Si
el lector medio español siguiera con más atención de lo que acostumbra las
cuestiones relativas al lanzamiento de enanos habría notado esta curiosa
noticia:
Confieso
que ignoraba la existencia de esta disciplina hasta que leí el artículo. Prácticamente
se trata de lanzar un enano, protegido con casco y otros accesorios, o contra
una pared o simplemente lo más lejos posible. Por lo visto es popular en
locales de Australia, Estados Unidos, Reino Unido y Francia, y es también una
ocupación de la que viven un cierto número de enanos, no sabría decir si muchos
o pocos. Q
uien desee más
informaciones puede profundizar esta interesante cuestión en Internet. He aquí
un enlace con un par de vídeos de lanzamientos de enanos:
Para
que digan que somos brutos aquí por lo de las fiestas de pueblo con novillos.
No voy a negar que esta diversión sea un poco de cafres, y tampoco voy a
escribir sobre el valor cultural del lanzamiento de enanos. Quizá otros lo
harán y esta disciplina encuentre un día su cantor épico y su José Tomás. Independientemente
de ello, una cosa es que nos apasione o no y otra querer vetarlo. En Florida se
prohibió hace unos veinte años, de ahí la noticia comentada que habla de una
propuesta para legalizarlo otra vez. En alguna otra parte es ilegal, como en Nueva York, en Canadá y en un
pequeño pueblo de Francia cuyo alcalde sintió la urgencia de proteger la
dignidad de los enanos, presumiblemente contra su propia voluntad pues no se
obliga a nadie a participar en este juego.
Nos
puede gustar o no, desde luego no es el trabajo más cualificado, no sé si gratificante o no, porque eso sólo lo saben los enanos lanzados. Pero lo que aquí debería contar es la opinión de los interesados y
no una abstracta idea de la dignidad humana, impuesta desde fuera y por alguien
que pretende prohibir porque le parece chocante o no le gusta la cosa. Esta
manera de pensar, este moralismo, este afán de proteger a las personas sin
tener en cuenta su opinión y de salvar a la gente de sí misma, es una de las
peores semillas de la tiranía y el totalitarismo.
¿Me
gustaría a mí ser lanzado como un juguete por –pongamos- los gigantones de un
equipo de baloncesto en una noche de parranda? Pues no. Pero no es esta la
cuestión. Otros pueden pensar que es una forma muy fácil de ganarse un dinerillo
y en todo caso la ley no debe estar para esto, no se debe inmiscuir en cada
rendija de la vida y regular hasta ese punto comportamientos privados. Por
desgracia estamos cada vez más dentro de este sistema. Estamos llegando a una
sociedad llena de prohibiciones, que organiza y se entromete en cada recoveco
de la vida, en una enfermiza obsesión por llenar vacíos legales, por reglamentar y racionalizar la diversión,
encauzarla por los raíles que deciden nuestros benefactores, las almas
sensibles que se escandalizan si un grupo de amigotes borrachos pagan a un
enano para que se deje lanzar por los aires.
Este
tema de fondo aparece con una cierta frecuencia de varias formas. Por ejemplo,
hace no mucho el alcalde de Madrid prohibió o quiso prohibir durante un período
la actividad de los hombres-anuncio, esos que vemos con carteles colgados y
normalmente anuncian tiendas de compraventa de oro o joyas. Naturalmente el
alcalde no iba a dar un trabajo a estas personas o a compensarles de alguna
manera. Su delicada sensibilidad se sentía ofendida viéndolos por la
calle, pero no si se morían de asco privados de su medio de vida o de unos ingresos que podían ser para ellos importantes. Lo importante
era que no se les viera por la calle llevando el cartel.
Tampoco
parecen preocuparle a nadie esos otros hombres-anuncio que aparecen en los
numerosos spots publicitarios que están concebidos para humillar al varón y hacerle aparecer como un
pobre payaso en manos de la mujer. Algo que es mucho más indigno que llevar un
cartel o ser lanzado por los aires, con el agravante de que aquí se contribuye
a una campaña de lavado de cerebro dirigida contra todos los hombres. Naturalmente
no defiendo que deban ser prohibidos, en nombre de una dignidad que ellos mismos
deberían defender; me limito a decir que es necesario luchar contra ello, por ejemplo
boicoteando totalmente las marcas que recurran a esta publicidad hedionda y
misándrica. Lejos de mí un comportamiento como el de las feministas, a las cuales
les rebosa su abundante hiel en una inundación incontrolable cada vez
que ven algo que no les gusta, y por tanto toman acción inmediata para intentar
prohibirlo y eliminarlo.
La
cuestión de las órdenes de alejamiento impuestas contra la voluntad de las víctimas, que forma parte de la obsesiva campaña andrófoba centrada en la violencia de género, es otro ejemplo de arrogancia judicial que cae –parcialmente- en la misma
categoría. Si una mujer prefiere seguir viviendo con un violento (uno que lo
sea realmente y no una de las innumerables víctimas de acusaciones falsas o
ridículas) llegados a ese punto es su problema y su responsabilidad, sin que el
Estado tenga por qué protegerla de sí misma. En otros casos menos graves esta
intervención continua de la justicia lleva solo a arruinar las relaciones entre
personas y a separar las familias, exasperando y empeorando problemas que se habrían podido resolver sin la impertinente
intervención de la ley. Pero eso no haría lucrar a toda la industria y el
tinglado que se mantiene destrozando la vida de la gente. No olvidemos que uno
de los objetivos no declarados de toda esta legislación es destruir la familia.
La
cuestión adquiere además tintes dramáticos y propios de una pesadilla si
consideramos que de aquí a unos años, si es que no sucede ya, puede no ser
necesaria la denuncia de la mujer sino ser suficiente la de terceros o la
opinión de expertos.
La
prostitución es otro de estos temas, aunque en esta cuestión interviene también
el afán de persecución contra el varón que está en el fondo del prohibicionismo
feminista. Este afán se solapa con la voluntad, la idea fija de proteger a las personas de sí
mismas y de imponerles una visión particular de lo que es digno y lo que no. Si
dos personas adultas desean llegar a un acuerdo, dinero en cambio de sexo, nadie
debería meterse por medio. Lo correcto y legítimo, eso sí, sería regular esta
actividad no con criterios moralistas, sino de decoro público y respeto a los
demás, para evitar espectáculos lamentables y diseducativos. ¿Existen
explotación, mafias en este oficio? Por supuesto, pero también existen muchas
mujeres que escogen dedicarse a ello teniendo otras opciones porque es dinero
fácil, y también unas cuantas cuya vocación natural es precisamente ésta,
remunerada o no. Que levante la mano quien no haya encontrado alguna en su
vida. Querer vetar la prostitución por sus aspectos negativos, en vez de
regularla e intentar mitigar éstos, es como pretender prohibir la agricultura
por las situaciones de ilegalidad y explotación de mano de obra agrícola.
Resumiendo
y concluyendo, el hilo conductor que va desde el curioso asunto de los enanos
lanzados en locales nocturnos, a los hombres anuncio y a las putas, es un afán de reglamentar la dignidad humana,
de codificarla en leyes en una concepción que no puede ser más que abstracta y
arbitraria, en definitiva un aspecto más de un totalitarismo que pretende
regularlo y organizarlo todo; se trata de algo más que de una manía, merece ser
llamado patología, una actitud que
traiciona una voluntad impertinente de control y de poder, en nombre de un
modelo único que se supone válido para todos. Un modelo diseñado sobre el
papel, lejano de la realidad humana, su libertad, sus luces y sus sombras.
Saludos
del Oso.
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