Durante
este año me he ocupado algo de temas económicos, y específicamente de la
cuestión de la soberanía monetaria y lo que ya es una evidente dictadura de la
finanza internacional sobre los gobiernos. La serie El Reino del Dinero que –temo-
es algo indigesta de leer, formada por tres partes: Húngaros,
Mercaderes de humo, El opio del pueblo se ha ocupado de estos temas. Por otra parte en el blog El Velo Rasgado, que complementa el Oso, he
publicado un cierto número de textos con la etiqueta Economía que completaré con un ciclo de Massimo Fini cuya
primera entrada publico hoy. En conjunto explican lo esencial y son sugestivos para
motivar al lector que quiera seguir profundizando en el tema.
El
cuadro general que aparece es, en pocas palabras, una situación en la que un cierto
grupo o casta se ha hecho o se está haciendo con el control de la sociedad y
las palancas del poder, funcionando como una clase dominante mantenida por el
resto de la población. La clase de quienes crean y manipulan el dinero en sus
varias formas, que es el medio a través del cual ejercen el control.
El
dinero es necesario pero no es un bien en sí mismo, sino un instrumento económico para facilitar el
intercambio y medir el valor de las cosas. Por tanto debería ser propiedad de la
comunidad. Quienes gestionan su circulación realizan un servicio como cualquier
otro y tienen su lugar en la sociedad, que debería ser subordinado al poder
soberano y nunca de hegemonía. La aberración se produce cuando el dinero es privatizado, cuando quienes lo gestionan
lo prestan a la comunidad a cambio de
intereses. Mientras dura este sistema la sociedad está siempre endeudada con
ellos -por definición- cada vez más, y con el tiempo se van convirtiendo en los
amos. Este es el núcleo de la cuestión, la palanca con la cual han escalado un
poder que nunca deberían haber tenido.
Naturalmente
que haya una clase o una casta dominante no es una situaciòn nueva, es la misma
historia humana. En cada época de una nación o una civilización, un cierto grupo
o una casta, expresión de una cierta funcion social, ha ejercido la hegemonía y
ha impreso a la sociedad un cierto carácter, ha modelado un cierto tipo de
cultura.
La
hegemonía puede ser la de una aristocracia guerrera como en la Europa feudal y
el Japón de los samurai, de una casta
sacerdotal como en la India de los brahmanes
y los antiguos imperios teocráticos, de una casta de funcionarios basada en
la educacion como en la China imperial de los mandarines, de una oligarquia de mercaderes, etcétera. Las
variantes son numerosas y la importancia relativa de las funciones sociales,
cuál de ellas es el tema dominante en la sinfonía, imprime un sello a toda la
cultura.
Pero
no es lo mismo que manden los sacerdotes, los guerreros, de los filósofos o los
banqueros. Y en efecto la degradación y la decadencia de la sociedad moderna tienen
mucho que ver con el hecho de que la casta de los mercaderes de dinero sea la
que domina. Pero ello será el tema de la siguiente entrada El estiércol del demonio.
Cada
casta o grupo humano ha tenido sus medios para llegar al poder y al dominio de
la sociedad. Podemos preguntarnos cómo, concretamente, los amos del dinero han
llegado a obtener este poder. Sobre este punto hay una conocida historieta con cinco
náufragos en una isla, cada uno de los cuales tiene una habilidad diferente.
Forman una sociedad donde se intercambian su trabajo, pero este “comercio” es
engorroso porque les falta una unidad común para medir y representar el valor,
es decir les falta el dinero. A un cierto punto llega otro náufrago, un
banquero, que les ofrece la solución del problema: el dinero, que él mismo
imprimirá.
Pero
en vez de hacerse pagar una cantidad establecida por este servicio y crear una
cierta cantidad de dinero repartida entre todos y de propiedad de la comunidad,
lo cual pondría al banquero en pie de igualdad con los otros aportando su
particular habilidad, en el sistema que se inventa el dinero es de su propiedad
y lo alquila a los demás a cambio de un interés.
Como
hemos visto éste es el núcleo de la estafa monetaria. La diferencia es
importante porque en el primer caso el banquero es un miembro más del grupo, el
dinero pertenece a todos y es controlado por la comunidad, en el segundo el
banquero no proporciona un servicio más porque es el propietario de la
herramienta dinero y puede dictar sus condiciones. Al final todos acaban
trabajando como esclavos para él, que poco a poco va comprando con el dinero
que fabrica todos los bienes.
Hasta
que a los otros se les inflan las narices y se preguntan por qué motivo el
banquero tiene que ser el dueño de todo y dictar su ley. La historieta termina
con el banquero puesto de patitas en el mar con su dinero.
