El caso de Plácido Domingo
acusado de ese delito nebuloso, indefinible que se llama “acoso sexual” es un
episodio más de la gran campaña de acoso y derribo contra el varón. Esa gran cacería
que la feminizada y antimasculina sociedad occidental (especialmente la
norteamericana) ha organizado contra el hombre.
Se ha creado una atmósfera envenenada
de histeria colectiva y de linchamiento mediático que cada vez va a más; pero
sobre todo se ha ampliado de manera aberrante el concepto de “acoso” hasta perder
cualquier contenido objetivo y verificable, convirtiéndolo en un arma para
perseguir al varón. Estamos llegando a la monstruosidad de que cualquier
aproximación a una mujer puede ser considerada acoso porque éste se define sobre la única base de los sentimientos
de “incomodidad” y la subjetividad de la mujer. O su mala fe impune y
empoderada.
El nivel de histeria es tal que
esta acusación es prácticamente una condena, aunque ese sentimiento de “incomodidad”
y la percepción subjetiva llegue con un retraso de decenios. Quizá no siempre una
condena en los tribunales, pero sí para la mediocre opinión de una sociedad mentalmente
secuestrada. Los normales criterios y parámetros jurídicos no se aplican aquí
porque es un delito de lesa majestad
contra la fémina. La analogía es imperfecta, sin embargo, porque en tiempos
pasados los delitos de lesa majestad estaban
claramente definidos, mientras que en estos tiempos degenerados la objetividad
del derecho ha sido sustituida por la arbitrariedad y la subjetividad
femeninas.
El objeto de todo esto es,
evidentemente, criminalizar la iniciativa masculina para hacer vivir al hombre
en un estado de inseguridad y sometido a presión constante; que haya un
pretexto para denunciar al varón cuando haga una proposición a una mujer. Naturalmente
esto no sucederá la mayor parte de las veces; pero él sabrá que jamás pisa terreno
firme, que se la juega sobre arenas movedizas. Precisamente de eso se trata.
¿De verdad vamos a condenar
socialmente a un gran artista porque una mujer dice que se le acercó demasiado en cierta lejana ocasión, o porque otra se sintió incómoda por una proposición
suya hace veinte o treinta años? ¿Qué clase miserable de sociedad estamos creando?
Se podría pensar que estos son
sólo excesos remediables, una sobreprotección a la mujer que se ha “pasado de
frenada” y llega a perseguir al varón. Esto será cierto pero es insuficiente y se
parece mucho a esconder la cabeza en la arena para no ver lo principal: la
deliberada campaña contra la masculinidad, la voluntad de envenenar las relaciones
entre hombres y mujeres.
No terminaré estas
consideraciones sin una nota de optimismo: la ovación calurosa que el público
de Salzburgo ha dedicado a Plácido Domingo en su primera actuación tras las
acusaciones. Una bofetada pequeña, pero éticamente inmensa, al fanatismo
histérico feminista.
Y estas pequeñas bofetadas son
las que, cada uno a nuestra manera y en nuestra vida cotidiana, podemos y
debemos propinar al rostro frío y muerto de la corrección política.
MAX ROMANO
No hay comentarios:
Publicar un comentario