domingo, 9 de mayo de 2021

LOS QUE TIENEN CORAZÓN A LOS VEINTE AÑOS Y CEREBRO A LOS CUARENTA, O QUIZÁ SEA MEJOR LO CONTRARIO.

 




Hay frases que circulan, traviesamente, a lo largo de los años hasta convertirse casi en lugares comunes. Unas impertinentes, otras banales, algunas valiosas –las menos- y otras majaderías. Pero todas contribuyen a cierta manera común de ver las cosas, como argamasa que sirve para dar consistencia a ente nebuloso que llamamos imaginario o conciencia colectiva.

Una de estas frases se debe a Winston Churchill y reza así: “El que no es de izquierda a los veinte años no tiene corazón, pero el que lo sigue siendo con cuarenta no tiene cerebro”

Una frase que tiene su parte de verdad sin duda, sobre todo considerando el contexto de la época: el antagonismo existente entre el modelo soviético por un lado que capturó el corazón de intelectuales y jóvenes, por otro lado el modelo capitalista liberal que encarnaba el cerebro de burgueses y banqueros de las demo-plutocracias occidentales.

Con todo, en la visión de Churchill no entraba, o no supo comprender, que había un tercer modelo en causa; encarnado por el Fascismo, sus análogos y derivados, tercera posición, etcétera, tenía al mismo tiempo corazón a los veinte y cerebro a los cuarenta. No sólo esto sino que también, como en el símbolo oriental de ying y yang, dentro de cada uno había un fragmento del otro. El corazón joven no carecía de cerebro, y al cerebro maduro no le faltaba corazón.

Dejemos los años treinta y pasemos al mundo actual. Hoy en día podríamos parafrasear la máxima del inglés afirmando que cuando se es joven hay que ser rebelde y de izquierdas; o incluso comunista, si no en esencia al menos como pose. Cuando se crece, se madura y se trabaja hay que ser un buen conformista, vagamente liberal o apolítico, socialdemócrata, burgués del espíritu o cualquier otra mediocridad, satisfecha de sí misma en su moderación, que se nos proponga.

Confieso que me caen muy gordos los que tienen corazón a los veinte y cerebro a los cuarenta.

Porque son los que rompen todas las reglas del sistema siguiendo todas las reglas del sistema. Juegan inofensivamente a ser revolucionarios hasta que se integran perfectamente sin poner jamás en discusión nada que tenga importancia; no es que vayan siguiendo las indicaciones de un camino marcado, es que van sobre raíles como un ferrocarril, en el fondo tan conformistas a los veinte como a los cuarenta.

Porque son, también, responsables de la hegemonía de la izquierda cultural, de que esta sociedad sea esa mantequilla blanda en la que penetra como un cuchillo la ingeniería social, cultural y psicológica de los poderes ocultos y los lobbies de la degeneración.

Los que hablan de “corazón” a los veinte y de “cerebro” a los cuarenta lo que en verdad significan con ello, en uno como en otro caso, son las mediocres ideas que los ingenieros de las mentes consideran adecuadas en cada edad.

Pero es necesario, ya desde el principio, no caer en las trampas semánticas del sistema; aun utilizando las mismas palabras, hemos de entender algo radicalmente diferente.

A los cuarenta, el hombre libre tiene un c e r e b r o lúcido, aunque no sea el mismo que el “cerebro” de quien se ha convertido en un simple engranaje en un mecanismo absurdo; pero también conserva algo de ese corazón que mantiene su chispa interior, que le impide caer en el pantano inerte de una vida reducida a libro de contabilidad.

A los veinte sin duda tiene un c o r a z ó n ardiente aunque, nuevamente, no sea el “corazón” del veinteañero que consume rebeldía prefabricada e inofensiva; pero también tiene ese cerebro que aún está madurando y, sin embargo, ya es capaz de ver el vacío detrás de esa mal compuesta tramoya de vulgaridades que le proponen y le impide tomar el falso camino de una rebeldía domesticada.

Más sencillo todavía. Ying y Yang. Un cerebro fuera del tiempo dentro del corazón de veinte años. Un corazón fuera del tiempo dentro del cerebro de cuarenta.

Y no intento explicarlo más porque terminaría no sólo espantando a mis queridos y escasos lectores, sino haciéndome un gran lío yo mismo.

MAX ROMANO

3 comentarios:

Anónimo dijo...

De ese mar de la tranquilidad dentro de la cueva materna, sin relato más que el de la química hormonal, pasamos a la libertad en un tránsito de corte con ese estado superior de paz en el adentro. En el afuera, la libertad es una aventura sin fin, hasta que nos introducen en el relato de la película que ofrece infiernos, paraísos y purgatorios programados. Así que tenemos dos grandes principios grabados en la memoria que no necesitaron relato alguno. Sin embargo, las heridas a temprana edad permanecen como marcas en la memoria a la espera de una explicación sobre esa desnaturalización impactada sobre el sentido común. Consecuentemente el actor es atraído hacia los papeles que brinda la película para tal fin, en un movimiento que aparenta un hacia adelante cuando es un hacia atrás.
La lucha por el relato de la película es encarnizada, entre directores, productores, escritores, guionistas, actores, en un solo escenario bajo un mismo sistema y una historia oficial, escrita hace mucho tiempo y que en esa huida hacia adelante llamada Progreso, se hace difícil divisar ese relato olvidado que desenvolvió a nuestra historia.
Aquél lejano cordón que ató la paz del adentro con la libertad del afuera, es un espacio fantasma ocupado por la palabra y la medida como un nuevo cordón con la realidad. La vida o verdad mueve a la palabra y su medida, que tiende a dar dirección e intensidad al verbo y a su vez un destino a la substancia que transporta. Esas palabras como vestiduras de la verdad, crean vestiduras para el ser, vestiduras para el colectivo y vestiduras para el mundo, porque este mundo programado necesita de personajes específicos para su obra.
Es así que la única lucha que existe es entre la realidad y la ficción, en específico, en el discernimiento de las cosas ciertas de las historias indeseables que como cuerpos son ocupados y que luego poseen al actor ocupante. Lo importante es entonces la diferenciación entre lo esencial y permanente con lo superficial y perenne que pone diques a la vida.
Por tanto, de una historia con un inicio, desarrollo y fin, la frontera para comenzar una nueva está demarcado por el miedo a la libertad, es decir, que lo que existió en el inicio se desarrolló y manifestó lógicamente en el final, psicodrama representado en la presencia inmanenete de la muerte con los brazos abiertos hacia la paz y libertad olvidada.
Es probable que ese desgaste energético en la huida dentro de la rueda del cículo vicioso de la historia oficial sea la razón de la decrepitud o degradación del personaje del ser.

Jorge dijo...

Anónimo, vaya comentario más rebuscado y enrevesado, vaya paja mental para no decir prácticamente nada.

corbisergi@gmail.com dijo...

Pues a mí me ha gustado....mientras me fumaba un porrito me entraban bien las palabras