La verbena de la hipocresía
Creo
que cada vez más personas se dan cuenta del carácter de farsa y engaño que ha
ido asumiendo el sistema democrático; una máscara para legitimar una oligarquía,
que además es especialmente incompetente y parasitaria, un sistema en el que
quienes realmente deciden e imponen son poderes ocultos, personajes a quienes
nadie ha elegido en las urnas y que no responden de su actuación ante los
pueblos cuyos destinos deciden, sino sólo ante la casta a que pertenecen.
A
nivel internacional la farsa es si cabe más acentuada y descarada: los países
occidentales se llenan la boca con los valores democráticos y la exportación de
la democracia, pero lo que realmente quieren decir es que un gobierno es
democrático cuando es pro-occidental; especialmente – y este es el punto
decisivo – cuando está disponible a endeudarse aceptando la ayuda de las instituciones financieras
internacionales. Lo que significa repartir una golosina a corto plazo, un
bienestar con fecha de caducidad, para que la gente esté tranquila y se deje
mejor guiar; para caer a largo plazo en la esclavitud de la deuda con lo que ello
implica: permitir que el FMI venga a dar órdenes y dirigir la economía, vender
a precio de saldo el país entero a los especuladores, endeudar a toda la
población y – eso sí – cubrir de oro a las élites corruptas vendepatrias cuya
colaboración es necesaria para el éxito de la operación.
Si
un gobierno se porta bien entonces es
democrático, con tal de que haya tenido algún respaldo en unas elecciones. Si
un gobierno se porta mal y no es
suficientemente pro-occidental entonces no es democrático, no importa que haya
tenido o no el respaldo de las urnas. Se puede decir siempre que el gobernante
es un tirano, un dictador, adjetivo que nunca se reserva a un gobierno
pro-occidental por muy autoritario que sea.
De
la misma manera, para políticos y medios occidentales, un golpe de estado
militar contra un gobierno elegido democráticamente, o una insurrección armada
seguida de un golpe de estado parlamentario, no son ilegítimos si llevan al
poder a un gobierno pro-occidental. Eso sí se lamentan las violencias –
atribuidas a la otra parte - y se busca legitimarlo lo antes posible con el cansino
rito electoral para que la conciencia democrática se quede tranquila.
La
verbena de la hipocresía aquí es evidente, el doble rasero llega a ser grotesco
y totalmente falto de pudor; a lo largo de los últimos años todo esto ha sido
bastante claro pero nunca tan evidente y descarado como en estos últimos años. Los
ejemplos de Egipto y Ucrania lo dejan claro una vez más.
En
Egipto hemos tenido un golpe de estado militar, clásico, contra el gobierno
islamista salido de las urnas. Las protestas contra el golpe fueron violentas
como es justo y legítimo (si el poder no respeta las reglas yo no tengo porqué
respetarlas), y durante la represión de estas protestas por parte del ejército
el saldo fue de varios cientos de muertos, si no miles. Nadie se llevó las
manos a la cabeza en Occidente, no se habló de represión brutal ni de imponer
sanciones, a pesar de que la violencia islamista defendía la legalidad
democrática contra un golpe de estado. Los políticos europeos y americanos, así
como las putas del periodismo en los medios de comunicación, disimularon todo
lo que podían y sustancialmente reconocieron el golpe y el gobierno de los
generales. Porque el gobierno islamista no era pro-occidental y el de los
generales sí.
En
cambio en Ucrania, donde el gobierno pro-ruso ha sido derribado por una
insurrección armada apoyada por Occidente, las víctimas han sido muchas menos.
Alrededor de un centenar de los cuales 9 o 10 policías abatidos por disparos o linchados
por los insurrectos, cuyo objetivo – plenamente logrado – era tomar el poder con
la fuerza y acabar con un gobierno que, impopular o no, había sido elegido en
las urnas. En este caso los políticos europeos y americanos, las putas del
periodismo, las conciencias morales de
la sociedad, han puesto el grito en el cielo, se ha hablado de sanciones, de
represión brutal y criminal. Y se ha reconocido enseguida al nuevo gobierno.
