De vez en cuando emiten por la televisión la película La Bestia de la Guerra, cinta bélica de
factura correcta y algo inverosímil en su trama aunque entretenida. Ambientada
en la guerra de Afganistán de 1979-1989, narra la lucha de un grupo de
guerrilleros afganos contra un tanque soviético aislado de su unidad. La época
eran los años ochenta, Estados Unidos armaba y financiaba a los combatientes afganos
que entonces eran los luchadores por la libertad, y por tanto probablemente la
película los presenta más limpios y simpáticos de lo que eran en realidad.
Nadie reconocería en ellos a las bestias sanguinarias y a
los terroristas que nos presentan los medios cuando hablan de la insurgencia
afgana actual contra la invasión y la ocupación militar de la OTAN. Y sin
embargo ellos, los afganos, son siempre los mismos y llevan a cabo exactamente la
misma lucha, contra un enemigo igualmente obtuso. Lo que cambia son las
anteojeras ideológicas de quien les ha invadido por su bien.
Porque también los soviéticos les invadieron por su bien: querían llevarles la
modernidad, a su manera naturalmente. Construían infraestructuras, escuelas,
educaban a los afganos en el materialismo dialéctico.
Como todos sabemos, a finales de 2011 comenzó la actual
guerra de Afganistán, presuntamente para castigar los atentados de las Torres
Gemelas y eliminar el santuario de Al
Qaeda. A pesar de que los responsables de los atentados aprendieran a volar
en Estados Unidos, de que no hubiera un solo afgano entre ellos –la mayor parte
eran saudíes- y de que el presunto imperio financiero de Bin Laden, gracias al
cual podía conducir su Jihad, no
estuviera en Afganistán. En efecto este país atrasado no es famoso por estar
lleno de sociedades financieras o grandes bancos, que es donde hoy en día están
las grandes fortunas. Aunque claro, Bin Laden siempre podía tener sus
ahorrillos debajo de la almohada en alguna cueva entre las montañas.
Pero no son el tema de la entrada las múltiples dudas sobre
los atentados del 2001, las mentiras que nos contaron y cuentan, para
justificar primero la agresión y luego el mantenimiento de un gobierno títere.
El tema es el mismo conflicto de Afganistán y la invasión que seguramente
estaba preparada desde antes.
Los paralelismos con la guerra de resistencia de diez años
que siguió a la invasión soviética de 1979 son notables. Por otra parte es también verdad que la situación militar y
política es muy diferente y la guerra en curso ya dura más que lo que duró el
conflicto contra la Unión Soviética. La diferencia más importante, el motivo
por el que los ocupantes no se hayan retirado aún con el rabo entre las piernas
-como tuvieron que hacer los rusos- y no hayan sufrido la misma sangría en
hombres y medios, es que no hay una gran potencia que suministre armas a los afganos
en su lucha, como sucedía en los tiempos de la invasión soviética.
De hecho la guerra es probable que dure aún bastante, pero
parece dudoso que la OTAN pueda vencer
contra los talibanes. Pueden siempre, claro está, liquidarlos a todos y arrasar
el país dejando con vida los cuatro gatos que colaboran con las fuerzas de
ocupación, pero esto difícilmente se puede llamar una victoria.
Recordemos brevemente la guerra del 1979-1989. La Unión
Soviética invadió directamente el país con sus tropas, liquidando al presidente
que había y poniendo un gobierno títere. La resistencia comenzó casi
inmediatamente, primero con simples fusiles de caza o armas obsoletas -lo que
tenían los afganos en aquel momento- y poco a poco fueron mejorando su
armamento ayudados por Estados Unidos y Pakistán que financiaron, entrenaron y
equiparon a guerrillas islámicas y jefes tribales.
