Las Minorías Oprimidas que reivindican
derechos son uno de los más odiosos fenómenos de nuestro tiempo. Odiosas por
partida doble. En primer lugar porque tienen la fea costumbre de ofenderse y sentirse
discriminadas por todo, con lo cual la presunta defensa de sus derechos en
realidad es prevaricación sobre el
resto de la comunidad a la cual imponen su ley. En segundo lugar porque estas imposiciones
no son inocentes, casuales o porque sí; muy al contrario detrás de ello hay
potentes fuerzas que deliberadamente persiguen la degradación social, la
destrucción de identidades y tradiciones culturales; en nuestro caso fuerzas
antiespañolas, antieuropeas, en todo análogas a una infección destructiva que tiene
el campo libre porque no hay anticuerpos. Los mecanismos naturales de la
sociedad para defenderse han sido anulados por una infame propaganda que ha
lavado el cerebro a la gente y ha denigrado sistemáticamente todos aquellos
valores que representan una defensa, como los lazos de comunidad, el
sentimiento nacional, los valores familiares, el sentido de la normalidad y el
rechazo de la desviación y de la aberración.
Así,
las imposiciones de las detestables Minorías
Oprimidas, las presiones y la acción de las lobbies y las fuerzas de la degeneración, no encuentran resistencia
y penetran como un cuchillo en la mantequilla. Mantequilla social de una
población reducida a una masa de borregos conformistas, sin valores fuertes e
interesada únicamente en su cuenta bancaria y su pequeño hedonismo individual.
Estas
tendencias las podemos observar en múltiples campos, pero el tema de la entrada
de hoy, concretamente, es la escuela y la manera en que la arrogancia de pocos se
impone, ante la pasividad general de una mayoría amedrentada o simplemente
indiferente y apática. Mayoría que traga con todo porque se le ha lavado el
cerebro durante años con la palabra tolerancia,
se la ha condicionado psicológicamente convenciéndola de que tener y defender
valores, no comulgar con ruedas de molino, es intolerancia.
La
escuela, en efecto, es uno de los frentes fundamentales en esta guerra larvada,
oculta, de las fuerzas de la podredumbre contra España y contra Europa, de la
enfermedad y la decadencia contra la salud y la vida. A largo plazo podemos
incluso decir que la partida de la enseñanza es la
verdaderamente devisiva, es donde se juega nuestro futuro y se plantan las
semillas de la decadencia, o viceversa de la regeneración.
De estas
cuestiones he tratado en el blog repetidas veces, pero el tema de hoy es la prepotencia
de ciertos grupos de presión, que pretenden eliminar de la escuela las
celebraciones y los símbolos que, en un caso, les recuerdan su anormalidad, en
otro caso representan una tradición diversa que quieren eliminar para terminar
imponiendo la suya. El primer caso es el de las aberrantes “familias” con
“padres” homosexuales que pretenden
pisotear a las familias normales, el segundo el de los musulmanes que quieren
eliminar los símbolos y las celebraciones cristianas en la escuela, aun cuando
están en absoluta minoría. En ambos casos con el apoyo entusiasta de la nefasta
progresía, en ambos casos se trata de una minoría -o incluso individuos
aislados- que tiranizan al resto e imponen su ley.
En una
escuela infantil de Roma se elimina el Día del Padre porque una niña tiene dos
“madres” lesbianas y el psicólogo consultado decreta que esta celebración es
perjudicial para la niña porque no tiene padre. El canallesco psicólogo, evidentemente,
no tiene nada que objetar a que la niña crezca con dos lesbianas, pero sí a que
se celebre el Día del Padre. La posición de este experto no sólo es vomitiva y repugnante por sí misma, sino que es ya
directamente odioso privar a todos los demás niños de esta fiesta porque a una
pareja de desviadas sexuales les ofende.
Es la victoria de la aberración sobre la normalidad, la venganza del anormal,
consciente de que lo es, sobre todos los demás.