El doble
rasero en las actitudes occidentales es demasiado evidente, y totalmente
incomprensible si uno considera los medios como información y no como la
propaganda que son, si uno se toma en serio la palabrería y la retórica sobre
democracia. Sin embargo cuando uno comprende claramente que para la comunidad internacional – un seudónimo
de EEUU y sus vasallos - un gobierno es democrático
si así lo decreta Occidente, todo se comprende y encaja en su lugar.
Aquí
hay que entenderse: ningún golpe de Estado, desestabilización o subversión
puede funcionar si el terreno no es favorable, si la sociedad no está dividida
profundamente y existe un conflicto grave, latente o abierto. Los generales
egipcios cuando derribaron el gobierno electo islamista, seguramente gozaban
del apoyo de grandes sectores de la sociedad. No son “los generales contra el
pueblo” ni nada parecido. Como lo de Ucrania no es “el gobierno marioneta de
Putin contra el pueblo” ni nada parecido, porque el presidente depuesto tiene o
tenía el apoyo de gran parte de los ucranianos. Además de que regiones enteras
son rusas y prefieren estar ligadas a Rusia.
Pero
es precisamente cuando existe un conflicto serio y una fractura, cuando desde
el exterior se puede subvertir un país y derribar su gobierno. Ya se ocuparán los
medios de comunicación de presentar la operación como una lucha por la libertad.
La
retórica democrática y derechohumanista
se muestra, una vez más, por lo que es: una colosal verbena de cinismo e hipocresía.
Pero
sacando conclusiones de todo esto, no querría terminar sin una nota positiva.
Porque una nota positiva existe: que mirando bien las cosas, la democracia occidental
se está deslegitimando a sí misma con su propia hipocresía. En efecto, Occidente
ha dejado bien claras dos cosas con su actitud en las dos crisis mencionadas, con
su apoyo y reconocimiento de legitimidad a los gobiernos nacidos del golpe
militar egipcio y de la insurrección armada ucraniana.
Primero,
que es legítimo y justo que el Ejército actúe para derrocar a un gobierno
elegido en las urnas si así lo exige el interés nacional, y si las Fuerzas
Armadas tienen detrás a un sector consistente de la opinión pública. Claro, se
necesita también tener una justificación moral.
Segundo,
es legítimo y justo que un movimiento patriota y nacional organice una
insurrección armada y - sin esperar elecciones - conquiste el poder derribando
a un gobierno elegido en las urnas, si así lo exige la nación, se tiene la
capacidad para ello y el apoyo de un sector consistente de la población.
También aquí es necesaria justificación moral.
Estos
principios son los que Occidente ha reconocido implícitamente y ha legitimado
con su comportamiento. Por cierto que en todo lo anterior, lo de la
justificación moral es la condición más fácil de satisfacer, porque cualquiera
que tenga ideas y no simplemente intereses posee esa justificación moral, lo
reconozca o no el contrario.
Esto,
por si alguien dice que la demoplutocracia
occidental tiene una justificación moral y los demás no. En efecto, que las
élites traidoras y antieuropeas que nos gobiernan pretendan tener superioridad
moral y negársela a los demás no es particularmente impresionante ni
convincente, excepto para ellas mismas.
Esta
es la nota positiva, que la farsa democrática está aserrando la rama del árbol
donde se sienta, habiendo legitimado el uso de la violencia para derribar
gobiernos democráticamente elegidos. Tomemos nota de tales lecciones que nos
imparten los defensores de la democracia, puesto que en el futuro tales
lecciones serán pertinentes en la lucha de liberación europea.
En efecto, cuando las fuerzas patriotas europeas realmente empiecen a ser una preocupación
para el poder, éste recurrirá a la guerra sucia y a la represión en nombre de
la democracia, y llegado
este momento será inevitable, justa y legítima la revolución que traerá una
regeneración europea.
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