domingo, 1 de julio de 2012

LAS MÁQUINAS CONTRA LOS HOMBRES


 


De vez en cuando emiten por la televisión la película La Bestia de la Guerra, cinta bélica de factura correcta y algo inverosímil en su trama aunque entretenida. Ambientada en la guerra de Afganistán de 1979-1989, narra la lucha de un grupo de guerrilleros afganos contra un tanque soviético aislado de su unidad. La época eran los años ochenta, Estados Unidos armaba y financiaba a los combatientes afganos que entonces eran los luchadores por la libertad, y por tanto probablemente la película los presenta más limpios y simpáticos de lo que eran en realidad.

Nadie reconocería en ellos a las bestias sanguinarias y a los terroristas que nos presentan los medios cuando hablan de la insurgencia afgana actual contra la invasión y la ocupación militar de la OTAN. Y sin embargo ellos, los afganos, son siempre los mismos y llevan a cabo exactamente la misma lucha, contra un enemigo igualmente obtuso. Lo que cambia son las anteojeras ideológicas de quien les ha invadido por su bien.

Porque también los soviéticos les invadieron por su bien: querían llevarles la modernidad, a su manera naturalmente. Construían infraestructuras, escuelas, educaban a los afganos en el materialismo dialéctico.

Como todos sabemos, a finales de 2011 comenzó la actual guerra de Afganistán, presuntamente para castigar los atentados de las Torres Gemelas y eliminar el santuario de Al Qaeda. A pesar de que los responsables de los atentados aprendieran a volar en Estados Unidos, de que no hubiera un solo afgano entre ellos –la mayor parte eran saudíes- y de que el presunto imperio financiero de Bin Laden, gracias al cual podía conducir su Jihad, no estuviera en Afganistán. En efecto este país atrasado no es famoso por estar lleno de sociedades financieras o grandes bancos, que es donde hoy en día están las grandes fortunas. Aunque claro, Bin Laden siempre podía tener sus ahorrillos debajo de la almohada en alguna cueva entre las montañas.

Pero no son el tema de la entrada las múltiples dudas sobre los atentados del 2001, las mentiras que nos contaron y cuentan, para justificar primero la agresión y luego el mantenimiento de un gobierno títere. El tema es el mismo conflicto de Afganistán y la invasión que seguramente estaba preparada desde antes.

Los paralelismos con la guerra de resistencia de diez años que siguió a la invasión soviética de 1979 son notables. Por otra parte es también verdad que la situación militar y política es muy diferente y la guerra en curso ya dura más que lo que duró el conflicto contra la Unión Soviética. La diferencia más importante, el motivo por el que los ocupantes no se hayan retirado aún con el rabo entre las piernas -como tuvieron que hacer los rusos- y no hayan sufrido la misma sangría en hombres y medios, es que no hay una gran potencia que suministre armas a los afganos en su lucha, como sucedía en los tiempos de la invasión soviética.

De hecho la guerra es probable que dure aún bastante, pero parece dudoso que la OTAN pueda vencer contra los talibanes. Pueden siempre, claro está, liquidarlos a todos y arrasar el país dejando con vida los cuatro gatos que colaboran con las fuerzas de ocupación, pero esto difícilmente se puede llamar una victoria.

Recordemos brevemente la guerra del 1979-1989. La Unión Soviética invadió directamente el país con sus tropas, liquidando al presidente que había y poniendo un gobierno títere. La resistencia comenzó casi inmediatamente, primero con simples fusiles de caza o armas obsoletas -lo que tenían los afganos en aquel momento- y poco a poco fueron mejorando su armamento ayudados por Estados Unidos y Pakistán que financiaron, entrenaron y equiparon a guerrillas islámicas y jefes tribales.

