Esta entrada del blog fue la primera versión para el capítulo correspondiente del libro "Azotes de Nuestro Tiempo" publicado en 2017. Se dejan algunos párrafos como muestra.
Eva es una mujer cosmopolita y moderna, es española pero viaja mucho y acaba de volver de Nueva York. Allí ha admirado el nuevo y lujoso hotel para perros y gatos que acaban de inaugurar y desearía que en España hubiese algo así. Pero lo que más le incomoda es que no haya psicoanalistas para perros en Madrid como los hay en América. Piensa que aún estamos muy atrasados.
Eva es una mujer cosmopolita y moderna, es española pero viaja mucho y acaba de volver de Nueva York. Allí ha admirado el nuevo y lujoso hotel para perros y gatos que acaban de inaugurar y desearía que en España hubiese algo así. Pero lo que más le incomoda es que no haya psicoanalistas para perros en Madrid como los hay en América. Piensa que aún estamos muy atrasados.
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Tras vestirse con sus vaqueros de marca,
que tienen un par de tijeretazos de autor en cada pierna y le han costado
algunos cientos de euros, sale a la calle mientras acaricia su sortija. Es una
pieza especial, comprada a caro precio en Estados Unidos. Una auténtica joya de
autor fabricada a partir de las cenizas de una de sus mascotas preferidas, un
conejito que le había hecho compañía durante años. Tiene también un par de
colgantes que contienen las cenizas de dos gatos, pero hoy tras examinar su
estado anímico interior se siente con humor de llevar el conejo.
[...]
Finalmente Eva se sienta en la cafetería de lujo donde
sirven toda clase de primicias. Un grupo de amigos esta allí, esperándola.
Piden lo último, lo más in del
momento: el café de caca de elefante. Se trata de un café que ha sido elaborado
dando de comer los granos a un elefante y recogiéndolos de...] sus excrementos. El
paso por el tubo digestivo del paquidermo le da al café su especial carácter.
Un auténtico lujo: 850 euros al kilo. Comentan los matices de su sabor y el
retrogusto, mientras sienten un turbio placer imaginando a jornaleros indios
hurgando en las monumentales plastas de un elefante en busca de esas auténticas
pepitas de oro oscuro.
Eva le comenta a sus amigos que ha dejado de beber leche de vaca -la tomaba desnatada por supuesto- porque le sabe a vaca, y ha pasado a la leche de soja. Otro añade entusiasta que él toma leche de avena porque efectivamente no sabe a vaca. No se ponen de acuerdo sobre cuál de ellas es mejor y tampoco en la cuestión de si esas porquerías saben a algo o no, pero desde luego no saben a vaca, ni a cualquier otra cosa que les recuerde que la comida viene de la tierra y no del supermercado.
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