No es
un caso único, pues en bastantes jardines de infancia, en Italia y otros
lugares, se ha suprimido el Día del Padre por estos motivos, sin llamar la
atención y sin que haya habido protestas, para sustituirlo con una mediocre, anodina,
estúpida y descafeinada Fiesta de las
Familias. Naturalmente aquí también influye la obsesión antimasculina y antipaterna
de la ideología dominante en nuestra sociedad, que ve con malos ojos todo lo
que tenga que ver con el Padre. Tengo curiosidad por ver si el Día de la Madre
sufrirá un destino parecido o si, en cambio, las madres sacarán las garras y
los dientes para impedirlo, como es probable que hagan y como deberían haber
hecho los padres y las familias normales en este caso.
A las
ratas se las aplasta en cuanto asoman la cabeza, porque de otra manera terminan
por invadirlo todo y por comerte vivo.
Otra
cuestión es la de los musulmanes que se sienten ofendidos por los símbolos religiosos cristianos en las escuelas
donde van sus hijos y pretenden eliminarlos, aunque las familias musulmanas
sean sólo unas pocas. Ha habido unos cuantos casos y seguramente el lector se
habrá encontrado con este tipo de noticias.
Aquí
tenemos una prevaricación de tipo distinto. No se trata, como en el caso de las
caricaturas de familia con padres homosexuales, de mortificar la normalidad
para que la desviación y la aberración no aparezcan como tales, sino de imponer
la propia religión y sustituir a la cultura existente. Los marimachos se quedan
contentos con que el Padre desaparezca de la escuela, pero los islámicos no
quieren sólo que la religión cristiana desaparezca de las aulas. Ese es sólo el
objetivo provisional, limitado por el hecho de encontrarse en fuerte
inferioridad numérica. Cuando sean la mitad más uno o antes, será la religión
islámica la que dicte su ley, que es el objetivo a largo plazo.
Por
supuesto, si este objetivo es conseguido el día siguiente morderán el polvo los
marimachos, los maricones y sus familias contrahechas, como también los progres
que con su infantilismo y su estupidez habrán contribuidio a destruir nuestra
cultura para dejarles el campo libre. Pero esta perspectiva no es demasiado
exaltante, por lo menos para quien escribe etas líneas. Como dicen en Italia,
es tirar el niño junto con el agua sucia.
No
puedo condenar a los musulmanes, que efectivamente juegan sus cartas y
defienden una cultura y una identidad fuertes, por cuanto no sean las mías. No puedo
ignorar que son portadores de algunos valores sanos, de cohesión familiar, de
patriarcado, de diferencia sexual. Que a nosotros no nos guste ni nos pueda
gustar la manera en que los defienden y lo que ellos mismos son, es irrelevante
en la lucha por la vida y por el espacio social. Porque en definitiva, lo que
de verdad cuenta es quién es más sano y más vital, quién tiene detrás
principios fuertes, nos gusten o no, frente a los antivalores decadentes y putrefactos
que dominan la sociedad de mierdas en
que nos han convertido a los españoles, a los europeos, a Occidente.
Pero no hemos sido siempre así, y sobre
todo no está escrito en ninguna parte que debamos serlo para siempre. Está
escrito solamente en la agenda oculta y en los proyectos de la oligarquía de canallas
que dirige los destinos de Occidente.
Por
tanto, no es en primer lugar a los musulmanes a quienes debemos condenar por su
voluntad de potencia, que en sí es una cosa positiva y el signo de un pueblo
sano y vital. Es a las las lenguas de serpiente que tenemos entre nosotros y
nos han dejado indefensos, a los propagandistas de la disolución y a los
inquisidores de la corrección política, a todos los que nos han conducido a la
situacion actual y nos han debilitado hasta este punto. A quienes han hecho de
todo para quitarnos nuestra cultura y nuestra identidad, a quienes han
extirpado en la población los sentimientos de patria, de comunidad, de cohesión
familiar.
En
breve, el enemigo de verdad, mortal,
es quien nos ha privado de todas las defensas y los anticuerpos que permiten
hace frente a las enfermedades que vienen de dentro y de fuera, que permiten
que una pareja de lesbianas les robe la fiesta del padre a todos los demás
niños, o que un puñado de madres islámicas quite los símbolos religiosos en los
que se reconoce la mayoría de las demás familias.
