jueves, 28 de junio de 2018

NO SIN MUJERES, EL ENÉSIMO PATALEO DE GÉNERO


Publicado el 25.06-2018 en El Correo de Madrid

 
La nueva frontera de la arrogancia y la presunción feminista, delegada a los tontos útiles de la guerra contra el varón.


A la galería interminable de estupideces que nos afligen se ha añadido hace poco una más: una siniestra y penosa iniciativa llamada “no sin mujeres” que ha nacido en el mundo académico. Consiste en negarse a participar en cualquier evento (ponencias, conferencias, congresos, etcétera) donde no haya una representación femenina.


Este tipo de imposiciones, de manera abierta o encubierta, ya son habituales en los países y los ambientes que han caído bajo el triste dominio de la corrección política, esa tiranía que donde triunfa convierte la vida cultural en un contenedor de basura, crea una atmósfera irrespirable y un ambiente liberticida donde está prohibido hablar y pensar. Pero ahora se está dando un paso más: se busca la imposición explícita y automática (es el evidente objetivo al que esta gente quiere llegar) de la presencia de mujeres en todas partes, tengan o no algo que decir y cualquiera que sea la calidad de su trabajo, sólo por ser mujeres.


Evidentemente se trata de un nuevo pataleo feminista, purísima tiranía feminista en su impúdica pretensión, como siempre, de que se le regalen puestos a las mujeres porque sí. Se trata de la llamada perspectiva de género, repugnante expresión en código que está muy de moda como todos sabemos, y cuyo verdadero significado es favorecer a las mujeres, regalarles privilegios y prebendas. En virtud naturalmente no de sus méritos sino exclusivamente de su sexo; en este caso imponer una participación femenina a la fuerza en cualquier actividad del ámbito académico.


Esta iniciativa lamentable no ha partido de las mujeres sino de un grupo de hombres. De esos hombres domesticados y esos cerebros totalmente lavados por el feminismo que hemos aprendido bien a conocer en su abyección; completamente dominados y teledirigidos por el principio femenino, llevan interiorizada la propaganda feminista que desde decenios está arrojando fango sobre los varones y la masculinidad.


Buceando entre las páginas y los foros de esta gente nos damos cuenta de los límites y la mediocridad aplastante que reina en este tipo de ambientes. Por ejemplo en los ridículos “debates” sobre si ésta es una iniciativa “paternalista” hacia las mujeres, cuando es simplemente la enésima auto-humillación del hombre domesticado y el enésimo pataleo de féminas inútiles que, incapaces de hacer valer sus inexistentes méritos, exigen que se les regalen puestos porque ellas lo valen, utilizando a sus teledirigidos mentales para que den la cara.


Otra “crítica” a este tipo de políticas es que las perjudicadas son en primer lugar las mujeres de valía que podrían ver así puesto su trabajo en tela de juicio. Esto tiene su parte de verdad, evidentemente. Pero en primer lugar los perjudicados por esta discriminación positiva son los varones que dejarán de participar en conferencias y ponencias para cumplir con la imposición de la presencia femenina, una vez que el criterio del mérito se abandona y se introduce la perspectiva de género. Sólo de manera secundaria las perjudicadas son las mujeres capaces.

Es exactamente análogo a lo que sucede con la epidemia de denuncias falsas por violencia doméstica, fomentadas por la repugnante legislación que todos conocemos y también aplica una perspectiva de género. Las principales perjudicadas no son de ninguna manera las mujeres realmente maltratadas, sino los hombres falsamente denunciados.


Concluyendo ya, es oportuno insistir (y obligado reconocer) en que con este tipo de cosas también las mujeres de valía salen perjudicadas, aunque sea de manera indirecta. Y es que hoy en día existe tal obsesión por favorecer a la mujer, tal afán por regalarle prebendas y privilegios, por imponer su presencia en todas partes, que hasta prueba de lo contrario hay que desconfiar, por principio, de cualquier mujer que sea nombrada para cualquier cosa, y muy especialmente para puestos de responsabilidad. Se han ganado a pulso esta desconfianza, cada vez más y más justificada a medida que la igualdad de género e iniciativas como la comentada en estas líneas impongan su sinrazón.

