Lo
que ha sucedido en Francia en la segunda semana de enero seguramente marca un
antes y un después: el ataque islamista a la revista Charlie Hebdo ha establecido de manera efectiva la censura islámica
en Europa.
En
efecto da un poco igual que se tomen medidas, que se vigile, que se proteja a
los periodistas. Si se publica algo que realmente ofenda a los musulmanes, el
precio mínimo que hay que pagar por ello es vivir de manera permanente bajo
protección policial. Esto es más que suficiente para establecer la censura
a efectos prácticos.
Pero más
allá del problema de la libertad de expresión, la cuestión que ha irrumpido de
manera prepotente y de la cual los franceses han tomado conciencia, es la
cuestión islámica, la presencia masiva de una inmigración de primera, segunda o
tercera generación, que ha dado lugar a un pueblo
no francés dentro de las fronteras de Francia.
En
el cual sólo una minoría es violenta o terrorista, cierto, como es cierto que
una parte se ha integrado efectivamente y muchos incluso se sentirán franceses.
Pero muchos otros no, y aunque ninguno de ellos fuera violento (que muchos lo
son) o no apoyara estas acciones (que la mayor parte de ellos lo hace en su fuero interno, no nos
engañemos), este pueblo no francés dentro de Francia no va a desaparecer con el
tiempo y no se va a convertir en francés. Lo mismo vale, es superfluo insistir
sobre ello, para toda Europa.
Esto
es lo que ha movido a las muchedumbres que se han manifestado y, mal guiadas,
han atestado los quioscos comprando milones de copias de esa bazofia que es el Charlie Hebdo. No lo han hecho por la
libertad de expresión, que poco le importa al ciudadano medio, sino a que se percibe la cuestión que hay detrás, de la cual el terrorismo islámico solamente
es un aspecto: la presencia de un mundo islámico que está ya dentro de nuestras
fronteras y crece continuamente.
Quiénes
son los responsables de esto, quiénes salen ganando con ello, es algo que hay que preguntarse. Si la política de
nuestros gobiernos merece ser calificada de estúpida, traidora o teledirigida
por los enemigos de Europa, o las tres cosas a la vez, es algo de lo que me
ocuparé en la segunda parte de esta entrada.
En
esta trataremos sólo de la gigantesca farsa montada sobre la libertad de
expresión.
Para
empezar me parece grotesca la campaña de solidaridad con ua publicación que es bastante
asquerosa. Sin poner aquí nada de ellos porque ya tiene bastante publicidad,
cualquiera puede ver en internet de qué se trataba y la clase de sátira con que
se ocupaban no sólo del islam sino también del cristianismo y la Iglesia
Católica, que eran sus objetivos principales.
Ni
por asomo han hecho sátira, no digo con la vulgaridad que gastan habitualmente,
sino de manera más elegante (de lo cual dudo en todo caso que sean capaces),
sobre las lobbies judías, el holocausto, las razas, el feminismo, la corrección política y el largo etcétera de los tabúes de nuestro tiempo.
Naturalmente
cada uno hace sátira como puede y de lo que quiere, pero que no nos vendan la
moto de los campeones de la libertad ni de una Francia y una Europa donde se
puede pensar libremente.
Por
tanto y ya de entrada, Je ne suis pas
Charlie. Condenar este ataque y el uso de la violencia no significa de
ninguna manera transformar a los de Charlie
en unos santos, ni erigirlos a símbolos de Europa, la cultura y la libertad europea,
que es lo que han hecho.
Rechazando
la violencia como respuesta y afirmando que no podemos permitir de ninguna manera la
presencia y la acción de estos grupos en Europa, que son una amenaza objetiva y grave, es
innegable que un musulmán o un cristiano que se sienta ofendido e insultado por
estos emborronadores de papel tiene todo el derecho de decir que esa revista es
una mierda repugnante, y nadie tiene derecho a exigirle que se identifique con ella.
Por
supuesto, se dirá que no es ésta la cuestión, que se trata de la defensa de la libertad de expresión, de
impedir que una minoría islámica nos imponga que podemos y qué no podemos
decir.
Esto
es muy bonito y es lo que pretenden que nos traguemos. Si no fuera porque
existen ya minorías que nos dicen lo que debemos y no pensar, los libros que
podemos leer, las ideas que podemos expresar.
Los
políticos que se veían en primera fila de aquella grotesca manifestación del Je suis Charlie son los
primeros que defienden las leyes liberticidas y la censura. Los periodistas que
se rasgan las vestiduras y escriben pomposos artículos sobre la libertad de
expresión apenas o nada han levantado la voz contra las leyes liberticidas, la censura
abierta o encubierta, la prohibición de libros. Eso cuando no han jaleado todo ello con entusiasmo, y lo han justificado en nombre de la libertad.
De
acuerdo, es mejor que te pongan una multa y que prohíban tu libro, o incluso que
te metan un período en la cárcel, a que te peguen un tiro o te degüellen. Es cierto, los islámicos son más bestias y no voy a negarlo. Pero la cuestión aquí es si debe
haber libertad de palabra y en qué medida, si
la hay en realidad y para quién la hay.
