Estos días los temas merecedores de comentario se acumulan y el tiempo es siempre escaso. Empezaré por los derechos de las langostas.
Me estoy refiriendo a una noticia de hace pocos días. Un supermercado en Austria condenado a pagar una multa por un grave delito: haber atado las pinzas de las langostas que venden. Los animales, pobrecitos, sufren por ello y ven restringidas sus posibilidades vitales.
La noticia es bastante ridícula y casi humorística. Naturalmente no para quien tiene que pagar la multa o para los mentecatos que consideran esto un progreso y creen que los problemas reales del mundo son éstos. Ellos se toman muy en serio el tema. Y estoy seguro de que el mentecato elevado al cuadrado que ha denunciado al supermercado se debe haber quedado muy satisfecho consigo mismo, tras haber puesto su granito de arena para construir una sociedad mejor.
En realidad deberíamos preocuparnos por lo menos un poco de que existan leyes tan demenciales, y todavía más de que alguien las aplique y se las tome en serio. No se piense que es un tema ajeno a nosotros porque haya sucedido en Austria: cosas parecidas están sucediendo en España y otros países europeos. Como sucede con otros grupos de presión y minorías, los animalistas maniobran en los entresijos del sistema para llevar adelante su particular agenda, para hacer comulgar a todos con las ruedas de molino de su sentimentalismo barato y complicar a todos la vida con su estupidez.
Porque de estupidez se trata cuando el animalismo llega a estos extremos. El hecho de que sucedan estos episodios significa que estamos sumergidos hasta el cuello en un auténtico océano de necedad, que ha penetrado en todos los poros de nuestra sociedad. Ortega habló de la Rebelión de las masas, otro más recientemente de la Rebelión de la Chusma, hoy directamente estamos de lleno en la Rebelión de los Imbéciles que hacen las leyes, las aplican, gestionan la cultura, atestan la política y las Administraciones, eructan su vulgaridad en televisión, mientras la falta de reacción social ante tales fenómenos –he elegido el ejemplo de las langostas pero es una lista que se podría alargar ad libitum-, la pasividad generalizada, nos indica que hemos perdido completamente la capacidad de discriminación. Esto es el resultado inevitable y predecible del nivelamiento igualitario, del imperio de la cantidad sobre la calidad.
De hecho el integralismo animalista es hijo del fanatismo igualitario: esta enfermiza ideología odia todo lo que represente una diferencia cualitativa, una jerarquía, y cuando va más allá de un discurso social tiende naturalmente a considerar injustas las diferencias entre el hombre y los animales, a minimizarlas y negarlas hasta donde pueda, a extender a los animales “derechos humanos”. La expresión “especismo” como nuevo pecado, extensión del “racismo” y “sexismo”, indica bien a las claras por dónde van los tiros y la absoluta descomposición mental a que conduce el igualitarismo, si tiene ocasión de llegar a sus últimas consecuencias.
El animalismo es un integralismo, como el feminismo y la corrección política, que vienen de la misma matriz. Y como todo integralismo intenta reducir, homologar el mundo entero a lo que cabe en la estrecha cabeza de sus secuaces. En este caso es la negación de la superioridad y la trascendencia del mundo humano respecto al animal. En su faceta más ridícula e inconsistente, que es la dominante entre nosotros, es un sentimentalismo de niños bien criados en la ciudad, que necesitan ver la carne empaquetada y limpia -o mejor aún ya cocinada- para comérsela; perderían el apetito durante una semana si asistieran a la matanza de un cerdo como la practicaban nuestros padres o abuelos.
Su odio patológico hacia nobles tradiciones como la caza y las fiestas taurinas refleja no sólo el rechazo hacia su contenido simbólico, sino además la incapacidad de tener una mínima coherencia.
En efecto, les ofende mucho que un animal noble como el toro de lidia, que ha crecido y transcurrido toda su vida en la libertad de una dehesa, sufra en la recta final durante quince minutos, embistiendo como corresponde a su naturaleza. Les ofende mortalmente también que unos pocos animales salvajes crecidos en la libertad del campo, donde han vivido conforme a la ley de su especie y del mundo animal, sean muertos de un disparo y sufran –si es que lo hacen- durante unos segundos, o minutos, o lo que sea, en todo caso muy poco comparado con la duración de su existencia.
Pero les ofende mucho menos que un número infinitamente mayor de vacas, gallinas, y otros animales, a millones, vivan hacinados años y años en siniestros establecimientos sin poder apenas moverse, alimentados artificialmente con basura, para proporcionar carne, leche, huevos…
Deberían sentir una repugnancia mucho mayor por la leche y los huevos que por una perdiz cazada. Existe en efecto una pequeña minoría, los veganos integrales, que rechazan todo alimento de origen animal. No es que tenga mucha consideración por ellos de todos modos, pero por lo menos hay que reconocerles coherencia.
A los demás no puedo considerarlos otra cosa que mentecatos profundos. Que con otras muchas familias de mentecatos descontrolados a los que nadie pone freno han impuesto su ley: El Imperio de los Imbéciles.
1 comentario:
Amigo, el blog está buenísimo hace falta más personas así, pero sólo en esta parte no estoy de acuerdo, yo creo que, si bien los animales y los seres humanos no somos lo mismo, tampoco es correcto abusar de ellos. No digo que esté mal comer carne, pero lo que hoy en día se hace es de pura gula, se hacen matanzas en masa de animales y no sólo por comida, sino por modas estúpidas. El problema es que eso afecta también al planeta, a todo el ecosistema y termina siendo una de las tantas formas de decadencia del mundo. Espero tu blog siga muy bien, muchos saludos.
Publicar un comentario