MAX ROMANO

lunes, 18 de junio de 2018

EL BARCO DE INVASORES, EL PAPANATAS ESPAÑOL Y LA ESTÚPIDA ALEGRÍA DEL ITALIANO


Publicado el 14-06-2018 en El Correo de Madrid




Bonito barco. Limpio, arreglado y según todas las apariencias en excelentes condiciones, es el famoso Aquarius perteneciente a una de esas asociaciones colaboracionistas en la guerra contra los pueblos de Europa, cómplices en esa invasión demográfica que supone la inmigración ilegal. Como salta a la vista, no es ni una patera ni una nave destartalada; sería oportuno preguntarse de dónde sale el dinero necesario para su actividad, que no debe de ser muy poco.

El señor Pedro Sánchez, acogiendo el barco de inmigrantes ilegales Aquarius rechazado en los puertos de Italia y Malta, se ha estrenado con una declaración de intenciones, la primera de lo que será su (esperamos) breve reinado. Ratón en lo alto del queso de un poder fuera de toda proporción con sus méritos y estatura política, comienza ya a provocar daños. Esta primera señal ha sido un mensaje, o más bien una invitación en toda regla, a las mafias de la inmigración ilegal y a todos los que aspiran a entrar ilegalmente en Europa.


Inmigrantes ilegales y no migrantes, como nos quiere imponer el lenguaje-de-mentira políticamente correcto. Las palabras son importantes. Ilegales porque existe una legalidad que regula el derecho a entrar en un país y quien se la salta hace algo ilegal. Por mucho que pueda berrear la propaganda babosa del “ningún ser humano es ilegal” a la cual replicaremos con la consideración evidente de que ilegal no es la persona, sino su presencia donde no le quieren, lo cual le convierte en un invasor. Inmigrantes porque van de un lugar de origen (el suyo) a uno de destino (el nuestro) mientras que la palabra migrantes, cuyo uso nos quieren imponer, contiene en sí la negación de que existan lugares de pertenencia, implica o sugiere la aberrante y suicida idea de que toda la tierra es la casa de todos, de que cualquiera tiene derecho a establecerse donde quiera pasando por encima de la voluntad de quienes viven allí.


El carácter odioso y criminal de esta concepción resulta transparente si la trasponemos al plano personal, a pequeña escala. Es como si personas ajenas a mí, a las que no he invitado y saben perfectamente que no las quiero en mi casa, exigieran el derecho a entrar y establecerse en mi vivienda. Cuando les cierro la puerta e intentan entrar por la ventana, inevitablemente alguno se romperá la crisma. Pero no soy yo el responsable de ello, como no lo soy si llevan un niño a cuestas y también el niño se rompe la crisma. Por motivos humanitarios, si veo que se ha caído y está agonizando bajo mi ventana podré ayudarle o llamar una ambulancia; incluso admitiré que tengo la obligación de hacerlo, pero eso no le dará el derecho a entrar a vivir en mi casa. Menos aún debo aceptar que lenguas de serpiente intenten crear en mí un complejo de culpabilidad por ello y traten de obligarme, con técnicas de burda manipulación emocional, a abrir la puerta de mi vivienda.


Sin embargo, lo que parece evidente a este nivel no se comprende con la misma claridad cuando nos elevamos a esa gran casa común que es la propia nación. Y el motivo es, precisamente, que han destruido en nosotros la idea de Patria, del territorio como nuestra casa, la casa de un pueblo concreto diferente de los demás. Han destruido el sentido de la identidad, de pertenecer a un pueblo y tener una casa común, para sustituirla con la pequeña mentalidad que termina en la puerta dela propia casa.


Lo anterior no significa que debamos rechazar al otro por principio, que debamos echar el cerrojo y no admitir a nadie. Pero sí que tenemos derecho a elegir quiénes entran y quiénes no, exigirles a quienes se establecen entre nosotros respeto y un comportamiento correcto, expulsar a los que no cumplen con ello.


