sábado, 22 de junio de 2019

LA REPUGNANTE SENTENCIA DE LA MANADA: EXPRESIÓN DE UNA TIRANÍA FEMINISTA DONDE LOS VARONES NO TIENEN DERECHOS







La injusta sentencia de la manada lo ha dejado bien claro: no hay justicia para los varones y la horda feminista de la foto es la verdadera manada, la que realmente decide unas sentencias judiciales que están escritas desde el principio. Las reacciones de satisfacción y conformidad generalizada dejan bien clara la degeneración ética y mental de esta sociedad secuestrada por la secta feminista, una sociedad atestada de malas personas, mediocres y semiretrasados mentales que marcan el paso e imponen su ley.

Hace algo más de un año comencé mi colaboración en el periódico El correo de Madrid precisamente con el artículo La manada, la jauría y la lógica del clan en ocasión de la primera sentencia sobre este caso, menos dura pero ya suficientemente injusta. Ahora sigo suscribiendo todas y cada una de las palabras escritas en aquella ocasión, con mayor razón porque el tribunal supremo con minúsculas ha agravado la pena. La manada la conocemos todos, la jauría de las feministas se arroja sobre la presa poseída por invencible rabia sectaria, para la lógica del clan no existe la justicia impersonal y objetiva sino únicamente la lógica de género: la mujer siempre tiene razón.

Esta nueva sentencia, que condena a quince años a unos hombres por algo que de ninguna manera fue violación, es el producto de una sociedad fanatizada hasta lo inverosímil por la propaganda feminista, condicionada por una agobiante presión mediática, política y social; esto ha sido reconocido sin el menor pudor por toda la morralla progre de este país, cuando en su repugnante satisfacción afirman que no se habría llegado a esta sentencia sin las manifestaciones y la movilización; traducido al lenguaje llano, significa que la campaña de lavado de cerebro, propaganda y manifestaciones basura en la calle ha logrado su propósito de torcer la justicia.

No es del mejor gusto citarse a sí mismo, pero aquí recordaré otro artículo mío reciente, Las malas maestras, la profe de lengua y el matriarcado sobre un mundo de esclavos porque viene al caso; efectivamente, allí observaba cómo las más desequilibradas y sanguinarias odiadoras de hombres del feminismo histórico nunca se han marchado, están entre nosotros, vivas en espíritu aquí y ahora; vemos su largo brazo en sentencias como ésta.

Aunque ya lo afirmé en el artículo de hace un año, no escribo esto para defender a unas personas concretas. El episodio que dio origen a todo este caso es una historia de ordinaria degeneración y de primitivismo bestial. Degenerados ellos y degenerada ella también; impresentables ellos, puedo estar de acuerdo con esto, pero impresentables no quiere decir violadores. La justicia debe valorar si hay delito, no degradarse hasta convertirse en una justicia encoñada con perspectiva de género.

Por si teníamos alguna duda, queda claro que cuando hay de por medio sectas, lobbies, intereses ideológicos o económicos,  no existe la justicia sino únicamente las relaciones de poder. Esto ha sido siempre así; en estos casos la justicia no es la norma sino la excepción, una corriente limpia en un océano de iniquidad, un brote de rosas en medio de la mierda. Y esas excepciones, siempre por obra de personas valientes y rectas, que se atreven a desafiar a la lógica del clan, a la mediocre opinión general y a las hordas de fanáticos rabiosos con cerebros minúsculos secuestrados por la propaganda. Personas valientes y rectas como ese juez de la primera sentencia que discrepó, motivando su opinión de manera precisa y circunstanciada; sacando de ello el linchamiento mediático, el silencio de los pusilánimes, los insultos de la morralla humana y, probablemente, consecuencias negativas en su carrera.