Los soviéticos se demostraron en los años siguientes incapaces
de controlar el país ante una
resistencia dura y feroz que los sometía a un desgaste continuo. No es que
perdieran militarmente la guerra o que fueran expulsados como resultado de una
ofensiva de las guerrillas, pero la situación se hizo insostenible; no se
lograba controlar el país ni pacificarlo, la misma economía soviética estaba
fracasando y simplemente a un cierto punto los rusos –se entraba en la perestrojka de Gorbachov- decidieron que
no tenía ya sentido seguir intentando lo imposible. En diez años de combates perdieron
unos 15.000 hombres, trescientos helicópteros y cien aviones, así como 400
tanques y unos 1.000 transportes blindados.
Un entretenido artículo es éste
para quien quiera saber más:
Los soviéticos realizaban ofensivas periódicas para
recuperar el control de zonas rurales controladas por la insurgencia; los
guerrilleros, como no les podían hacer frente en campo abierto, se retiraban y así
los rusos podían declarar que la ofensiva había tenido éxito. Sólo para perder
el control nuevamente poco después sin conseguir derrotar realmente a la
resistencia. Exactamente como ha hecho la OTAN estos años, con numerosas ofensivas
de primavera aireadas a bombo y platillo que se quedan en agua de borrajas
contra un enemigo evasivo y apoyado masivamente por la población.
Y que éste sea el caso, hoy como ayer, se comprende leyendo
por ejemplo este artículo sobre las tropas españolas allí, que describe cómo los
convoyes blindados deben desplazarse con infinitas precauciones por el
constante peligro de trampas y emboscadas, mientras
que los afganos se mueven libremente y sin gran preocupación:
Es difícil reconocer más claramente, sin decirlo
explícitamente, el carácter de ejército de ocupación que lamentablemente tienen
allí nuestras tropas, reducidas a mercenarios de los americanos en una guerra
que no puede ser más ajena al interés de nuestra nación.
La situación actual de la guerra es un preludio a la
retirada, con la coalición americana que pretende retirar sus tropas en un
plazo no muy largo, dejando un gobierno títere que debería ser capaz de
mantenerse con el apoyo occidental. Pero eso es exactamente la vietnamización que tan mal les salió en
el país asiático y es también lo que hicieron los soviéticos; en ambos casos el
gobierno que dejaron detrás duró pocos años.
Las
similitudes no terminan aquí y van más allá de la crónica bélica. La
justificación, si queremos ideológica, para esta guerra –dejando de lado el
engaño de la lucha al terrorismo- es llevar la modernidad a los afganos, en su
versión occidental de liberalismo y economía de mercado. Pero como he comentado
antes eso es tembién lo que querían hacer los soviéticos, llevar la modernidad
en su versión comunista a un país atrasado y tribal. También los rusos
construyeron infraestructuras y escuelas, también ellos intentaron educar a los afganos a su manera y
llevar el progreso, así como introducir medidas para modernizar el país,
extirpar costumbres y leyes arcaicas.
Pero
es que los afganos no la querían ni en pintura, la modernidad. Y tampoco parece
que la quieran ahora. Los colaboradores –o colaboracionistas- del ocupante son
pocos, apiñados en torno a Kabul y los pocos enclaves relativamente seguros y
acojonados totalmente porque saben que el día que se vayan los americanos habrá
un ajuste de cuentas, como sucedió tras la caída del gobierno que los rusos dejaron
atrás.
Pueden
no gustarnos los talibanes y efectivamente no es cuestión de hacer de ellos
héroes ni idealizarlos, a ellos o a su forma de vivir. Cosa que por cierto
tendía a hacer la película mencionada La
bestia de la Guerra, pero claro entonces eran los buenos y era una película
americana.
Ciertamente
han cometido y cometen atrocidades como corresponde a un país atroz, pero
también aquí no son peores que los presuntos buenos, más bien al contrario: los señores de la guerra que Estados
Unidos utilizó para derribar a los talibanes son tan salvajes o más que ellos,
con la diferencia de que el orden talibán está basado en la sharia y un integralismo islámico que es muy duro y particularmente
radical, pero hace referencia a una ley establecida claramente, mientras que el
poder de los señores de la guerra era simplemente el arbitrio del más fuerte,
del jefe de la banda.