El caso del barco Aquarius y los demás medios utilizados para favorecer la invasión de Europa a través de la inmigración ilegal es significativo, nos muestra hasta qué punto esta guerra contra los europeos goza de la complicidad de los políticos europeos y en general nuestras clases dirigentes. Todo ellos excepto, naturalmente, las fuerzas políticas que los medios manipulados llaman populistas, precisamente porque se hacen eco de la voluntad de sus pueblos en vez de la voluntad de quienes pagan el sueldo a los periodistas; una ironía que los superpagados juntaletras de los grandes medios por algún motivo no consiguen percibir.


No hay nada malo en salvar a los náufragos o a la gente que está en peligro de muerte, siempre que a continuación se les devuelva a África. No se puede o no se debe dejar a la gente ahogarse en el mar sin mover un dedo. Ahora bien, esto es una cosa y otra muy distinta ir a buscar la gente en las pateras, incluso hasta las costas de África, para recogerla y traerla a los puertos europeos. Las ONG que hacen esto son, además del soporte logístico para la invasión de Europa, asociaciones criminales en el pleno sentido del término. Pues evidentemente una organización de personas asociadas para favorecer una actividad ilegal es una asociación criminal.


Por eso no se comprende por qué estos barcos, cuyo objeto es favorecer la inmigración ilegal, no son apresados por las fuerzas del orden y confiscados, por qué los líderes y los financiadores no son procesados. Y la respuesta es muy sencilla: porque las clases dirigentes europeas, sus políticos, sus medios de comunicación y los poderes reales que hay detrás de todos ellos, están embarcados en una guerra contra Europa y los pueblos europeos, son los dirigentes, los colaboracionistas y los tontos útiles en la invasión demográfica de Europa.


Para concluir, notaremos cómo a la irresponsable invitación del papanatas español en el gobierno se acompaña, en lamentable contrapunto, la estúpida alegría del ministro italiano por haber conseguido desviar el barco hacia España. Esto denota una mentalidad muy limitada y no comprende algo muy básico: que la cuestión atañe a toda Europa, que es nuestro continente entero el que está en peligro de ser sumergido por la invasión demográfica del Sur.

Triunfo habría sido el que se obligara al barco a volver a África y dejar allí a los rescatados de las pateras. Todo lo demás es alegrarse de que, en medio de un incendio, la casa del vecino vaya a ser pasto de las llamas un poco antes que la mía.

miércoles, 13 de junio de 2018

LA RENTA BÁSICA DE CIUDADANÍA, EL SUEÑO HÚMEDO DEL NIÑO MIMADO


Este artículo fue publicado el 4 de junio de 2018 en El Correo de Madrid

La renta básica de ciudadanía es una propuesta que aparece de manera recurrente; la sostienen amplios movimientos de opinión y es apoyada por algunas fuerzas políticas, por ejemplo en Italia por parte del M5S, una de las dos “patas” del gobierno que se acaba de formar en ese país. Ha sido incluso llevada a la práctica en algunos países o regiones: por ejemplo en Alaska y en las monarquías petroleras del Golfo Pérsico.


Estos ejemplos son muy reveladores: esta renta básica, que es cobrar un sueldo por el mero hecho de ser ciudadano sin hacer nada, se puede mantener por los beneficios de la industria del petróleo y el gas. Es decir que es un lujo que los habitantes de esas regiones pueden permitirse porque están sentados, por así decir, sobre un tesoro.


Naturalmente, en estos casos, aunque económicamente sea posible la renta básica tiene una serie de implicaciones; la principal es la de crear generaciones de inútiles subvencionados y parásitos, saboteando el futuro de la nación y haciéndola totalmente dependiente, no sólo de ese recurso que proporciona la riqueza, sino también del trabajo de extranjeros. En este caso reivindicar la renta de ciudadanía equivale al proyecto de una vida vegetativa solicitando una parte de esa riqueza que (desde el punto de vista del mantenido) brota de un grifo, del cual se bebe porque es de todos.


Sin embargo, en el caso de las naciones que no están sentadas sobre un tesoro natural, como sucede en Europa y en general en las naciones industrializadas y técnicamente avanzadas, el discurso es muy diferente. Aquí la riqueza no crece de los árboles ni brota del subsuelo; esa riqueza es principalmente el resultado del trabajo, de la educación y una habilidad técnica construidas con esfuerzo, utilizando recursos naturales que son limitados.


