Esta entrada anticipa el artículo que será publicado en el próximo número de la revista disidente Verbo y Acción
VUELVE LA PSIQUIATRÍA SOVIÉTICA
La
Naranja Mecánica, la violación de los cerebros y el odio igualitario pro el
mundo real
Supongo que muchos lectores habrán visto la película La naranja Mecánica, de Stanley Kubrick,
notable cinta de los años setenta que produjo en la época bastante ruido por la
crudeza de algunas escenas. En esa película el protagonista, un violento
delincuente juvenil, termina en la cárcel y para salir de ella se somete a un
tratamiento experimental, el Método
Ludovico; un condicionamiento
mental que le hace sentir repugnancia ante la violencia y lo incapacita para
realizar acciones violentas, incluso en defensa propia.
En el pasado se han tratado en América, Europa y otros
países, enfermedades psiquiátricas de manera mucho más invasiva y brutal, con
la lobotomía y electroshock, prácticas
hoy abandonadas. Seguramente se han hecho también experimentos con drogas
psicoactivas y métodos de condicionamiento mental.
Pero es en la Unión Soviética donde la psiquiatría fue
tristemente famosa por su represión de los disidentes políticos: el siniestro doctor
Andrei Snezhnevsky inventó la diagnosis de “esquizofrenia
lentamente progresiva” que afectaba –mira por dónde- sólo al comportamiento
social, sin ningún tipo de anormalidad en otros campos ni posibilidad de
diagnosis objetiva, clínica. Este eminente representante de la ciencia
pervertida dominó la disciplina en la Unión Soviética durante años; no sin
encontrar oposición por cierto, pero tenía de su parte al poder político y
–adivinamos- más de un colega suyo probablemente resultó afectado de esquizofrenia lentamente progresiva y
terminó en un hospital psiquiátrico, resolviendo así la controversia científica.
De esta manera, psiquiatría fue degradada a herramienta de represión al
servicio de la corrección política de entonces.
Es posible que incluso lo hiciese en buena fe, que
creyese sinceramente que la oposición al sistema comunista y al materialismo
dialéctico era un desorden mental. "Muy frecuentemente, ideas acerca de luchar por la verdad y la justicia
se forman en la mente de personalidades con una estructura paranoica”, afirmaban los doctores de su escuela. Puede ser cinismo puro y duro,
pero démosles el beneficio de la duda.
Además del internamiento en
manicomios, la disidencia se curaba con electroshock, drogas psicotrópicas,
radiaciones, sin desdeñar métodos más clásicos como trabajos forzados, palizas
y aislamiento.
Estos abusos fueron saliendo a la
luz gracias al sacrificio de disidentes como Vladimir Bukovski y Andrei
Sakharov, y fueron denunciados en el ambiente médico mundial a partir de los
años setenta.
Durante los mismos años setenta,
por cierto, cobró fuerza el movimiento de la “antipsiquiatría” que pretendía
replantear las definiciones de enfermedad mental, denunciar los abusos y los métodos
inhumanos como el electroshock en Occidente. Películas como “Alguien voló
sobre el nido del cuco” y en parte la misma “Naranja Mecánica” se
pueden inscribir en esta línea.
Uno podría pensar que en el centro
de las preocupaciones de este movimiento estaba la denuncia de los abusos
soviéticos, que empezaban a conocerse. Sin embargo curiosamente el interés se
concentraba en los abusos de los psiquiátricos norteamericanos y europeos, se
denunciaban los del otro lado pero un poco en sordina y con cierto pudor; sin
embargo los primeros documentos sobre los abusos soviéticos se filtraron ya en
1971.
Esto puede parecer curioso, pero
el misterio se aclara si consideramos que muchos de los impulsores del movimiento
antipsiquiátrico eran izquierdistas y estaban muy influidos por el marxismo. El
considerado como fundador de este movimiento, David Cooper, marxista y autor de
“El fin de la familia”, denunciaba que la psiquiatría era un instrumento
del capitalismo para reprimir a los disidentes, exactamente en la misma
época en que en su paraíso soviético se freía con electricidad y drogas el
cerebro de los disidentes políticos.
Sobran los comentarios.
Naturalmente, hablando en general
y para encuadrar bien los conceptos, todo adiestramiento es -si queremos- un
condicionamiento, así como también lo es en realidad toda interacción con el
mundo o con las personas: cuando hablamos con una persona y nos convence de
algo, cuando como autómatas vamos a comprar algo porque la publicidad nos ha
“capturado”, cuando creemos barbaridades abismales como la bondad de la
democracia o que el feminismo es un movimiento que busca la justicia, en todos
estos casos nuestra mente se ha modificado y en cierto sentido hemos sido
transformados.