También
por estos motivos los talibanes tenían un prestigio entre la población que les
permitió conquistar el poder en los años 90, mientras los gobernantes actuales
tuvieron necesidad de las alfombras de bombas y misiles americanos para hacerlo.
Naturalmente
a las violencias y atrocidades reales cometidas por los talibanes hay que
añadir la habitual propaganda y la demonización por parte de Occidente, como
estamos más que acostumbrados a ver. El cuento de siempre sobre los buenos y
los malos.
No
tengo nada en común con los talibanes, su forma de vivir y de concebir el
mundo, nada hay más lejano de mí. Algunas de sus acciones me repugnan
profundamente –admitiendo que sean responsables de todo lo que se les achaca- pero
los afganos no han agredido a nadie. Lo único que quieren es que les dejen
vivir en su país a su manera, brutal y primitiva –no voy a discutirlo- pero en
definitiva se trata de gente a la que el resto del mundo le importa un comino y
que no es ninguna amenaza para nosotros.
Amenazas
lo son ciertamente el Islam radical y la colonización de Europa, pero esto
tiene muy poco que ver con ir a tocar las narices a los afganos.
Porque
es gente que no tolera que le vengan a tocar las narices. Los ingleses, que
eran la superpotencia de la época, intentaron invadirles en el siglo XIX en el
ámbito del Great Game, la partida de
ajedrez que jugaban contra el Imperio Ruso en Asia, pero tampoco consiguieron
dominarles. Sabemos cómo terminó la aventura de los soviéticos y ahora
Occidente tiene todas las cartas para que la historia se repita.
Las
razones de la derrota soviética y de la no-victoria
occidental seguramente tienen mucho que ver con el orgullo y la dureza de este
pueblo, educado en un entorno áspero y pobre, severo maestro que no tolera la
debilidad. Tienen que ver también con su capacidad de sacrificio porque están
dispuestos a luchar en una inferioridad de condiciones total y a perder diez o
cien hombres -no tengo ni idea del ratio
real- para eliminar un soldado enemigo. No tienen vehículos acorazados, deben
combatir contra un adversario que puede golpear desde el aire en cualquier
momento con efectos devastadores.
Pero
sobre todo las razones tienen que ver con el carácter profundo, con el
significado simbólico de esta guerra.
Mucho
más que en el caso de la invasión rusa, Occidente ha vertido ríos de dinero
para que esta guerra y esta ocupación sea un éxito, y también para educar a los afganos y hacerles occidentales.
Mucho
más que en el caso de la invasión rusa, Occidente hace la guerra con las máquinas.
Los americanos hace ya mucho que no arriesgan sus tropas. Esa labor la dejan a
los pringados que llaman aliados, aunque
en la práctica estos últimos se exponen también lo menos posible.
Decir
que esta guerra es asimétrica es
decir poco porque los ocupantes ya ni siquiera combaten. Envían sólo máquinas
en vez de hombres, en una guerra por control remoto en la que se utilizan
misiles, se ataca desde el aire en completa impunidad y por lo general se evita
arriesgar pilotos de aviones o helicópteros enviando a los drones, robots controlados por personas que se encuentran en un
centro de control a cientos o miles de kilómetros.
Pero
los afganos, aún así, están dispuestos a luchar contra las máquinas y continúan
combatiendo aunque les cueste pérdidas desproporcionadas, aunque en cualquier
momento les pueda llover la muerte desde el cielo desde un aparato que no
siquiera pueden ver. Lucha desigual donde las haya contra un enemigo cobarde y
vil que no da la cara y que, hablemos claro, sin sus máquinas vale bien poco y
no duraría una semana.
