viernes, 11 de enero de 2013

NIÑATOS CRIMINALES (III): Los depredadores y Don Quijote



Esta tercera parte es un apéndice a las dos anteriores, en las cuales se trataba de un cierto tipo de criminalidad juvenil. Allí se hablaba de los desastrosos efectos de la pedagogía moderna y su fracaso neto, debido esencialmente a que intenta imponer la ideología del buenismo igualitario sobre la realidad. Per naturalmente existe también la criminalidad de lo que clásicamente se llamaba gentuza, de los barrios marginales, la procedente de una inmigración incontrolada y la que está directamente relacionada con la mayor propensión criminal de ciertos grupos o razas.

Que también existe ésta, mal que les pese a los fanáticos igualitarios y por muchas leyes que se promulguen para convencernos de que 2+2=5; o si ello no es posible al menos para meternos en la cárcel si decimos que 2+2=4.

En este apéndice sin embargo voy a dejar fuera este aspecto, para centrarme en cambio en el significado de un cierto tipo de delitos que también suceden con bastante frecuencia, quizás mayor de la que se piensa, donde cada vez más jovencísimos o adolescentes son protagonistas.



También podemos recordar sucesos como la violación y el asesinato de Sandra Palo, muchacha que también tenía una deficiencia mental. Y otros parecidos que se verifican con una cierta regularidad; imagino que en ciertos ambientes son cosas bastante frecuentes pero no salen a la luz.

Análogo es en general el tema de las violaciones en grupo cometidas en toda Europa por bandas de jóvenes o adolescentes. Con un carácter racial claro puesto que los responsables de la mayoría de estas agresiones son inmigrantes extraeuropeos o sus descendientes, y a menudo escogen a sus víctimas –blancas- con criterios raciales.

Pero no es el tema de esta entrada la inmigración ni la colonizacion de Europa. Es el significado de este tipo de delitos, atroces por la indefensión de las víctimas, que en realidad no son difíciles de entender. El mecanismo y el instinto de base que opera aquí es claro. Es un instinto de depredación en el que para satisfacer un deseo o una necesidad se busca a la víctima más débil, la que menos se puede defender, para obtener lo que se quiere con la menor fatiga posible.

Es algo que pertenece al reino animal y a la lógica de la lucha por la vida en la naturaleza, a la relación entre el depredador y su presa. La manada de lobos va primero a por las presas fáciles, las que tienen alguna debilidad, las que están aisladas, las enfermas.

Es así de simple. Se trata del instinto depredador que escoge la víctima más débil y más fácil. Así de sencillo es este instinto animal y la lectura de estos delitos que, de esta manera, son perfectamente interpretables. Ciertamente en nosotros hay una parte animal y conviven muchos instintos, pero en algunos está más a flor de piel que en otros, y los delitos arriba citados revelan a quien está más cerca del animal que del hombre.

En la naturaleza la agresividad del lobo y del depredador, la nobleza de un ave rapaz, son admirables, pero sólo en la naturaleza. En el hombre es todo lo contrario precisamente porque no estamos dentro de la naturaleza y somos algo muy diferente.

De esto deberían tomar nota los animalistas, cuya idea edulcorada de la naturaleza se deshace en un sentimentalismo barato. Deberían enterarse de una vez que la naturaleza no son las películas de Walt Disney, que la vida según las reglas de la lucha por la vida, aplicada a la especie humana, no es la historia del cervatillo Bambi sino, muy al contrario, la violación en grupo de una víctima indefensa, el asesinato, el robo y la depredación. La ley de la jungla pero hecha más áspera por la inteligencia y la capacidad de proyectar del ser humano. Si hemos de elevarnos por encima de ese nivel y repudiar esas acciones es precisamente porque no pertenecemos al reino animal.

Al extremo opuesto tenemos el ideal, si queremos caballeresco, que desprecia medirse con los adversarios débiles y acepta sólo luchar contra los fuertes, único combate digno de un caballero y que responde a un ideal de nobleza.

