sábado, 7 de octubre de 2017

LA NUEVA OLA DEL ODIO ANTIBLANCO

Ayer tuvo lugar la presentación del libro de los Azotes, que no salió mal teniendo en cuenta mis escasas cualidades de orador, y agradezco mucho la asistencia a los lectores de este blog que se acercaron por allí.

Ahora es tiempo de introducir una nueva etiqueta, "La Pluma y la Espada", donde iré poniendo los textos de la homónima sección en el programa de radio "Más que Palabras" que se emite los domingos en Internet y e el cual participo a menudo. El de hoy corresponde al programa emitido el pasado 2 de octubre.




En Estados Unidos se cancela el Día de Colón y se atacan las estatuas del Descubridor de América;  se retiran o se destruyen también otras estatuas, de generales confederados; se prohíbe la exhibición de la bandera y los símbolos sudistas. Más de quinientos años después del Descubrimiento y más de ciento cincuenta desde el fin de la Guerra de Secesión americana, parece haber surgido una auténtica fiebre, que sólo está empezando, por borrar los símbolos de ese pasado y su recuerdo en las mentes. Un pasado que evidentemente sigue de alguna manera presente.

¿Por qué digo que está sólo empezando esta fiebre? Porque esto sólo es el principio y va a ir a más. Todo esto es el afloramiento visible de algo que lleva décadas actuando, al menos desde los años cincuenta, la descolonización y el tercermundismo de la izquierda cultural en Occidente. Pero ahora llega a un nivel de masas y este afán iconoclasta es el principio de un frente de onda, que como mostraré es la tercera ola del marxismo cultural.

No entraré en las mentiras sobre presuntos genocidios, en las diferencias entre la colonización y la labor civilizadora de las potencias ibéricas (España y Portugal), de Francia y de Inglaterra; ni tampoco en la inmensa carga de mala fe o simple ignorancia que hace posible esta falsificación grotesca y pueril, donde los europeos son los villanos de la historia. No entraré en todo ello porque lo importante no es el contenido de tales mentiras y deformaciones, sino lo que hay detrás.

El quid de la cuestión, en efecto, es el porqué de la difusión de este sectarismo, las fuerzas que lo impulsan, lo que en realidad significa esta obsesión por derribar estatuas y suprimir símbolos del pasado. Y es algo que no tiene nada que ver con el afán por la verdad histórica y tampoco con el humanitarismo, menos aún con la lógica. Es simple y llanamente una nueva ola de rechazo y odio por la cultura europea y blanca, animada por una inmensa hostilidad hacia su historia y su tradición.

Dicho sea de pasada, los americanos blancos de ascendencia inglesa (los famosos WASP) serán muy estúpidos si piensan que esto se limitará a las estatuas de Colon y los generales sudistas, porque después irán a por sus símbolos y su historia, sus padres Fundadores y su Tea Party. El objetivo a derribar es toda la tradición  y toda la cultura europea, toda la historia y el contenido de civilización que el hombre blanco ha llevado en su expansión por el mundo.

Esta es una guerra cultural donde el enemigo son los blancos: en Suráfrica, en Suramérica o en cualquier parte del globo. El enemigo es la música clásica, son los clásicos de la literatura y la filosofía, el arte y la belleza europeas. El enemigo es la natalidad y el patrimonio genético, los ideales estéticos y los mismos rasgos físicos  de los pueblos blancos.

Pero sobre todo, el enemigo por antonomasia y por partida doble, o triple, es el hombre blanco sobre un caballo que blande una espada. Esta es la imagen que, como un punto focal, concentra el odio del progresista. Si pudieran derribarían todas y cada una de esas estatuas, hasta la última de ellas.

La guerra contra la cultura y la tradición europea hace mucho que ha comenzado, se lleva envenenando las mentes durante décadas. Ejemplar es en este sentido la expresión despectiva de cierto profesorcete de literatura (!) americano sobre sus autores clásicos, que para él son “hombres blancos muertos” y en su lugar dice leer sólo “literatura feminista negra contemporánea”. El hombre tiene que tener el cerebro completamente podrido de leer semejante material. Aunque él no dice “literatura negra” sino “afroamericana”: ya sabemos que para todos los progresistas ser negro es algo vergonzoso y feo, que no se debe decir abiertamente.

Esta es la enfermedad que nos han inoculado: el desprecio y el odio hacia nuestra propia tradición y nuestra propia historia, nos han contagiado con la enfermedad del complejo de culpa antiblanco y antieuropeo.  El veneno que nos ha metido en la cabeza el marxismo cultural, o la izquierda cultural o el progresismo. Poco importa cómo lo llamemos porque sabemos bien quién es el enemigo, sabemos identificar a sus cachorros, a sus tontos útiles y a sus mercenarios, movidos como peones en el gran proyecto de descomposición y erradicación de la civilización europea.

Esta corriente iconoclasta que hoy toma impulso, esta destrucción de estatuas y símbolos del mundo blanco, no ha nacido hoy: es la tercera ola del marxismo cultural y viene de lejos, es el último fruto envenenado de esa tendencia que tiene en su ADN el odio hacia la historia y los pueblos europeos. Una tendencia que, tras haber sido elaborada y difundida entre las élites culturales, tras la Segunda Guerra Mundial empezó a transformar decisivamente la sociedad occidental a través de una serie de frentes de onda.

La primera de estas olas llegó hacia el final de los años sesenta del siglo XX: el famoso sesenta y ocho, que marcó el inicio a nivel de masas de la disolución de la familia y la moral tradicional. La segunda fue la contestación de los noventa que, bajo falsa bandera antiglobalista, en realidad marcaba el paso dictado por el mundialismo apátrida, en su apoyo a la invasión migratoria y la ideología de las fronteras abiertas. La tercera es la que vivimos hoy y acaba de empezar: la denigración de los símbolos y la historia de los pueblos blancos, que ya tienen su espacio vital comprometido por la invasión migratoria y ahora se les quiere empezar a negar, también, su cultura y su historia. Esto es lo que vemos iniciarse bajo nuestros ojos, y a nadie se le escapará todo lo que está en juego.

¿Les interesa realmente, a los españoles que tienen problemas mucho más concretos y cercanos, que a diez mil kilómetros de distancia derriben estatuas de Colón y de generales sudistas? Debería interesarles, por lo menos a los españoles bien nacidos; porque la gentuza que derriba las estatuas en América es, en espíritu, la misma gentuza malcriada compuesta de hijos degenerados del bienestar, que dentro de no muchos años empezará a decirnos, aquí, que nuestras estatuas de reyes y figuras históricas representan a criminales y genocidas, y nos dirán que hay que derribarlas. Ya han empezado a hacerlo con los símbolos y los recuerdos de la gloriosa Reconquista.

La tercera ola del marxismo cultural es la que ataca la última línea de resistencia. Recapitulando, la primera rompió entre los sesenta y los setenta: fue la disolución social y ética, abrió el camino para la destrucción del carácter y la forma interior de las nuevas generaciones. La segunda en los años noventa fue la negación de nuestras fronteras y la soberanía nacional, para que fuésemos invadidos y para robarnos la autonomía de decisión política.


La tercera ola, con la sociedad ya en estado de descomposición, la educación destruida y la invasión inmigratoria en curso, es la negación de nuestra historia y nuestra cultura, la ofensiva definitiva contra lo que somos, contra los pueblos blancos de origen europeo.

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