masculinidades, ni siquiera se plantea besarla sin el impreso firmado.
De manera que Bella Durmiente no logra despertar jamás, a pesar de todos los
expertos que lo intentan y los besos de las lesbianas (que sí pueden hacerlo). Con lo cual acaban dejándola allí durmiendo, aunque no para la eternidad,
porque mucho antes su cuerpo y su cerebro terminan comidos de gusanos hasta que
ya no queda nada que despertar.
Cenicienta. Humillada sí por sus hermanas y madrastra,
pero lo suficientemente empoderada como para encontrar más inaceptable todavía la
prueba del zapatito de cristal: cuando llega el príncipe se lo rompe en la
cabeza gritando que el pie es suyo, que ella se lo gestiona y que no tiene por qué adaptarse a nada ni a nadie. El príncipe regresa a Palacio
con una brecha en la cabeza, pero también inmensamente aliviado por no haber
cometido el error de su vida. En cuanto a Cenicienta, unos meses después la
encuentran ahorcada en su habitación, no habiendo podido soportar por más tiempo el
maltrato y las vejaciones por parte de las otras tres mujeres. Sin embargo éstas
le echan la culpa a la estructura heteropatriarcal del reino en general, y al
príncipe en particular acusándolo de maltrato psicológico, por no haberse
casado con Cenicienta.
Blancanieves y los siete enanitos. Todo va bien (por así decir) hasta que
Blancanieves llega asustada a la casa de los enanitos. Pero estos le cierran la
puerta en las narices. ¿Por qué? Pues porque Blancanieves es efectivamente dulce
y laboriosa, pero les podría salir rana la niña. ¿Y si les acusa de maltrato y,
bien asesorada por una abogada-culebra, les quita la casa? Por no decir lo
fácil que lo tendría, la muchacha de piel blanca como la nieve, en mostrarse
ante una jueza feminista como víctima de explotación doméstica y quizá incluso sexual,
haciendo palanca sobre la constelación de sugestiones y sobreentendidos eróticos
asociados al enanito que llega sudoroso después de una jornada de trabajo en el
bosque (y no digamos siete de ellos).
¿Han trabajado
durante años para esto, para eso descienden todos los días a la mina de piedras
preciosas? Desde luego que no. De manera que la pobre Blancanieves, culpable de
ser inmensamente femenina en el Nuevo Orden instaurado por la Reina Feminista,
encuentra cerrada la puerta de los enanitos y ninguna súplica por su parte
logra ablandarlos.
En realidad Blancanieves
no tiene intenciones aviesas, no les jugaría una mala pasada a los enanitos. En
realidad sí que funcionaría la convivencia, al menos el tiempo necesario hasta
lo de la manzana envenenada y el beso del príncipe. Porque en algún lugar sí
hay un príncipe que quiere besarla, un príncipe de verdad que viene de otro
tiempo y de otro lugar, uno que no es gilipollas porque no le han comido el
cerebro con la nueva masculinidad.
Si hablaran, ella
y los enanitos, se entenderían fácilmente; si lograran comunicarse entre ellos el
cuento tendría un final feliz y armonioso, educativo y moralmente impecable: tras despertar
Blancanieves del sueño inducido por la manzana, el príncipe atravesaría con su
espada a la Reina y tras decirle unas palabras edificantes le cortaría la
cabeza, para casarse después con su amada y llenar el palacio de hijos y de
alegría. Pero este final posible no lo veremos porque falta el entendimiento;
porque no se hablan entre ellos y no pueden comunicarse, la feminidad pura de
Blancanieves y la masculinidad agreste de los enanitos. Desde la instauración
de la Perspectiva de Género en el reino, la masculinidad y la feminidad no
pueden decirse nada fuera del puro intercambio genital.
Por tanto, y es
el final de esta historia, Blancanieves es rechazada por los enanitos y el día
siguiente es hallada en el bosque, mientras intenta inútilmente esconderse, por
el equipo de operaciones especiales que la Reina ha enviado en su busca. Tipos
duros, con un corazón menos delicado que el cazador que tenía que matar a
Blancanieves y ahora se está pudriendo en una celda, por haber intentado
engañar a la reina trayéndole el corazón de un jabalí como prueba. Por cierto que este episodio fue motivo de escándalo para los
animalistas que, furibundos, protestaron durante días porque se había matado a
un pobre jabalí en vez de a la chica. Volviendo a los sicarios, esta vez
hicieron el trabajo a conciencia y dejaron a Blancanieves degollada y atada a
un árbol, arrancándole el corazón para llevárselo a su severa ama.
Creo que todos
estarán de acuerdo en que estos finales alternativos son mucho más apropiados para
los tiempos en que vivimos. Además representan muy veraz y plásticamente, si bien
de manera algo cruda e hiperbólica, el destino de la mujer bajo el imperio del
feminismo.
MAX ROMANO
MAX ROMANO
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