Son oportunas aquí algunas referencias literarias. Acerca de la mediocridad de la opinión general cómo no recordar la inolvidable obra de Ibsen “El enemigo del pueblo”  donde la opinión democrática de una comunidad está de parte de la injusticia y la mentira. Acerca de la parcialidad de la justicia, la muy conocida novela “Matar a un ruiseñor” de la escritora Harper Lee, clásico de la literatura norteamericana y alegato contra el racismo del profundo sur. Es una obra muy querida para los progres (quiero decir los que han sobrevivido a la educación progre y no son analfabetos funcionales). En esta novela un hombre negro era condenado por violar a una chica blanca, a pesar de que la acusación no se sostenía de ninguna manera y toda la evidencia estaba en contra de la acusación. Pero era Alabama en los años 50 y la  sentencia estaba escrita desde el principio: exactamente desde el momento en que el negro tuvo la mala fortuna de encontrarse en una situación comprometida y la chica blanca lo denunció. Recomiendo a todos leer el libro, que vale la pena a pesar de ser un clásico del progresismo.

Es oportuno que los que han leído este libro reflexionen un poco sobre las evidentes correspondencias: el profundo sur americano de los años 50 es la España del 2019, el "matar a un ruiseñor" es la sentencia de la manada (salvando las distancias, quizá en vez de un ruiseñor sea un pajarraco pero matarlo sigue estando mal) y las sentencias, si el acusado es varón español y blanco, están escritas de antemano. Porque si la manada es de otro origen, extra-europeo, no hay campaña mediática ni manifestaciones basura ni jueces disconformes puestos en la picota.

Ha quedado claro como el agua: así como el negro de Alabama en 1950 lo tenía todo perdido desde el principio, también el varón español en 2019 tiene las de perder si es denunciado por una mujer. Lo que cuenta es la palabra de ella y la presión mediática de la jauría feminista, la que realmente escribe las sentencias y que cada vez es más consciente de su poder: sabe que cuanta más espuma eche por la boca, más se encogerán las pelotas de los jueces hasta alcanzar el tamaño de guisantes.

¿Cómo hemos llegado a esto? Pregunta un poco tardía y fuera de lugar porque hace mucho que hemos llegado a esto. El tratamiento inicuo del varón y el privilegio para la mujer son moneda corriente ya desde hace muchos años; pero el español medio o no ve las cosas o se niega a verlas o le dan igual hasta que no le afectan a él personalmente. ¿Por qué la gente no lo ve, por qué no hay una reacción?

Yo mi respuesta la tengo: porque el español medio es gilipollas. Lamento no dar un análisis más articulado y adecuadamente razonado, pero es que a veces la verdad está contenida en una sola frase. De hecho una vez entendemos que el español medio es gilipollas, muchos otros fenómenos aberrantes y absurdos se vuelven súbitamente comprensibles, dejan de ser inexplicables.

Cuando en este contexto hablo de gilipollas me refiero a los hombres. Ellas no lo son en absoluto; lo serán en otras cosas pero desde luego no en esto. Ellas entienden perfectamente lo que está pasando, saben que esta sentencia es una piedra angular en el nuevo régimen que se está construyendo: un régimen de terrorismo feminista, un estalinismo de la vagina donde los hombres viven en el miedo porque están indefensos ante la ley y se les puede chantajear en cualquier momento.

En efecto, hagamos una proyección del futuro que nos espera sin hacer ya referencias a este caso particular: si un hombre, impresentable o no, degenerado o no, tiene relaciones consentidas con una mujer y la mala fortuna de que la zorra decida después denunciarlo por violación, tiene todas las de perder. Y esto aunque haya constancia de que el comportamiento de ella sea el de un putón verbenero y una perra en celo. Él no podrá confiar en la justicia porque, sin importar cuál sea la realidad o cuáles sean las pruebas, lo más probable es que se tope con jueces mediocres, cobardes y pusilánimes, o directamente en mala fe, que sentencien con perspectiva de género.

Es el futuro que están construyendo para nosotros. Pero quiero terminar con una nota de optimismo y  dirigiéndome al español medio al que, me temo, no he tratado muy bien antes. 

Español medio, no todo está perdido, aún puedes salvarte si quieres. La condición de gilipollas no es innata sino adquirida, y se puede salir de ella.

Si un solo gilipollas deja de serlo leyendo este artículo, daré por bien empleados el tiempo y el esfuerzo de escribirlo.

MAX ROMANO

1 comentario:

Vicentaalcantaramaestre@hotmail.com dijo...

Magnífico artículo en mi humilde opinión y que yo si tuviera su misma facilidad para narrar las cosas lo firmaría.