La entrada de hoy no parte de una noticia en particular, pero quería abordar cierto tema, visto que el verano está terminando y muchas personas acaban de concluir sus vacaciones. A nadie se le escapará el gran problema de salud pública que supone la depresión post-vacacional...uno podría pensar que se trata de chirigotas de temporada, pero hay gente sesuda que lo dice muy en serio. Por ejemplo psicólogos que no saben dónde rascar para llevar agua a su molino, vendedores de felicidad química que desean convertirnos a todos en adictos a sus productos...
La palabra "depresión" es una de las que ha sufrido más abusos y manipulaciones; existe un continuo desde un simple estado de melancolía pasajera hasta formas crónicas y graves. Ello da pie a que todo el mundo pueda meter mano ahí...se inventó o fabricó en épocas pasadas la depresión post-coito, expresión de un odio teológico por el sexo. Se ha popularizado en Occidente la depresión post-parto, concebible sólo en una sociedad cuyas mujeres consideran la maternidad un obstáculo para su vida en lugar de una misión, en suma allá donde las feministas han conseguido envenenar a la mujer con su odio por la maternidad.
Pero hoy vamos a bajar un peldaño más y considerar la "depresión post vacaciones". Es tema ridículo ciertamente, que haya nacido esta expresión indica que
1. La gente en general considera como un derecho vivir en Disneylandia.
2. Cualquier emoción negativa que nos saque de Disneylandia es inaceptable y necesita tratamiento.
¿Exagero? En absoluto. Es la consecuencia lógica de ciertas premisas sobre las que se basa nuestro modelo de sociedad y de ciertos mecanismos. Es materia de observación común que hoy en día los considerados “expertos”, con obstinación y método ponen nombres, clasifican como enfermedades y transtornos los más vulgares hechos de la vida y cualquier estado de ánimo que se desvíe de una presunta “normalidad emotiva”.
¿No nos gusta volver a trabajar tras las vacaciones? “depresión post-vacaciones” con su diagnosis y tratamiento en manos de expertos.
¿Nuestros hijos tienen demasiada energía? AHDH (Attention Deficit Hyperactivity Disorder), pero aquí la cuestión ya no es simplemente ligera, semi-seria y ridícula. Se vuelve siniestra porque se trata de clasificar a nuestros hijos como hiperactivos cuando su vitalidad se sale de los parámetros impuestos por una sociedad senil que está basada en valores seniles y antivitales; se trata también, a nivel más mundano y concreto, de una deliberada campaña para extender el mercado de los fármacos psicoactivos, drogando a los niños para que estén más tranquilos. En efecto la infancia es un terreno hasta ahora casi virgen en este campo particular, un mercado a conquistar. Un nuevo “target”; el lenguaje del marketing, si no otra cosa, es por lo menos honesto. “Conquista” de un mercado. “Target” o sea blanco de tiro. En las campañas de marketing el enemigo somos nosotros.
Pero no salgamos del tema. Volviendo a la increíble proliferación de enfermedades y dolencias cada vez más grotescas y demenciales, los ejemplos son legión y habría material para libros enteros.
Hoy en día en cualquier situación traumática aparece un enjambre de figuras inútiles que realizan “asistencia psicológica” y nos enseñan a superarla, nos ayudan con impertinencia a elaborar nuestros lutos, las situaciones difíciles, los “traumas”. Nuestos progenitores no percibieron nunca la necesidad de tales parásitos; al contrario, sabían vivir con un pudor y una dignidad hoy desconocidos los momentos difíciles y trágicos de la vida. De hecho cuanto más proliferan estas figuras, más somos débiles y necesitados de asistencia. Todos frágiles, infantilizados. Esto es lo que quiere de nosotros la sociedad en que vivimos.
Y sin embargo, si lo que se quiere es la “felicidad” –hasta el punto de que se habla del demencial “derecho a la felicidad”- este modelo es un fracaso estrepitoso. Cuanto más buscamos la felicidad siguiendo la vía del autodenominado “mejor de los mundos posibles” más se nos escapa de las manos, come el arco iris que se aleja apenas intentamos alcanzarlo.
¿Largas vacaciones para ser felices? Estupendo, las tenemos…pero luego la infelicidad entra por la ventana: somos gordos y sebosos, nos avergonzamos de ponernos el bañador y enseñar la chicha a los demás. ¿Comer hasta reventar? La miseria y el hambre han desaparecido de nuestro mundo –por lo menos del mundo en el que nos movemos- y podemos ser felices comiendo como cerdos. Pero luego mirándonos al espejo somos infelices. O lo somos porque para mantener la línea comemos porquerías dietéticas, “light”, comida sana y todo el resto de la galería de horrores alimentarios tan de moda. Sigamos con las recetas para la búsqueda de la felicidad…¿Vacaciones de ensueño, relajantes para “recargar las pilas”? Sí, nos hacen felices, pero cuando terminan nos acecha el “estrés de vuelta al trabajo” o la "depresión" de marras. ¿Cirugía estética, tejido grasiento y celulítico extraído bajo la piel, monstruosos labios y tetonas de silicona, cabellos transplantados? Así seremos finalmente felices porque “gustamos y nos gustamos”…pero aquí también se cuela por la chimenea el diablillo: siempre encontraremos algo que atenta a nuestro derecho a la felicidad, como alguna pequeña arruga, un pliegue de carne en demasía redondo, por no hablar del “estrés de pagar la factura”.
En fin, parece bastante claro que el problema no está en el cuerpo sino en el cerebro. Inútil es transplantar material encima del cuero cabelludo cuando lo que hay debajo está vacío, inútil rebajar grasas cuando los verdaderos michelines y papadas están en la mente. Cuanto más buscamos la felicidad, cuanto más dedicamos a ello tiempo, dinero, investigación, laboratorios, investigación científica aplicada a generar imágenes supercomputerizadas de bolitas de grasa subcutáneas, más motivos nos inventamos para ser infelices. Por esto se nos escapará siempre, porque somos como niños –retrasados- que corren tras el arco iris o la línea del horizonte hasta reventar.
Y no nos damos cuenta porque detrás de todo ello, a la raíz, está el siniestro mito del “Estado de Felicidad”, sin dolor, sin tensiones, traumas, ni luchas. El paraíso terrestre del “mejor de los mundos posibles” que una cierta visión del mundo propone y promete. Mito siniestro ya a nivel teórico, haciendo abstracción de las posibilidades efectivas de realizar lo prometido. Porque como es evidente la eliminación de lo negativo lleva consigo la eliminación de lo positivo. Lleva al estado de nivelación en la mediocridad que se propone como felicidad, promesa, sueño y utopía de una ideología y una concepción del mundo que, a sabiendas o no, en el fondo apunta a convertirnos en seres asistidos, necesitados, dependientes. Que poco a poco define como patológica y merecedora de tratamiento cualquier realidad humana que conlleve una tensión, una dificultad, una prueba que haya que superar. Hay que abolir los suspensos en el colegio, los exámenes difíciles, cualquier situación en que el hombre deba medirse consigo mismo. Para evitar “traumas”. Todos nosotros conocemos esta penosa jerga de la cual se llenan la boca personajes de la política, del poder y de la “cultura”.
Enjambres impertinentes de profesionales de la asistencia psicológica, búsqueda química de la felicidad, dogmatismo del ideal hueco de la persona perfectamente equilibrada y racional. Todo esto son expresiones, declinaciones de la Nada, del Vacío, del Desierto que crece en nuestra sociedad.
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