Artículo publicado en El Correo de Madrid
Entre los lectores de sexo
masculino, habrá muchos que sean padres. La mayor parte de ellos habrán asistido
al parto, para estar junto a su compañera en ese momento tan especial. En
efecto esta es la moda, desde hace unos cuantos años.
Sin embargo algunos no lo hacen.
Yo sin ir más lejos: no asistí al parto de ninguna de mis dos hijas, aunque por
supuesto sí estuve junto a mi esposa antes y después. ¿Por qué?
Más bien habría que preguntar lo
contrario, es decir por qué un hombre desea estar presente; al menos es la
pregunta que se habría hecho la generación de nuestros padres y las anteriores.
En efecto antes de popularizarse la moda actual, la práctica habitual y desde
tiempos inmemoriales era que en el momento del parto la mujer fuera asistida
por mujeres; esto fue cambiando pero, hasta ayer mismo, el marido se quedaba
fuera y esperaba la feliz noticia. Todos entendían que ese lugar y ese momento
eran cosa de mujeres, que un hombre estaba allí fuera de lugar.
Naturalmente estar presente en
el parto es una elección muy personal de cada cual, pero también es
perfectamente válida la posición del padre que decide no estar presente en ese
momento, basándose en un sentimiento de las cosas que, esencialmente,
corresponde a las razones que entendían nuestros padres y abuelos. Apuntar esto
es necesario hoy en día, cuando asistir al parto es casi una obligación para el
hombre y decidir diversamente despierta sólo incomprensión.
No es fácil en efecto explicar las
razones para no seguir la moda actual. Pero no porque en sí sean difíciles de
comprender, sino por la mentalidad actualmente dominante que nos pone un velo
de niebla en los ojos, ocultándonos las realidades de la vida y poniendo en su
lugar abstracciones vacías y sin sentido.
Para mí un hombre (sobre todo si
es el padre) está totalmente fuera de lugar en el parto; porque ése es un
momento y un lugar de mujeres, para mujeres y propio de mujeres, con una
fortísima carga simbólica e intensidad vital, pero en femenino. Para un varón, mantenerse apartado no es por tanto y
de ninguna manera una falta de consideración, sino exactamente lo contrario: una forma de respeto y de pudor. Un
reconocimiento de que existen y deben existir ambientes, situaciones, lugares simbólicos propios del sexo
femenino y (naturalmente) también otros propios del sexo masculino.
Respeto la elección de cada
cual, que es personalísima, pero considero las razones que he apuntado
perfectamente válidas. Quien no las comprenda que se culpe a sí mismo por la
incomprensión, y a su vez culpe de esta incomprensión a una sociedad y una
ideología absurdas. Las cuales, más allá del ejemplo concreto que acabo de
considerar, no reconocen la necesidad de lugares simbólicos para lo masculino y
lo femenino, dominadas como están por la necia obsesión de todo igualar y todo
mezclar, empobreciendo la vida y su riqueza en esa triste y muerta ciénaga
llamada igualdad de género.
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