domingo, 23 de enero de 2011

LEY ANTITABACO

Llevamos dos semanas de la nueva ley que regula dónde se puede fumar y dónde no. Es una de las leyes más restrictivas en el mundo, en la línea del moralismo salutista y de la campaña prohibicionista dominante. Esta campaña, aunque no carece de razones como comentaré, me parece evidente que hace mucho se ha pasado de la raya y tiene mucho de fanatismo y de afán persecutorio, en el cual no es difícil adivinar la influencia de un cierto moralismo puritano.

No voy desde luego a defender las multinacionales del tabaco, que atiborran sus productos de sustancias para aumentar la adicción de los fumadores  y han mentido siempre como bellacos, ni voy a negar que fumar perjudica la salud. Además a menudo los fumadores tienen poca educación y respeto por los no fumadores. Entre paréntesis, quien escribe no es fumador.

Efectivamente hacía falta una revisión de la normativa porque aunque en los locales públicos antes el propietario tenía la opción de dejar o no fumar, en la práctica en casi todas partes se podía, y para el no fumador era bastante difícil encontrar un lugar libre de humos. El humo puede molestar bastante a quien no fuma y esto a menudo no lo entienden los fumadores o les importa un pito.

Pero es que hemos pasado al extremo opuesto, negando al fumador la posibilidad de tener locales donde poder practicar su hábito -o vicio- tranquilamente, llegando al fanatismo de prohibir fumar al aire libre en ciertas zonas. Porque fanatismo es la única palabra que cuadra aquí, pretender que en ciudades llenas de contaminación el problema sea el humo de los cigarrillos de diez o quince fumadores que están en un punto dado de la calle.

Algunos propietarios están buscando la manera de reconvertirse en clubes de fumadores pero la cosa es problemática porque la ley pone muchas trabas para esto. Se podría haber intentado una distinta regulación para garantizar la coexistencia de locales con y sin humo, por ejemplo penalizando en cierta medida los locales para fumadores, de tal manera que ambas elecciones fueran económicamente viables y existiera una oferta suficiente para ambos grupos.

Pero no han ido por ahí los tiros ni ha existido tal procupación. Se ha insistido en la línea del moralismo y la actitud persecutoria típica de las campañas antihumo, que cada vez van a más.

Por ejemplo la demencial propuesta de prohibir fumar en el propio coche que he oído más de una vez, con el risible argumento de que distrae y provoca accidentes. Risible porque el encendedor y el cenicero en el coche, como todo el mundo sabe, están diseñados para que la distracción sea la menor posible, ciertamente no superior a la de mirar el GPS o poner música. ¿Vamos a prohibir los GPS y los equipos de música en los vehículos? Los inquisidores antihumo no parecen haber pensado tampoco que no poder fumar en al coche pondría más nerviosos a muchos con el consiguiente aumento de los accidentes.

Otro ejemplo son las advertencias terroristas en los paquetes de tabaco sobre los peligros del humo con la intención de amargarle la vida al fumador la mientras enciende su cigarrillo.

¿Nos gustaría que cada vez que compramos un alimento grasiento, un dulce o chocolatina, o cada vez que pedimos un plato o una ración nos estropearan la comida obligándonos a leer advertencias sobre el colesterol o a mirar desagradables fotos de grasa corporal? Todos conocemos a alguien que cuando probamos un bocado se siente en la obligación de sermonear sobre los riesgos para la salud de comer en exceso, y creo que la mayoría de nosotros les retorcería el pescuezo con gusto a tales personajes. ¿Nos gustaría que cada vez que bebemos alcohol en la copa haya grabada una imagen de un hígado destrozado por la cirrosis?

Admito que en ciertos casos advertencias de este tipo serían oportunas. Por ejemplo cada vez que uno compra una televisión debería estar escrito con enormes tipos: “Ver mucha televisión vuelve gilipollas”. Sin embargo por alguna razón no parece haber campañas moralizadoras en esta dirección.

En definitiva me parece clara la existencia de una persecución y un moralismo salutista que quiere hacer del fumador un apestado. Que se cuide la salud pública está bien y es un deber del Estado, pero al final cada uno debe ser responsable por su salud y pagar las consecuencias si no lo hace.

Esto nos lleva a un argumento esgrimido a menudo por los prohibicionistas: los gastos sanitarios. ¿Por qué quien no fuma debe pagar los gastos derivados del vicio de fumar?