Estos
son los enemigos que tenemos dentro, que esconden cuidadosamente su verdadero
rostro y sus intenciones detrás de palabras altisonantes y nos han
convertido poco a poco en un rebaño de ovejas dóciles y homologadas que tragan con todo.
3 comentarios:
Yo pienso que las masas siempre han sido apáticas y carentes de consciencia: la diferencia está en los pastores, no en el rebaño. Hoy en día los patriotas somos la minoría oprimida acusada de todos los males. Yo suelo decir que por encima de la raza física se sitúa la casta o raza espiritual, y es innegable que la mayoría de la gente tiene mentalidad de sudra, esto es, de siervo descerebrado. Hoy en día todo el mundo sabe leer y con internet todo el mundo puede intentar una búsqueda de la verdad: el que no lo hace es porque no quiere, porque voluntariamente prefiere el Facebook, el Gran Hermano, el fútbol y el Sálvame. Y la ignorancia voluntaria denuncia un fenómeno interno y espiritual al que llamamos necedad, o "aunque la mona se vista de seda mona se queda". Por esto es que fue necesaria la imposición forzosa de una alfabetización universal, porque anteriormente solo aquellos que tenían una innata inclinación al saber se interesaban por aprender a leer. Es triste decirlo, pero a la mayoría de la gente le daba lo mismo ser analfabeta, al igual que hoy día le da lo mismo ser analfabeta FUNCIONAL.
Cordial saludo,
Aryan
Aryan
Estoy de acuerdo con tu concepto de raza espiritual. COnsidero la raza física como una base, que tiene su importancia como materia prima por así decir, pero efectivamente por encima está la raza espiritual.
Es cierto que la mayoría siempre sigue a una élite, pero esto no significa que se deje conducir a cualquier lado. Carecerá de conciencia pero no de instinto, y si tiene unos valores fuertes y radicados, no se dejará llevar a cualquier parte, opondrá resistencia, eventualmente cortándole la cabeza a los pastores que la quieren llevar en una direccion que repugna a su instinto.
Para que la mayoría sea apática y manipulable totalmente hay que quitarle antes sus valores, dejarla sin puntos de referencia y sin raíces. entonces sí que es verdaderamente una masa y se dejará llevar dócilmente a cualquier lugar. Huelga decir que esta es la situación actual.
Max:
Justo por esa razón es por la que aunque me considero racialista (reconozco la existencia de razas, las diferencias entre las mismas y la gradación de capacidades que de ellas se derivan) rechazo el materialismo racial de origen nazi en favor de una antropología racial clásica y razonable. También es por esto por lo que mi pensamiento es esencialmente "liberal" (no en el sentido en que este término se emplea hoy en día), quiero decir que no puedo ser socialista porque no soy afín al colectivismo, sino al individualismo bien entendido.
Obviamente hay límites: lo estamos viendo ahora cuando se está acabando el pan y el circo ya no hace tanta gracia, pero eso solo obedece a un burdo instinto egoísta y no a una verdadera consciencia individual. Los valores de la masa son los que les inculca la élite de turno, por eso es fácil lavarles el cerebro. Esencialmente el pueblo de hoy es genéticamente el mismo que el del 2 de Mayo, la diferencia está en las élites. Por esto individuos con capacidad de librepensamiento no son abducidos ni se dejan conducir por otros, y esto es algo innato, pues el ambiente en el que nacen y se educan es idéntico, y además tienen que hacer frente a la presión hostil de los demás y las instituciones. Eso es la verdadera élite, el ser y no el tener.
En efecto, los valores pueden resistir un tiempo, pero solo por inercia, ya que las masas, al no tener consciencia propia, no pueden crearlos ni mantenerlos más allá de la satisfacción de sus impulsos más básicos. Si no fuera así el pan y circo no funcionaría, y esto no viene de ahora sino que ya en tiempos de Roma los gobernantes se percataron de esta naturaleza. Esto implica dos cosas: las masas no son irredimibles (al contrario, se pueden reprogramar para el Bien), pero tampoco son fiables ni se puede esperar mucho de ellas.
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