Vivir es modificarse y ser
modificado, en la mente y la propia sustancia. Pero creo que es a todos clara
que existe una gran diferencia entre esto y los métodos invasivos de acción
directa sobre el cerebro, un condicionamiento mental que no deja lugar para la
reflexión ni la valoración personal; métodos que por su brutalidad y porque
atacan directamente al órgano físico del pensamiento, no nos dejan la posibilidad
de resistir, o solamente en medida muy limitada.
Los procedimientos del tipo imaginado
en la cinta de Kubrick, el condicionamiento mental directo, los métodos análogos
que hayan sido experimentados en Occidente, y los puestos en práctica por los
siniestros psiquiatras marxistas, bien merecen ser llamados de violación del cerebro en un sentido muy
real.
¿A qué viene todo esto, se
preguntará el lector?
Viene porque estamos a las puertas
del retorno de la psiquiatría política, esta vez no al servicio de la ortodoxia
marxista-leninista y de la nomenklatura soviética,
sino al servicio del progresismo y de la corrección política, la tiranía que
llega vestida de hermosas palabras como tolerancia y libertad, la de los progresistas
que quieren hacernos a todos felices a la fuerza en la igualdad. Y quien no
quiera aceptarlo tiene un desorden mental y debe ser tratado.
Una pequeña noticia aparecida en
varios medios, recientemente, nos habla de un estudio norteamericano que ha
experimentado con este este tipo de técnicas, durante el sueño, para demostrar
que los prejuicios y estereotipos
racistas y machistas se pueden curar.
Lamentablemente, nos informan con
una punzada de desencanto los salvadores de la humanidad, extirpadores de prejuicios y estereotipos, el efecto no
parece permanente. Pero todo se andará y se trata solamente de estudios
preliminares, de técnicas en estado embrionario.
Raro es que se hayan olvidado de
la homofobia, pero no tengo la menor
duda de que, en posteriores desarrollos de estos métodos, los benefactores de
la humanidad colmarán este vacío y exclamarán triunfalmente que se pueden curar los prejuicios racistas,
machistas y homófobos. Que son las tres bestias negras de la corrección
política, compendio de las obsesiones progresistas.
Dicho sea de paso, una vez más
vemos aparecer algo que ya se anticipó en la novela 1984 (que todos deberían leer una y otra vez); allí el protagonista finalmente sucumbía; torturado y sometido a
un proceso de reeducación, terminaba
la novela completamente normalizado, roto y derrotado interiormente, creyendo
todas las mentiras y la falsa realidad que el sistema le daba, razonando según
las pautas que el sistema se esperaba de él.
La traducción en lenguaje llano y
verdadero, de este estudio, de sus implicaciones y de las intenciones de sus
siniestros responsables, es clara: si
alguien se obstina en negar que el blanco es negro como quiere la corrección
política y la ideología progresista, podemos curarle y trastear en su cerebro
para que cuando vea lo blanco diga que es negro.
En efecto se trata de una sonda,
destinada a sondear la recepción de estas ideas y a preparar el terreno, de un
anuncio preliminar y un signo de los tiempos que se avecinan.
Cualquiera que piense que las
razas son diferentes en aptitudes, habilidades, psicología, inteligencia.
Que los sexos –no los géneros, que es una palabra para
gilipollas- son diferentes en lo profundo, que lo natural y deseable es la
separación de tareas.
Cualquiera que piense que la
homosexualidad es una desviación y jamás se puede llamar normalidad sexual.
Cualquiera que tenga estas ideas
prohibidas, no tiene derecho a tener estas ideas; no se le considera portador de
una opinión, ni tiene derecho a una opinión; ni se le reconoce la dignidad de
tener una concepción del mundo. Es un enfermo que debe ser curado de sus prejuicios, como se cura una gripe o se extirpa un
tumor. Si es necesario recurriendo a la violación de su cerebro, si es
necesario en contra de su voluntad.
No debemos dejarnos engañar por el
aspecto falsamente inocente y científico: “se
trata sólo de un estudio de psicología…nadie será tratado en contra de su
voluntad”…
Basura y mentiras. Como es de rigor
en el progresista, portador de los fermentos de degeneración, que envuelve el
caramelo envenenado de la tiranía que quiere imponernos en papel coloreado de
aspecto inofensivo.
Como sabemos, los llamados delitos de odio son cada vez más, en
número y en alcance; algunos son punibles en sí mismos y otros como especial
agravante en los delitos normales; precisamente estas innovaciones legales,
esta represión cada vez más abierta, va dirigida contra quienes rechazan la political correctness, los que se niegan
a decir que dos y dos son cinco y que el blanco es negro porque así lo quiere
la nueva inquisición.