Los soviéticos se demostraron en los años siguientes incapaces de  controlar el país ante una resistencia dura y feroz que los sometía a un desgaste continuo. No es que perdieran militarmente la guerra o que fueran expulsados como resultado de una ofensiva de las guerrillas, pero la situación se hizo insostenible; no se lograba controlar el país ni pacificarlo, la misma economía soviética estaba fracasando y simplemente a un cierto punto los rusos –se entraba en la perestrojka de Gorbachov- decidieron que no tenía ya sentido seguir intentando lo imposible. En diez años de combates perdieron unos 15.000 hombres, trescientos helicópteros y cien aviones, así como 400 tanques y unos 1.000 transportes blindados.

Un entretenido artículo es éste para quien quiera saber más:


Los soviéticos realizaban ofensivas periódicas para recuperar el control de zonas rurales controladas por la insurgencia; los guerrilleros, como no les podían hacer frente en campo abierto, se retiraban y así los rusos podían declarar que la ofensiva había tenido éxito. Sólo para perder el control nuevamente poco después sin conseguir derrotar realmente a la resistencia. Exactamente como ha hecho la OTAN estos años, con numerosas ofensivas de primavera aireadas a bombo y platillo que se quedan en agua de borrajas contra un enemigo evasivo y apoyado masivamente por la población.

Y que éste sea el caso, hoy como ayer, se comprende leyendo por ejemplo este artículo sobre las tropas españolas allí, que describe cómo los convoyes blindados deben desplazarse con infinitas precauciones por el constante peligro de trampas y emboscadas, mientras que los afganos se mueven libremente y sin gran preocupación:


Es difícil reconocer más claramente, sin decirlo explícitamente, el carácter de ejército de ocupación que lamentablemente tienen allí nuestras tropas, reducidas a mercenarios de los americanos en una guerra que no puede ser más ajena al interés de nuestra nación.

La situación actual de la guerra es un preludio a la retirada, con la coalición americana que pretende retirar sus tropas en un plazo no muy largo, dejando un gobierno títere que debería ser capaz de mantenerse con el apoyo occidental. Pero eso es exactamente la vietnamización que tan mal les salió en el país asiático y es también lo que hicieron los soviéticos; en ambos casos el gobierno que dejaron detrás duró pocos años.

Las similitudes no terminan aquí y van más allá de la crónica bélica. La justificación, si queremos ideológica, para esta guerra –dejando de lado el engaño de la lucha al terrorismo- es llevar la modernidad a los afganos, en su versión occidental de liberalismo y economía de mercado. Pero como he comentado antes eso es tembién lo que querían hacer los soviéticos, llevar la modernidad en su versión comunista a un país atrasado y tribal. También los rusos construyeron infraestructuras y escuelas, también ellos intentaron educar a los afganos a su manera y llevar el progreso, así como introducir medidas para modernizar el país, extirpar costumbres y leyes arcaicas.

Pero es que los afganos no la querían ni en pintura, la modernidad. Y tampoco parece que la quieran ahora. Los colaboradores –o colaboracionistas- del ocupante son pocos, apiñados en torno a Kabul y los pocos enclaves relativamente seguros y acojonados totalmente porque saben que el día que se vayan los americanos habrá un ajuste de cuentas, como sucedió tras la caída del gobierno que los rusos dejaron atrás.

Pueden no gustarnos los talibanes y efectivamente no es cuestión de hacer de ellos héroes ni idealizarlos, a ellos o a su forma de vivir. Cosa que por cierto tendía a hacer la película mencionada La bestia de la Guerra, pero claro entonces eran los buenos y era una película americana.

Ciertamente han cometido y cometen atrocidades como corresponde a un país atroz, pero también aquí no son peores que los presuntos buenos, más bien al contrario: los señores de la guerra que Estados Unidos utilizó para derribar a los talibanes son tan salvajes o más que ellos, con la diferencia de que el orden talibán está basado en la sharia y un  integralismo islámico que es muy duro y particularmente radical, pero hace referencia a una ley establecida claramente, mientras que el poder de los señores de la guerra era simplemente el arbitrio del más fuerte, del jefe de la banda.