Esta
es una decripción bastante precisa aunque esquemática de lo que hoy es evidente
pero comenzó hace bastante tiempo. En una isla con pocas personas naturalmente
una operación como la descrita no sería posible y el final de la historieta es
inevitable, pues en una sociedad tan reducida y elemental el juego sería claro
para todos e inaceptable.
Todos
se conocen personalmente, pueden abarcar la totalidad de la economía y de la
vida en la isla directamente, por experiencia personal. Cada uno sabe lo que
los demás hacen, los problemas son comprensibles a todos y les afectan
directamente.
En
una isla de miles o millones de personas las cosas cambian y la toma del poder
por la finanza es posible. La economía es compleja, cada uno conoce
personalmente sólo a un puñado de personas, las cuestiones son a mayor escala y
la realidad se puede abarcar sólo mediante los medios de comunicación de la
isla.
A
este punto el banquero lo tiene bastante fácil para que el personal no termine
arrojándolo al mar. Se garantiza una buena entrada de intereses con su invento,
suficiente para pegarse la vida padre y tener en nómina –digamos- a cinco caraduras
a los que paga más que bien. Dos de ellos –un poco ineptos y que no saben en
realidad hacer gran cosa- fundan partidos políticos que bautizan como derecha e izquierda. Los otros tres vivales -tienen buena labia y saben por
lo menos escribir- dirigen los tres periódicos de la isla, uno de derechas, uno de izquierdas y uno independiente.
Los isleños votan, los políticos se pelean en los periódicos y se van
alternando en los cargos.
Todos
contentos. Si por casualidad un grupo de ciudadanos descontentos con el
banquero se asocian e intentan utilizar el mecanismo democrático, fundar un
partido para cambiar el sistema, curiosamente los tres periódicos parecen
hablar con una única voz y lo cubren de fango, de manera que parece un partido
criminal y la mismísima encarnación del mal. Si el banquero ha sido previsor,
se habrá preocupado también largo tiempo atrás de subvencionar a uno o dos
personajes sesudos e instruidos, para que sean los maestros intelectuales y la
conciencia moral de la isla.
¿Cuál
es el final de esta otra historieta? ¿Conseguirá el sistema ser estable y
garantizar un bienestar a la población, suficiente para tenerla tranquila? ¿Fracasará
el sistema y entrará en crisis? En este caso ¿Logrará el partido antisistema cambiar las cosas?
¿Pacíficamente? ¿Habrá una revolución?
Nadie
tiene la bola de cristal. Lo que es cierto es que el final de la historia no
está escrito en ninguna parte ni está determinado por una ley o ecuación
matemática, conocida o por descubrir. Depende de la voluntad del hombre que es
la que siempre da una forma a la historia, que es libre.
Habrá
quien piense que la descripcion anterior es una caricatura. Efectivamente está
supersimplificada y es muy esquemática, sin embargo corresponde en buena medida
a la realidad. De acuerdo, quizás la democracia no esté aún tan vacía de contenido,
puede que no sea así al cien por cien, pero por lo menos lo es –digamos- al
setenta por ciento y va en aumento.
Ciertamente
no seré yo quien resuelva en este blog el problema de la democracia y la
representación, pero me parece claro que la forma de gobierno democrática y el
sistema de partidos son el medio ideal para que el dinero y quienes lo
controlan dominen la sociedad. Para que logren imponerse como la casta
dominante en la sombra, más allá de la fachada de aparentes alternativas y el
cacareo del gallinero de los partidos políticos.
Como
mínimo el problema de una mejor forma de gobierno está abierto y si hay una verdadera
cuestión política hoy, es de qué parte estar frente a la construcción de este nuevo
feudalismo del dinero. Es la única significativa, porque es la cuestión de quién manda realmente. El resto es paja.
Pero
al fin y al cabo alguien tiene que mandar en el mundo. ¿Es tan malo el
feudalismo del dinero? ¿Es peor que el de los señores de la guerra feudales o
que el de los sacerdotes o que la hipotética república de los filósofos? Las
reflexiones que surgen de estas preguntas serán el tema de la siguiente y
última entrada de esta serie.
Como
último apunte sobre el sistema democrático, digamos que los fundadores de la
democracia moderna tenían en mente una clase dirigente que representase a la
sociedad y elegida por el pueblo, pero basada en el mérito, la educación y la
excelencia personal, formada con criterios cívicos y de servicio a la
comunidad.
Es
evidente –o debería serlo- que estos criterios son totalmente incompatibles con
la mentalidad igualitaria que hoy domina, y cabría discutir sobre su compatibilidad
en la práctica con el sistema democrático. Pero más allá de esto y en cualquier
caso, la élite destinada a dirigir la sociedad que tenían en mente aquellos
pioneros era muy diferente de la casta política actual. Ciertamente lo último
que querían aquellos padres de la democracia moderna era el feudalismo del
dinero, que son embargo es el punto al que está llegando inevitablemente su
sistema.
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