En
la misma Francia, el cómico Dieudonné es perseguido con saña por las
autoridades por hacer sátira contra los judíos e Israel; la última ha sido
detenerle y acusarle de apología del
terrorismo pocos días después del atentado, por una frase de lo más
insignificante que uno ni siquiera sabe cómo interpretar bien. La frase: "Je suis Charlie et Coulibaly" (uno de los asaltantes).
Nos dice
cómo están las cosas en realidad el ministro del interior francés Manuel Valls. Este
campeón de la libertad, además de prohibir las apariciones públicas de
Dieudonné nos ayuda a diferenciar entre opiniones y delitos: “El racismo, el antisemitismo o el
negacionismo no son opiniones, son delitos”.
Esto
es lo que tenemos. Las ideas son opiniones, o en cambio son delitos,
dependiendo de qué indumento ritual se pongan en la cabeza quienes escriben las
leyes, o quienes manejan a los títeres políticos que escriben estas leyes.
Carecen por tanto completamente de legitimidad los periodistas y escritores que ahora hablan de libertades, y por
supuesto lo hacen como siempre con un doble rasero evidente.
Por
todo esto, y porque los que estaban allí presentes son los responsables de esta situación, la manifestación Je suis
Charlie no es más que la (enésima) feria de la hipocresía.
Unos
y otros, periodistas, intelectuales, líderes políticos, las lobbies que tiran de los hilos, son los responsables
de haber dado lugar a una inmigración masiva y hostil a Europa, de haber
fomentado el terrorismo islámico, de haber llenado Oriente Medio y Europa de yihadistas
con su criminal política.
Pero
de esto hablaremos en la segunda parte de esta entrada. Mientras tanto,
concluiré con dos imágenes que, además de ser verdades como puños,
son auténtica sátira y no la bazofia de Charlie
Hebdo.
3 comentarios:
Y esta es la razón por la que usualmente (Charlie Hebdo es la excepción que confirma la regla) la progresía no dedica al islam la misma saña que dedica al cristianismo. Este doble rasero los hace psicológicamente idénticos a la posición más despreciable respecto a la violencia: el matón (hostil con el gentil, gentil con el hostil). Vale que no todo el mundo puede ser héroe (hostil con el hostil, gentil con el gentil) pero al menos pueden ser pacifistas (gentil hacia todos) o psicóticos (hostil hacia todos). A pesar de los problemas que puedan crear, puedo tolerar a estos 2 últimos tipos, pero no al matón. La gente con esa mentalidad debe ser purgada del poso genético i.e. eutanasiada-esterilizada. Y por desgracia hay mucho “identitario” que al modo de Sigrid Hunke hace lo propio: acusar al cristianismo de todos los males mientras miran con indulgencia o hasta una mal disimulada pleitesía al islam (sé de un líder skin nordicista que iba alabando el “valhalla” moro, diciendo que un puticlub eterno es una auténtica “recompensa del guerrero”... este es el “nivelón” de muchos autoproclamados “salvadores de Europa”), por no hablar del absurdo de que siendo ateos se digan “odinistas”.
Exacto, y eso es lo que no les entra en sus lobotomizados cerebros a los progresistas: aunque la mayoría de coloreados no sean criminales (aunque teniendo en cuenta que las tasas de violadores de ciertos países llegan al 30% me maravilla la estupidez de muchas mujeres) sí que apoyan pasivamente a los criminales que son de su raza-religión: esta suerte de lealtad tribal ciega es contraintuitiva en general para el caucásico pero la norma en casi todas las demás razas. He leído recientemente un artículo que dice que las élites rogelias a día de hoy han dejado de ser egoístas para ser autodestructivas, ergo están dispuestas a sacrificar su propio futuro y el de su prole con tal de destruir Occidente (nombre secular de la Cristiandad). Esto quiere decir que no hay negociación posible, pues son un hatajo de kamikazes forrados de poder y dinero. También quiere decir que al final serán destruidos... la cuestión es si fenecerán por una reacción occidental o por una invasión oriental.
Sí, el que las élites europeas se llenen la boca con la misma libertad de expresión que no dejan de pisotear con su basura de leyes estatistas demuestra que el cinismo progresista no tiene límites. Con la excusa del terrorismo (que por supuesto debe ser atajado implacablemente) los progres pretenden beatificar secularmente a los suyos, y obligar al resto a ponerles velas. Es un chantaje emocional cutre y mezquino que por desgracia cala en esta sociedad de subnormales que es Occidente tras la pérdida de 14 puntos de CI desde el XIX y la marginación del genio, odiado por la progresía por ser un rasgo DWEM (Dead White European Male).
Saludos cordiales
Pues sí son unos hipócritas, la misma casta política que ha tolerado durante décadas la expansión del islam en Francia en todos los sentidos, obviamente también en el democrático(Tolerando además la poligamia)ahora se manifiestan en contra de un atentado de corte yhadista, cuando se sabe que el llamado yhadismo está armado y dirigido en gran parte por las principales potencias occidentales junto con Arabia Saudita.
Rectifico, quise decir:
"También en el demográfico", referente al islam.
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