También por estos motivos los talibanes tenían un prestigio entre la población que les permitió conquistar el poder en los años 90, mientras los gobernantes actuales tuvieron necesidad de las alfombras de bombas y misiles americanos para hacerlo.

Naturalmente a las violencias y atrocidades reales cometidas por los talibanes hay que añadir la habitual propaganda y la demonización por parte de Occidente, como estamos más que acostumbrados a ver. El cuento de siempre sobre los buenos y los malos.

No tengo nada en común con los talibanes, su forma de vivir y de concebir el mundo, nada hay más lejano de mí. Algunas de sus acciones me repugnan profundamente –admitiendo que sean responsables de todo lo que se les achaca- pero los afganos no han agredido a nadie. Lo único que quieren es que les dejen vivir en su país a su manera, brutal y primitiva –no voy a discutirlo- pero en definitiva se trata de gente a la que el resto del mundo le importa un comino y que no es ninguna amenaza para nosotros.

Amenazas lo son ciertamente el Islam radical y la colonización de Europa, pero esto tiene muy poco que ver con ir a tocar las narices a los afganos.

Porque es gente que no tolera que le vengan a tocar las narices. Los ingleses, que eran la superpotencia de la época, intentaron invadirles en el siglo XIX en el ámbito del Great Game, la partida de ajedrez que jugaban contra el Imperio Ruso en Asia, pero tampoco consiguieron dominarles. Sabemos cómo terminó la aventura de los soviéticos y ahora Occidente tiene todas las cartas para que la historia se repita.

Las razones de la derrota soviética y de la no-victoria occidental seguramente tienen mucho  que ver con el orgullo y la dureza de este pueblo, educado en un entorno áspero y pobre, severo maestro que no tolera la debilidad. Tienen que ver también con su capacidad de sacrificio porque están dispuestos a luchar en una inferioridad de condiciones total y a perder diez o cien hombres -no tengo ni idea del ratio real- para eliminar un soldado enemigo. No tienen vehículos acorazados, deben combatir contra un adversario que puede golpear desde el aire en cualquier momento con efectos devastadores.

Pero sobre todo las razones tienen que ver con el carácter profundo, con el significado simbólico de esta guerra.

Mucho más que en el caso de la invasión rusa, Occidente ha vertido ríos de dinero para que esta guerra y esta ocupación sea un éxito, y también para educar  a los afganos y hacerles occidentales.

Mucho más que en el caso de la invasión rusa, Occidente hace la guerra con las máquinas. Los americanos hace ya mucho que no arriesgan sus tropas. Esa labor la dejan a los pringados que llaman aliados, aunque en la práctica estos últimos se exponen también lo menos posible.

Decir que esta guerra es asimétrica es decir poco porque los ocupantes ya ni siquiera combaten. Envían sólo máquinas en vez de hombres, en una guerra por control remoto en la que se utilizan misiles, se ataca desde el aire en completa impunidad y por lo general se evita arriesgar pilotos de aviones o helicópteros enviando a los drones, robots controlados por personas que se encuentran en un centro de control a cientos o miles de kilómetros.

Pero los afganos, aún así, están dispuestos a luchar contra las máquinas y continúan combatiendo aunque les cueste pérdidas desproporcionadas, aunque en cualquier momento les pueda llover la muerte desde el cielo desde un aparato que no siquiera pueden ver. Lucha desigual donde las haya contra un enemigo cobarde y vil que no da la cara y que, hablemos claro, sin sus máquinas vale bien poco y no duraría una semana.

La incidencia extraordinaria de problemas psicológicos, drogadicción, trastornos varios en los soldados norteamericanos -por extensión occidentales- no es cosa de hoy. Por otra parte a nadie sorprenderá esta decadencia del factor humano: las naciones occidentales de hoy, decadentes y desvirilizadas, ¿de dónde van a sacar los soldados? ¿de los niños mimados producto de nuestra sociedad? ¿de las niñatas que quieren jugar a ser soldado porque –perversión donde las haya- se sienten así realizadas como mujeres?