Entonces, cuando la riqueza es principalmente el producto del trabajo, reivindicar una renta básica de ciudadanía equivale exactamente a proclamar el derecho a ser mantenido por el trabajo de los demás. Es la filosofía, si así queremos llamarla, del vago, el oportunista, el parásito y el caradura de toda la vida.


Entendámonos. No voy a defender esa ética del trabajo de raíz protestante que, si bien tiene sus méritos, cae en excesos cuando considera el trabajo un fin en sí mismo y centra la realización del ser humano en el trabajo; peor aún en su aberrante versión calvinista, que es simplemente un malamente travestido culto al dios dinero. Sin embargo una cosa es relativizar el valor del trabajo, comprender que la vida es mucho más que esto, otra muy distinta asumir la forma mental del parásito y el niño mimado.


Es justo y defendible denunciar que producimos muchas cosas inútiles, combatir la doctrina del crecimiento económico, reivindicar valores de sobriedad y ascetismo, así como la ética del ocio; deplorar la absurda agitación de la sociedad actual y su estúpido activismo a ultranza cuya mejor imagen la tenemos por cierto en los gimnasios, donde decenas de personas corren sobre una cinta para no moverse y no ir a ninguna parte. Pero tiene también que existir un equilibrio entre lo que damos y lo que recibimos.


Personalmente me opongo al consumismo, a la estúpida ideología del crecimiento a toda costa, a los dioses impíos de la producción y la economía y la proactividad. Pero eso no quita que me guste disfrutar de ciertas cosas, que para vivir la vida como yo creo que debo vivirla utilice el trabajo de muchas otras personas. Utilizo un automóvil para desplazarme y para mi esparcimiento, máquina compleja que tiene detrás miles de horas de trabajo de otros. Disfruto asistiendo al concierto de una orquesta sinfónica, cuyos miembros han empleado miles de horas en adquirir y afinar una difícil habilidad, todo ello para que yo pueda gozar de ese concierto. Y así podríamos seguir al infinito. Por tanto utilizo y necesito para mi vida el trabajo de muchas otras personas; es simple reciprocidad que yo deba asimismo aportar mi trabajo para tener derecho a utilizar este trabajo ajeno.


Pido disculpas al lector por este discurso que es verdaderamente banal, elemental y básico; pero parecemos haber llegado a tal nivel de decadencia que se ha vuelto necesario explicar estas cosas. Se trata en efecto de un razonamiento extremadamente sencillo y al alcance de cualquiera; sin embargo no les entra, a esa masa de niñatos malcriados que han crecido con el convencimiento de que tienen derecho a algo a cambio de nada.


Lo comprendería si la pretensión fuera trabajar poco o nada, llevando de manera consecuente una vida reducida al mínimo, desde el punto de vista de las necesidades materiales. Una vida de asceta o eremita renunciando a caprichos, viviendo y comiendo de manera frugal, cultivando la propia comida, con alojamientos básicos, etcétera. Puedo respetar esto y comprenderlo, sería una elección de vida con la cual, incluso, uno podría estar de acuerdo hasta cierto punto.


Pero no es esto los que quieren nuestros paladines de la renta básica y sus reivindicativos. No. Lo que quieren es móviles de última generación, conexión de banda ancha a internet, motos y automóviles, irse de vacaciones para recargar las pilas y cuidar su bienestar integral, que alguien les sirva la comida y la bebida, vestir bodrios de marca, vivir en buenas casas y alargar la mano en las estanterías del supermercado para conseguir su alimento. Todas esas cosas, absolutamente todas, son posibles exclusivamente gracias al trabajo de los demás. Pero ellos las quieren disfrutar sin poner, de su parte, ni una sola de las preciosas horas de su tiempo. Prefieren pasarlas fumando marihuana en un sillón mientras proclaman que son creativos.


Y no contentos con todo lo anterior quieren además, como suprema, impúdica reivindicación, tener el derecho a votar y participar de la vida política.

MAX ROMANO