Después de las alturas
quizá excesivamente abstractas y lejanas de las últimas consideraciones en la séptima línea de necrosis, vamos a
volver la mirada a dos fenómenos mucho más concretos y cercanos a la vida de
todos los días, pero directamente relacionados con todo lo anterior.
En efecto, todos los
fenómenos aberrantes que caracterizan el Occidente enfermo (algunos de ellos no
exclusivos de Occidente) repercuten directamente en muchos aspectos de la
sociedad y la política: pero especialmente en dos de ellos que representan una
amenaza mortal para el futuro de nuestra civilización. En primer lugar el
hundimiento de la natalidad de las poblaciones europeas autóctonas, en segundo
lugar (novena línea de necrosis) la
falta de resistencia de los europeos a esas políticas de sustitución étnica y
genocidio cultural, que nos están imponiendo silenciosamente unas clases
dirigentes de felones y vendidos, culpables de traición a nuestra civilización
y de colaboracionismo con sus enemigos.
Esta octava línea de necrosis trata de lo primero, la caída de la
natalidad, que en Europa los europeos autóctonos y fuera de ella las
poblaciones blancas en general, hayan dejado de tener hijos suficientes; no ya
para crecer sino simplemente para un reemplazo generacional, es decir para
perpetuar la sociedad. La media de hijos por mujer necesaria sería de 2,1 pero
la natalidad europea y blanca es muy inferior; en España se tienen 1,2 hijos
por mujer, una natalidad totalmente insuficiente. En el otro extremo Francia
con 1,8 hijos y la media europea es de 1,6. La consecuencia de esto es que los
europeos irán bajando de número y dejando un vacío que los criminales apólogos
de la sustitución étnica quieren llenar con no europeos.
Pero la situación es aún
peor de lo que podríamos pensar con estos datos porque precisamente, dentro de
los países europeos, quienes más hijos tienen son las comunidades de
no-europeos, especialmente las provenientes de países musulmanes. La alta
(relativamente) natalidad de Francia es debida a que la proporción de población
musulmana en ese país es muy alta, como sucede también en Suecia y Reino Unido.
Nos dirán, mintiendo, que
la mayor natalidad en esos países tiene que ver con las políticas de
conciliación y el apoyo a la familia. Esto es totalmente falso, excepto en
países donde efectivamente se apoya a la familia como Hungría y Polonia. La
realidad que nos quieren esconder es que existe una relación evidente entre la
mayor natalidad y la proporción de no-europeos. Donde hay menos inmigración y
más natalidad, como en algunos países del Este europeo, ello se debe bien a que
el gobierno apoya la familia, bien a que la sociedad ha resistido en parte la
degeneración social promovida por Occidente, que es la causa principal de que
los europeos y específicamente las mujeres europeas ya no quieran tener hijos.
Vamos a esto
precisamente. Las causas de la caída de la natalidad son varias y muchos
factores se pueden invocar. Quizá lo primero que nos venga en mente sea la
difusión de un estilo de vida hedonista y egoísta. Esto es cierto pero hay
mucho más.
El condicionamiento
mental para que centremos nuestra vida en un estúpido afán de posesión de cosas
y en el culto de un decorado de imágenes, en detrimento de las relaciones
humanas y el sentido del deber.
La falta de apoyo verdadero
a la familia por parte de los gobiernos. Me refiero a las familias de europeos,
porque a las de no-europeos se las subvenciona y ayuda; los gobiernos de
expoliadores y ladrones, extorsionadores de su propia gente, obligan a los
europeos a pagar por ello.
La corrupción de menores
en las escuelas por la repugnante ideología de género y los lobbies de la degeneración, que se han
infiltrado en la educación con el preciso objeto de fomentar la homosexualidad
y las identidades sexuales débiles, indefinidas; naturalmente además de
facilitarles el trabajo a pedófilos,
pederastas y degenerados sexuales en general. Todo esto sin duda
perjudica la natalidad.
Pero sobre todo la
ideología feminista que ha desacreditado la maternidad a través de una campaña
de propaganda continua y feroz. En efecto, si las mujeres no quieren tener
hijos la sociedad no se renueva y la civilización se extingue; es así de
sencillo. La campaña contra la maternidad ha prácticamente secuestrado el
cerebro de las últimas generaciones de mujeres, hasta el punto de suponer una
amenaza mortal para la continuidad de nuestra civilización. La propaganda
feminista es por tanto no sólo perversa e infame éticamente, sino sobre todo criminal porque es un arma de
destrucción masiva, utilizada para cometer el crimen de sustitución étnica contra
los pueblos de origen europeo.
Entrando ya en un plano
más simbólico, esta caída de la natalidad indica una falta de vitalidad, no al
nivel físico (o no sólo) sino también anímico y espiritual.
A un nivel más profundo
que el de las causas que se pueden identificar y analizar, la no-voluntad de
tener hijos y sacar adelante una familia es el reflejo de una lesión que afecta
la vitalidad a todos los niveles, una zona de muerte que crece dentro de
nosotros.
El mundo de zombis de las
nuevas masculinidades y del género indeciso y de zombis fémina con úteros
vacíos, que cuidan su calidad de vida y su autoestima y están todos muertos por
dentro, se encuentra con el mundo de mujeres con los vientres llenos de niños.
MAX ROMANO