Ciertamente en la vida real es poco recomendable seguir tales ideales hasta el fondo y al pie de la letra, pues puede tener consecuencias desastrosas; en la misma lucha política y en la historia, tiene éxito solamente quien sabe adaptarse a la realidad y valorar correctamente las fuerzas en juego.

Pero no es menos verdadero que reconocemos instintivamente como algo rastrero, vulgar y poco digno, ensañarse contra el caído y contra el débil, mientras que sentimos como noble enfrentarse a fuerzas superiores y medirse contra el fuerte, mejor aún contra lo desconocido. Sólo esto es auténticamente y específicamente  humano, sólo esto tiene honor y grandeza. Tenemos este sentimiento en cuanto una parte de nosotros aspira a elevarse y reconoce estos valores como la brújula que nos indica el camino.

Como animales buscamos el máximo resultado con el mínimo esfuerzo. Como hombres buscamos la medida de nosotros mismos y ponernos a prueba en una partida contra el destino. Estos son los dos extremos, los dos polos, y la existencia humana está en permanente tensión entre ellos, en permanente oscilación, es la búsqueda eterna de un equilibrio que nunca puede ser definitivo ni estable del todo.

La caída en el primer polo lleva a la animalidad, el excesivo predominio del segundo lleva a desperdiciar la vida persiguiendo sueños, fantasmas y quimeras en una lucha abocada al fracaso. Que sin embargo tiene una luz y una grandeza, si queremos patética, de la que carece el otro extremo, la caída en la animalidad.

Es la actitud que podemos llamar quijotesca o trágica que desprecia los adversarios débiles y acepta sólo un combate desigual aunque lleve a la autodestrucción. Actitud que en el plano de los intereses prácticos puede ser perjudicial, incluso catastrófica, pero que nos eleva sobre el animal, nos aleja en la mayor medida posible del cálculo utilitarista de la supervivencia y las leyes de la especie.

Aun en su locura, Don Quijote que arremete contra los molinos de viento es un hombre, demente y trágico si queremos, o también ridículo, pero que se realiza en lo específico humano a su manera, y está muchos peldaños por encima de la pandilla de delincuentes que violan a una deficiente mental porque es una presa fácil, los cuales son simplemente animales vestidos. Probablemente con ropa de marca.

Por otra parte, y aquí concluyo, la diferencia entre el loco soñador y el héroe o el pionero a menudo está solamente en el éxito o menos de su empresa. Empresa que no fue nunca del todo el producto de un cálculo racional, que si es realmente grande tiene siempre un elemento que escapa a la razón, una chispa de algo que desde fuera aparece como locura.

Si la empresa fracasa, los mediocres que eternamente permanecen a mirar desde la barrera están siempre dispuestos a burlarse de quien se atrevió y fracasó, a llamarle iluso y loco. Pero si triunfa les falta tiempo para arrimarse al calor del fuego que aquél encendió. El que se atrevió, tanto si sucumbe como si triunfa, estará siempre por encima de los que no se atrevieron.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Magnífica la serie de artículos.
Creo que la construcción de género, ideología de género o como quiera que la llamemos, está en la raíz de este problema: erradicar del hombre lo propio de la naturaleza humana, aquéllo que nos hace singulares frente a la naturaleza puramente biológica. De ahí a convertir al hombre en un ente obediente a cualquier sistema perverso no hay más que un paso.

Juan Ronaldo

Max Romano dijo...

Gracias por el interés. La perversa ideología de género aplicada a la educación, esto es ingnorar las diferencias naturales ente los sexos o peor aún querer borrarlas, es un capítulo especialmente infame de la degradación actual. A este tema dediqué la entrada "El niño neutro" en Agosto del 2011, y próximamente habrá otra en el blog o en la revista VyA.

http://lonelybear69.blogspot.com.es/2011/08/el-nino-neutro.html

En efecto detrás de todo esto no están solamente los delirios de gente torcida sino una voluntad de hacer el hombre manipulable y sin identidad.

Anónimo dijo...

La ley del menor al igual que las leyes de ideología de género y el nefasto igualatarismo son un auténtico latrocinio, sólo buscan alterar las leyes de la naturaleza, algo totalmente contraproducente.