También hay que mencionar aquí el efecto de decenios de propaganda antinacional, antimilitarista y en general del empeño izquierdista –en nuestro país lo hemos podido ver claramente- por convertir las Fuerzas Armadas en un ejército de muñequitas o una especie de ONG y sustancialmente desvirtuarlas.

No es casualidad que muchos soldados occidentales sean de origen extranjero. Entre los soldados de España tengo entendido que muchos son sudamericanos, y sospecho de que no se trata de los peores.

Los talibanes serán feos, sucios y malos, serán fanáticos y unos salvajes en muchos aspectos; no voy a discutirlo, pero son hombres que luchan contra máquinas y ya sólo por esto merecen la victoria.

La guerra de la máquina y del dinero contra los hombres. Tal es el significado simbólico del conflicto y nos indica el quid de la cuestión.

Quizá gane Occidente al final y los afganos sean aplastados, pero entonces habrá quedado claro que la máquina vale más que el hombre, que es más fuerte que el hombre y el significado será devastante.

La esencia de la libertad es la apelación a una fuerza interior del ser humano, la certeza de que existe algo dentro de nosotros, como un último recurso, más fuerte que los mecanismos y de todo lo que es externo, accesorio. El día en que el factor humano sea derrotado definitivamente y no tenga esperanza o posibilidades de rebelión se habrá terminado la libertad en su sentido más profundo y no seremos más que una colonia de hormigas.

Esto es lo que está en juego. No el integralismo islámico que me repugna profundamente y es incompatible con toda mi concepción del mundo; ni siquiera el derecho de un pueblo a vivir como mejor le parece en su casa y no en la nuestra que me parece totalmente justificable, sino la libertad humana.

Por otra parte es triste que tengan que enseñarnos esta lección de libertad los talibanes. Pero harapientos y fanáticos como son, debemos aceptar que con su resistencia implacable, con su terca obstinación, nos están enseñando algo que una vez supimos y hemos olvidado.

Algo que en realidad hemos sabido siempre y una alienación profunda de nosotros mismos nos ha hecho olvidar: que el hombre vale más que el dinero y vale más que la máquina.

3 comentarios:

A.J dijo...

Tengo el mismo concepto del conflicto que ha montado el atlantismo en Afganistan que el autor del blog.

Los talibanes representan"la revuelta contra el mundo moderno" impuesto a base de bombas.

Los EE UU y su cohorte representán el totalitarismo globalizador y tecnotrónico.

León Riente dijo...

Toda la razón tiene el autor. Hay que celebrar la victoria del hombre sobre la máquina y aunque el hombre hoy lo represente el talib, igualmente debe ser celebrada tal victoria.

Lo de la lucha contra los taliban por islamistas y demás no es sino propaganda de consumo interno (de los estados que envían allí a sus tropas y tecnologías). A la organización terrorista OTAN no le importó en su día ayudar a los islamistas albaneses, como no importa hoy día a los estados que forman parte de semejante organización terrorista, entre los cuales, desgraciadamente, está España, aislar y agredir al estado musulmán más laico que existe hoy: Siria.

No es cuestión de islamismo sí, islamismo no, lo que se dirime aquí.

Gandalf dijo...

La lucha contra el islam es la excusa para luchar contra una civilización que sigue tiene muy claras dos cosas: El sentido sobrenatural del hombre y la autoridad paterna como guía insustituible para crecer y madurar.
Estos dos elementos estaban presentes en nuestra civilización occidental, cuando el influjo del cristianismo era fuerte; hasta que comenzamos a claudicar empujados por las ideologías anti-hombre, anti-padre, anti-vida, anti-sentido común... y todos los "anti" que queráis poner.