Demasiado fácilmente podemos
imaginar cómo el condicionamiento mental puede ser en la práctica impuesto contra quienes no se alinean: una
vez en la cárcel o amenazado judicialmente por expresar opiniones, o por otros
motivos pero con el agravante de delito
de odio, el compasivo igualitario-humanista ofrecerá la libertad, ofrecerá
la vida tranquila y sin problemas a cambio de una reeducación; o también, se podrán compilar listas negras de quienes
no piensan de manera correcta, para presionar
a las personas en su vida laboral, familiar, económica… a menos que acepten ser curados de sus estereotipos y prejuicios
machistas, racistas y homófobos, entrando en la clínica donde le esperan los
benefactores de la humanidad especializados en la violación de los cerebros.
El carácter abiertamente totalitario,
ferozmente intolerante del pensamiento igualitario y progresista aparece aquí en
toda su evidencia y sin tapujos. Si no basta el adoctrinamiento en la escuela,
desde la primera infancia; si no basta la masiva propaganda, explícita u oculta,
si no basta la represión legal, cada vez más asfixiante, contra quienes dicen
la verdad contra las mentiras del sistema; si no basta la capa de plomo de la
censura progresista sobre todos los medios y toda la producción cultural y la
industria del entretenimiento, entonces hay que actuar directamente sobre el
cerebro.
Aquí es donde desemboca toda la
verborrea progresista sobre el humanitarismo, la felicidad universal, la
dignidad humana: en el psiquiátrico soviético para disidentes y en su versión
moderna y democrática, el Método Ludovico
para los que no quieren ser felices a la fuerza chapoteando en el lodazal
de las mentiras progresistas.
Pero, apuntemos también, existe un
rayo de luz en esta oscuridad. Y es que el solo hecho de pensar en
estas medidas extremas es el mismo símbolo del fracaso del igualitarismo. Exasperados porque el
mundo real no se ajusta a su ideología, ya no saben qué hacer.
Habiendo fracasado en reeducar a todos y sobre todo en reeducar el mundo real, el que pretendan
hacerlo por estos medios revela claramente de su desesperación, porque a pesar de todo su poder y su censura,
lo que ellos llaman prejuicios y estereotipos sexistas, racistas, homófobos,
son parte de la naturaleza humana, de la realidad, y no consiguen extirparlos.
La verdad la tienen delante de sus
mismas narices pero, indigerible e inaceptable para ellos, no la consiguen ver.
Y es que Los verdaderos prejuicios son
los suyos: el prejuicio de que las razas son en el fondo iguales, el
prejuicio de que hombres y mujeres somos en esencia lo mismo y valemos para lo
mismo, el prejuicio de que la homosexualidad es una normalidad sexual más. Estos son los verdaderos prejuicios, negados
una y otra vez por la realidad.
Pero es que el igualitario odia el
mundo real.
Odia que la vida sea generada por
el varón que penetra dentro de la mujer, odia que no lo pueda ser jamás por
frotamientos lésbicos y penetraciones sodomitas, odia que no seamos
hermafroditas, odia la misma existencia de machos y hembras en la especie
humana y que no nos reproduzcamos por partenogénesis; odia que existan las
razas humanas y sean diferentes más allá
de toda duda, odia que algunos grupos humanos hayan creado altas
civilizaciones y otros se hayan quedado en la selva, el poblado de chozas y el
tribalismo; odia las diferencias genéticas de inteligencia y capacidades, odia
que no seamos una tabula rasa iguales
todos al nacer; odia el arte verdadero, la cultura y
los logros humanos porque algunas personas están más dotadas que otras.
Recurrir a la violación de los
cerebros es la extrema pataleta del progresista igualitario, lleno de bilis en
su rabia y su odio furibundo contra el mundo real.
2 comentarios:
Ahora con la llegada de una señora de 71 años al ayuntamiento de Madrid y otra de 41 creo al de Barcelona más de uno se va a enterar de lo que es el comunismo. Por cierto, la edad de jubilación en España no está en 67 años ? Es ético que se presente la sra. Carmena con 71 ? . En definitiva, con los socialistas metidos al fondo en el Frente Popular del S. XXI y la vieja guardia zapatera mandando en Ferraz, el de la coleta mandando en la Moncloa. Pasarlas, las vamos a pasar canutas, pero reírnos, no veas lo que nos vamos a reír.
Anónimo , ni que con el PP nos haya ido , nos vaya y fuera a ir mejor. Esa hemiplejía os pierde a muchos.
Con PP , con PSOE o con PODEMOS, sistema orweliano marxista cultural si o si, a ver si lo vamos captando...
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