Artículo publicado en El correo de Madrid
“Si
un hombre no está dispuesto a correr algún riesgo por defender sus ideas, o sus
ideas no valen nada o no vale nada él”
Ezra
Pound, poeta norteamericano
Esta es la pequeña historia, verídica y reciente, de un amigo
mío que sí ha corrido un riesgo y ha pagado el precio por mantener sus
principios. Y como todo el que sacrifica algo por mantenerse firme en su idea,
merece estima y respeto por ello.
Es profesor y ya tuvo algún problema en otro colegio, no por ser
una persona problemática que no lo es, sino por motivos ideológicos: por expresar
puntos de vista no ya disidentes, sino simplemente no del todo alineados con la
corrección política. De hecho, es gracias a él que he conocido la verdadera
medida del adoctrinamiento y la tiranía ideológica de la izquierda cultural que hoy existe en los
colegios, incluso en los privados y religiosos.
Pero no son estos los motivos por los que ahora ha perdido su
empleo. El motivo ha sido la negativa a dar sus datos biométricos (huella dactilar)
para el fichaje a la entrada y salida del trabajo. Fichaje que se podría hacer
igualmente con una tarjeta o un código alfanumérico, pero la dirección se
empeñó en la huella dactilar; tras un largo tira y afloja durante el cual mi
amigo se ha quedado solo (al principio algunos se opusieron, pero terminaron
pasando por el aro ellos y sus dedos) la situación se ha resuelto con el despido.
No todos comprenderán la decisión de mi amigo. Pero de
quienes pasan por los aros y se comen los caramelos envenenados en nombre de la
comodidad o de la seguridad, no cabe esperar que comprendan, ni esta ni otras cosas.
Por ejemplo que los datos biométricos son un paso más en un sistema para
tenernos cada vez más controlados y vigilados. ¿Para qué, además? No se trata
de un centro de investigaciones militares, de una base de misiles o una sede de
los servicios secretos, sólo es un maldito colegio donde todos se conocen.
El gesto de mi amigo no será por tanto entendido por muchos.
Seguramente no por los adoradores de ese becerro de oro (o de plomo) que es la
vida fácil y cómoda, la despreocupación alegre propia de esa mentalidad de
esclavos que yo llamo el principio del
papanatas: “no me importa que me controlen porque no tengo nada que ocultar”. Sin
embargo su actitud, comprendida o no, es una pequeña y obstinada defensa de trinchera,
una trinchera que nos pertenece a todos.
Podemos considerar excesiva y rígida la actitud de mi amigo,
podemos pensar que habría podido ceder “un poquito” y aceptar escanearse el
dedo; después de todo no es un sacrificio tan grande, no es una información tan
sensible. Quizá sea así en efecto, pero en ese “un poquito” también puede estar
el diablo, porque suele estar en las cosas pequeñas.
Personalmente, en esa situación yo probablemente habría aceptado
lo de las huellas, pero no por ejemplo un chip
implantado bajo la piel. Sin embargo, ¿quién puede asegurar que mi posición es
más razonable que la suya, dónde está la frontera de lo admisible? Quizá él haya
visto más lejos que yo, quizá haya entendido con más claridad que siempre se
debe presentar batalla y no hay que ceder posiciones al enemigo. Entra dentro
de lo posible, en efecto, que dentro de unos años yo mismo pierda mi trabajo por
negarme a la implantación de un chip subcutáneo
y porque los demás me han dejado solo, como ahora han dejado solo a mi amigo.
Entusiastas de la tecnología, gozad de vuestra esclavitud.
MAX ROMANO
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