jueves, 5 de septiembre de 2019

EL PELELE DE TRAPO, LOS PELELES DE CARNE Y EL BAILE DE LOS MALDITOS





Es o era tradicional, en varias fiestas de nuestra geografía, el ritual de la “quema del pelele”; ese muñeco de trapo que festivamente es dado en pasto a las llamas y puede simbolizar varias cosas, se le puede cargar de significado un poco “a gusto del consumidor” por así decir.

En particular, la quema del pelele ha sido resucitada en ocasión de fiestas y celebraciones feministas, o fiestas tradicionales que el supremacismo hembrista ha contaminado  identificando el pelele quemado con la “violencia machista” o el “maltratador”.

A nadie se le escapará, creo, que lo que ahí se quema simbólicamente es el varón y la masculinidad. El significado es transparente, por mucho que las féminas promotoras de la quema intenten con penosas acrobacias verbales disimularlo y negarlo.

Y mientras el pelele de trapo arde, lo que da auténtica grima es ver a los peleles de carne y hueso de sexo masculino aplaudiendo mientras les queman en efigie. Naturalmente ellos también saben, en el fondo, que el pelele son ellos. Puede que se lo nieguen a sí mismos, pero en algún rincón de su mente lo saben perfectamente, aunque no lleguen a formular el pensamiento. Una conciencia que corroe el ser y genera un oscuro malestar. Intentarán sí olvidarlo, enmascararlo, negarlo; distrayéndose con estupideces o dedicándose a estupideces o hablando estupideces; o fingiendo ser felices y creer en todo ese gigantesco montón de basura de la igualdad y el feminismo y la perspectiva de género.

Sin embargo el punto de partida y de llegada es el mismo: en el fondo saben que ellos son el pelele y no pueden no saberlo. Como no puede no saberlo el varón actual que vive permanentemente dentro de un gran ritual de quema del pelele y siente ese mismo oscuro malestar.

Como un ejemplo particularmente desagradable de estas “celebraciones” recuerdo el vídeo de un “ritual de magia abortista” en el que un pelele del tamaño de un feto era golpeado, hecho blanco de escupitajos vejado de varias maneras antes de ser quemado por “machista” y “patriarcal” y “asesino” y demás flatulencias mentales que las “nuevas brujas” (ellas mismas se definen así) repetían festivamente, alegremente, en compañía de seres de aspecto masculino no menos entusiastas que sus compañeras. Por cierto que dando forma humana al pelele de trapo, reconocían que para ellas el feto es ya un ser humano (para representar un simple grumo de células, como fingen creer, bastaría una bola de trapo sin brazos ni piernas ni cabeza) y por tanto reivindicaban derecho de vida y muerte sobre él en virtud del poder del Santo Coño.

Eran personas jóvenes, apenas salidas de la adolescencia, pero nos equivocaríamos en considerarla simplemente una gamberrada o cosas de muchachos sin importancia. Muy al contrario era un preciso ritual operativo de odio contra la maternidad y contra el hombre, un conjuro mágico en sentido propio (porque la magia es poder sobre las mentes) contra la vida y contra el futuro. Y no son cuatro trastornadas sino la expresión de potentes fuerzas que actúan en nuestra sociedad, invisibles a los necios que no ven más allá de sus narices.
El pelele quemado era, aquí también, la representación de los pobres peleles que jaleaban el aquelarre; el ritual de escupitajos y vejaciones la expresión simbólica del tratamiento que reciben a manos de sus amas, aplaudido y coreado por  ellos mismos en un perverso juego de espejos autorreferente.

¡Bailad, peleles de carne, bailad el baile del Santo Coño! ¡Bailad mientras os queman en efigie y agradecéis vuestra vida de esclavos y pedís perdón por haber nacido con pito!

¡Bailad, bailad, malditos!, como rezaba el título de una vieja película. Porque son, ellas y ellos, los malditos de la no-vida y la negación del futuro. La quema en efigie del feto, símbolo de la vida, del futuro y de la renovación, es elocuente. Son el no-futuro, el agujero negro de la civilización del cual nada puede salir.

O quizá simplemente un desagüe de alcantarilla que se ha atascado y ha rebosado inundándolo todo. Bien pensado, quizá sea ésta la imagen que mejor describe tantos aspectos de la sociedad actual y mucho de lo que está sucediendo.

MAX ROMANO

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