La
incidencia extraordinaria de problemas psicológicos, drogadicción, trastornos
varios en los soldados norteamericanos -por extensión occidentales- no es cosa
de hoy. Por otra parte a nadie sorprenderá esta decadencia del factor humano: las
naciones occidentales de hoy, decadentes y desvirilizadas, ¿de dónde van a
sacar los soldados? ¿de los niños mimados producto de nuestra sociedad? ¿de las
niñatas que quieren jugar a ser soldado porque –perversión donde las haya- se
sienten así realizadas como mujeres?
También
hay que mencionar aquí el efecto de decenios de propaganda antinacional,
antimilitarista y en general del empeño izquierdista –en nuestro país lo hemos
podido ver claramente- por convertir las Fuerzas Armadas en un ejército de
muñequitas o una especie de ONG y sustancialmente desvirtuarlas.
No
es casualidad que muchos soldados occidentales sean de origen extranjero. Entre
los soldados de España tengo entendido que muchos son sudamericanos, y sospecho de que no se trata de los peores.
Los
talibanes serán feos, sucios y malos, serán
fanáticos y unos salvajes en muchos aspectos; no voy a discutirlo, pero son
hombres que luchan contra máquinas y ya sólo por esto merecen la victoria.
La guerra
de la máquina y del dinero contra los hombres. Tal es el significado simbólico
del conflicto y nos indica el quid de
la cuestión.
Quizá
gane Occidente al final y los afganos sean aplastados, pero entonces habrá quedado
claro que la máquina vale más que el hombre, que es más fuerte que el hombre y el
significado será devastante.
La
esencia de la libertad es la apelación a una fuerza interior del ser humano, la
certeza de que existe algo dentro de nosotros, como un último recurso, más fuerte
que los mecanismos y de todo lo que es externo, accesorio. El día en que el
factor humano sea derrotado definitivamente y no tenga esperanza o
posibilidades de rebelión se habrá terminado la libertad en su sentido más
profundo y no seremos más que una colonia de hormigas.
Esto
es lo que está en juego. No el integralismo islámico que me repugna
profundamente y es incompatible con toda mi concepción del mundo; ni siquiera
el derecho de un pueblo a vivir como mejor le parece en su casa y no en la nuestra que me parece totalmente justificable,
sino la libertad humana.
Por
otra parte es triste que tengan que enseñarnos esta lección de libertad los
talibanes. Pero harapientos y fanáticos como son, debemos aceptar que con su
resistencia implacable, con su terca obstinación, nos están enseñando algo que
una vez supimos y hemos olvidado.
Algo
que en realidad hemos sabido siempre y una alienación profunda de nosotros
mismos nos ha hecho olvidar: que el hombre vale más que el dinero y vale más
que la máquina.
3 comentarios:
Tengo el mismo concepto del conflicto que ha montado el atlantismo en Afganistan que el autor del blog.
Los talibanes representan"la revuelta contra el mundo moderno" impuesto a base de bombas.
Los EE UU y su cohorte representán el totalitarismo globalizador y tecnotrónico.
Toda la razón tiene el autor. Hay que celebrar la victoria del hombre sobre la máquina y aunque el hombre hoy lo represente el talib, igualmente debe ser celebrada tal victoria.
Lo de la lucha contra los taliban por islamistas y demás no es sino propaganda de consumo interno (de los estados que envían allí a sus tropas y tecnologías). A la organización terrorista OTAN no le importó en su día ayudar a los islamistas albaneses, como no importa hoy día a los estados que forman parte de semejante organización terrorista, entre los cuales, desgraciadamente, está España, aislar y agredir al estado musulmán más laico que existe hoy: Siria.
No es cuestión de islamismo sí, islamismo no, lo que se dirime aquí.
La lucha contra el islam es la excusa para luchar contra una civilización que sigue tiene muy claras dos cosas: El sentido sobrenatural del hombre y la autoridad paterna como guía insustituible para crecer y madurar.
Estos dos elementos estaban presentes en nuestra civilización occidental, cuando el influjo del cristianismo era fuerte; hasta que comenzamos a claudicar empujados por las ideologías anti-hombre, anti-padre, anti-vida, anti-sentido común... y todos los "anti" que queráis poner.
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