Perfectamente. Pero no se comprende por qué esto debe valer sólo para el tabaco. ¿Por qué quien cuida su alimentación debe pagar los costes sanitarios generados por gordos y sebosos que son tales porque incapaces de controlarse o simplemente por propia elección? ¿Por qué quien se mantiene en forma debe pagar la asistencia de quien es demasiado perezoso y carente de voluntad como para hacer ejercicio físico o de quien elige no practicarlo?

¿Por qué quien vive en el campo debe pagar el coste generado por quien vive insanamente en una ciudad con el aire envenenado?

Podríamos seguir al infinito: quien escribe por principio no recurre a medicinas o a asistencia médica excepto en casos muy particulares. ¿Por qué tengo que pagar los gastos médicos generados por quejicas que atestan los consultorios por cualquier estupidez o blandengues que son incapaces de soportar la menor molestia y abusan de las medicinas?

Está claro cuál es la cuestión. Y existen dos respuestas posibles para ella.

Una posibilidad es que cada uno se haga cargo de los gastos sanitarios generados por sí mismo y sea totalmente responsable por su salud. Asistencia de base para todos reducida al mínimo como urgencias y pediatría, y para los adultos contribuciones diferenciadas o sanidad privada voluntaria. Si mi estilo de vida es desastroso desde el punto de vista de la salud, pago para cubrir los gastos derivados o previsibles del riesgo adicional o bien renuncio a ello. Es mi elección y en todo caso no tengo por qué soportar campañas salutistas ni moralismos de ningún tipo.

Esta es una opción y no se puede tachar de injusta. Es de un individualismo extremo y puede ser discutible, pero si queremos llevar hasta sus consecuencias el principio de responsabilidad personal es la única posible. Aunque no se adopte esta visión extrema un sistema equitativo debería incorporar al menos en parte este principio, y seguramente contribuiría a limitar los hábitos nocivos bastante más que las campañas salutistas.

La otra posibilidad es que los costes sanitarios se distribuyan entre todos al menos en parte. En este caso la sociedad es lógico que se ocupe activamente de los hábitos de vida del ciudadano e intente limitar aquellos que son más perniciosos, pero siempre conservando un sentido del límite. De lo contrario nos encontraremos en una sofocante tiranía salutista en la que un Estado metomentodo se inmiscuye de manera impertinente en nuestra vida privada y en definitiva acaba amargándonos la vida.

Porque como sabemos todos lo bueno o engorda, o hace daño, o es pecado.

Una vida perfectamente ordenada, saludable, organizada y equilibrada, regulada por gráficos y tablas, totalmente racional, sin vicios, manías o hábitos censurables, es insoportable para cualquier persona normal. No es más que el sueño enfermizo del moralista puritano.

Como nota final, he observado que mucha gente se ha acalorado bastante con motivo de esta ley…riñas, disputas e insumisiones, conatos de resistencia organizada. Todo ello es bastante deprimente si consideramos que en otros temas más importantes no nos ha salido esta vena peleona, cuando habría sobradas razones no sólo para conatos de resistencia, sino para una rebelión organizada y masiva contra quien nos gobierna. Pero parece que nos acaloramos sólo cuando nos quitan el cigarrillo en el bar.

Eso es lo deprimente.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El taimado moralismo de nuestros dirigentes alcanza, con éstas medidas, el colmo de la indignidad y la hipocresía.

Argumentar que el tabaco perjudica a la salud, cuando eso es algo tan obvio que haría reir a carcajadas a "Don Pero Grullo". Pero, tras ese arranque de teatral preocupación por la salud del ciudadano, se esconden larvados intereses que no son difíciles de descubrir.

-Cada vez disponemos de más puestos y lugares donde comprar tabaco, mientras, limitan los espacios para su consumo y te lo venden por casi todas partes!. ¡Muy coherente!

-Inducen a los hosteleros a sacar mesas y sillas a la calle para no perder clientes fumadores -que hoy por hoy son la mayoría-, lucrando, de este modo, las arcas municipales con un extra impositivo. ¡Que astutos!

No soy fumador, pero el doble juego a que se está sometiendo a los fumadores me parece intolerable.

Animo hosteleros, organizad "fumatas" a la entrada del congreso, el senado, los ayuntamientos... y arrojad las colillas a la cara de esa trulla de parásitos que viven lucrándose de nuestro dinero y buscándonos la ruina. ¡Es lo mínimo que se merecen!

LEG