martes, 4 de enero de 2011

CUANDO EL OGRO ES LA MADRE (I): La violencia visible

Hoy voy a hablar de un tema que anuncié en su momento, de un aspecto de la violencia femenina poco conocido porque los medios lo silencian o pasan de puntillas sobre él. Se trata de las mujeres que matan a sus hijos o los torturan. En el tema del maltrato infantil nos han lavado el cerebro de tal manera que espontáneamente lo asociamos a la imagen del padre o padrastro violento, y si se le puede meter también la etiqueta de maltratador mejor que mejor. Sin embargo los verdugos de la infancia no son sólo hombres: también la madre puede ser el ogro. De hecho lo es con una frecuencia sorprendente. Partiremos de este artículo que tiene datos interesantes:


En esta fuente se detallan los sucesos caso por caso. Otros medios dan la noticia con una extraña sobriedad, casi con pudor en vez de propinarnos uno de los verbosos artículos llenos de veneno antimasculino con que nos castigan cuando se trata de violencia machista. El motivo es claro: de las 20 víctimas 13 lo fueron por mano de la madre y 7 por mano del padre.

Pues sí, la mayoría de estos delitos fueron cometidos por mujeres. Ciertamente se trata de un dato particular y una muestra pequeña, pero nos indica que existe una violencia femenina que se ignora deliberadamente, porque el lavado de cerebro feminista exige silenciarla, presentando la mujer como un  ser angelical que no puede hacer daño a nadie, eterna víctima. Pero de hecho no sólo existe la violencia femenina, sino que los datos sugieren que son prevalentemente mujeres las que cometen estos crímenes, especialmente contra niños de corta edad.

Los datos también sugieren que a la hora de considerar el sexo de los infanticidas es fundamental el origen. Es decir si son españoles o extranjeros: de los siete casos en que los homicidas son hombres, en un caso se trataba de un dominicano y en otros tres de un marroquí. No se dice nada del origen de las mujeres asesinas pero sospecho que todas o casi eran españolas, menos la inglesa que ahogó a sus dos hijos y que asimilo a las españolas pues es europea occidental.

Las mismas observaciones cabe hacer sobre los crímenes pasionales en los cuales hombres matan a mujeres, la llamada violencia de género: la proporción de asesinos procedentes de África del Norte o Sudamérica es bastante superior a la proporción de inmigrantes de ese origen en la población. Estos son números puros y duros;  ningún cacareo progresista cambiará su significado que es clarísimo, y por ello se silencian. Antes que un problema de género es por tanto un problema cultural pues inmigrantes de ciertas proveniencias se traen la violencia con ellos. Sin embargo las odiosas leyes feministas que se aprueban con el pretexto de esta violencia castigan y les hacen la vida imposible a los hombres en general, a menudo en situaciones en que el maltrato no existe en absoluto, o existe sólo en la mente enfermiza de quien ve en cada hombre un maltratador.

Volviendo al tema de las madres asesinas, en  realidad la proporción que sugieren estos veinte casos es poco indicativa porque, como sabe cualquiera que se haya interesado por el tema, en una gran mayoría de los casos los infanticidios son cometidos por mujeres. Es difícil recoger informaciones fiables pues los datos estadísticos son manipulados y camuflados, los medios tienden sistemáticamente a disimular los hechos y a exculpar a la mujer, como sucede siempre que un crimen es cometido por una fémina.

¿Cómo es posible que una mujer mate a su hijo? Parece difícil de admitir pues según la propaganda vigente la madre es siempre amorosa y sacrificada, el hombre es egoísta y hay que hacerle entrar en razón a golpe de juzgado, la mujer es incapaz de hacer el mal y de cometer violencia, el hombre es violento por naturaleza y hay que tratarle como un delincuente al mínimo indicio o denuncia.

Esta imagen es radicalmente falsa, una cochina mentira feminista más. La mujer tiene dentro una carga de maldad y violencia no inferior a la del hombre, sólo que éste teniendo mayor fuerza física e inclinación natural para la lucha ejercita su violencia y maldad de forma más visible y directa. La mujer lo hace a menudo de manera más solapada, a través de la manipulación y el engaño al cual los hombres somos vulnerables. Especialmente aquellos a quienes nadie ha enseñado a ser hombres, los hombres del siglo XXI, las víctimas de la educación desvirilizante que es el resultado de las campañas feministas, de la eliminación y el desprestigio de la figura paterna.

Naturalmente la mujer violenta agrede también físicamente, a quien no se puede defender: a niños porque no tienen la fuerza para hacerlo y hoy en día también a hombres, porque si ellos reaccionan irán a la cárcel como maltratadores. La mujer posee una habilidad natural para manipular a los demás y aparecer como víctima en cualquier situación aun cuando en realidad es el verdugo, para herir sin agredir físicamente, para el maltrato psicológico, por usar la jerga hoy de moda. Todo esto se ha sabido desde siempre, no es en absoluto criminalizar a la mujer sino comprender las maneras específicas en que la agresividad y la maldad femenina se realizan. Como existen los modos específicos de agresividaad y maldad masculinas. Es conocimiento elemental de los seres humanos y altamente necesario para afrontar la vida.

¿Cuántas veces hemos oído la retahíla sobre la posesividad masculina que considera la mujer una propiedad y por tanto cuando ésta le abandona, el hombre la agrede o la mata? Será verdad en muchos casos, pero seguramente en muchos otros -especialmente cuando al homicidio sigue el suicidio- se trata de la acción extrema y desesperada de un hombre perseguido por unas leyes y un sistema judicial que le son hostiles, que sistemáticamente le hacen la guerra y le niegan la posibilidad de obtener justicia de cualquier otra manera.

¿Sólo el hombre es posesivo? ¿Sólo él tiene celos? ¿A qué imbécil pretenden venderle la moto?

La mujer tiene un sentimiento de posesión sobre sus hijos infinitamente más fuerte que el hombre porque es físico, uterino. Esta posesividad uterina sobre los hijos es lo que le hace considerarlos no sólo cosa suya sino parte de sí, que esté dispuesta a cometer las mayores infamias para expulsar al padre de la vida de sus hijos si la relación  se rompe, que utilice a los hijos como arma contra el padre y los ponga en su contra, porque al fin y al cabo es como si fuera una parte de sí misma que utiliza en la guerra contra su antiguo compañero. No está dispuesta absolutamente a que se le arranque esta parte de sí misma para entregársela al padre.

Naturalmente las anteriores frases se aplican a situaciones patológicas, anormales y no a todas las mujeres. El problema es que en la tiranía feminista del Occidente moderno el Padre ha sido destronado y por tanto se ha dado rienda suelta a las peores tendencias femeninas, que imperan sin que nada ni nadie les ponga un freno. De esta manera lo patológico, lo anormal se ha convertido en la norma.

¿Bastan estas consideraciones sobre la posesividad uterina para agotar el tema de la violencia femenina sobre los niños? De ninguna manera porque hay algo bastante más profundo e inquietante debajo.

Algo a lo cual le han dado un nombre científico: El Síndrome de Münchausen,  para descargar de culpas a la madre criminal y oscurar el verdadero significado de lo que hay detrás: un odio subterráneo pero feroz de ciertas madres, muchas, contra sus hijos.

Hablaré de ello en la entrada de mañana. Saludos del Oso.

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