La guerra ucraniana sigue su curso, en medio de una avalancha de propaganda bélica por parte de Occidente y risibles declaraciones por parte de Ucrania, cuyas fantásticas afirmaciones sobre las pérdidas catastróficas que infligen a los rusos, que llevarían perdiendo la guerra casi desde que la empezaron, sólo son creídas por los medios occidentales.
Como todos los lectores normales, la mayoría de analistas e incluso los iluminados y expertos que proliferan como setas, desconozco las informaciones más relevantes: los planes de la campaña, los tiempos, las pérdidas de uno y otro bando, la marcha de la guerra, excepto quizá a grandes rasgos. Desde luego el plan no podía ser una campaña relámpago y es dudoso que fuera (o sea todavía) una ocupación completa de Ucrania; algo que, reflexionando un poco, parece muy difícil con solamente 200.000 soldados, menos de los que puede poner en campo Ucrania.
Por tener una comparación, se trata de un número inferior al que desplegaron Estados Unidos y sus colonias en la invasión de Irak en 2003, que era n país más pequeño, mucho menos poblado y con un Ejército muy numeroso pero también muy inferior. En la Segunda Guerra Mundial podía haber millones de soldados de uno y otro bando disputándose el terreno en Ucrania durante las campañas de 1941-1943.
La marcha de la guerra estará en algún punto entre las versiones rusas y las occidentales; sin duda conoceremos el resultado militar de la campaña cuando callen las armas. No porque las partes digan la verdad sino simplemente mirando en el mapa: evidentemente ninguna neutralidad real será posible después, ni las cosas pueden volver como antes. Las áreas que no queden ocupación militar o control político ruso quedarán, automáticamente, bajo el control occidental y hostiles durante al menos una generación. Por tanto, asumiendo que el objetivo de Rusia sea restablecer ese control sobre las áreas de Ucrania orientales y meridionales, la medida de su éxito o fracaso militar será dada por el grado de control sobre esos territorios, más allá de Crimea que ya la tenía.
Cualquiera que sea el arreglo a que se llegue cuando termine la fase militar, repetiré una vez más buscada por Occidente hasta que la ha encontrado, está claro que la guerra económica y política contra Rusia continuará, como parte del gran proyecto de globalización occidental. Una agenda que se despliega en múltiples dimensiones: control económico global por parte de las élites financieras principalmente angloamericanas, degeneración social, disolución de las patrias, sustitución étnica de Europa. Una gran madeja de hilos interconectados que encuentra un gran obstáculo en la potencia de Rusia como, en general, en todo aquello que signifique dirigirse hacia un mundo multipolar, con varios centros soberanos en sentido político económico, cultural.
Por tanto la campaña occidental contra la gran potencia eslava continuará y el mundo no volverá a ser el mismo; de momento un gran resultado político lo han obtenido ya las élites occidentales que han buscado y obtenido esta guerra: separar a Rusia de Europa y enemistar, al menos por una generación a Rusia y la parte de Ucrania que, como he observado antes, después de la guerra no quede bajo control ruso y por tanto bajo el control de Occidente.
Sin embargo, es mucho más dudoso que se consiga reducir a Rusia a una potencia de segunda categoría y menos aún subvertirla o desmembrarla. Esto lo intenté argumentar en el anterior artículo. Pero más allá de esto, las modalidades de esta guerra económica y política, las reacciones de Occidente, que han superado abundantemente el límite de lo histérico, como las hemos visto en esta fase inicial de la guerra, son tales que no van a favorecer el globalismo occidental; muy al contrario probablemente tendrán como efecto colateral la puesta en marcha de una serie de procesos que van contra este globalismo y a favor de un mundo multipolar.
Aunque Rusia sufrirá sin duda por la guerra económica y financiera, no van a doblegarla y básicamente por dos razones. En primer porque es una nación-continente con suficientes recursos materiales y humanos; en segundo lugar porque no está aislada, al contrario de lo que pretende la propaganda occidental; hay muchos países importantes que se niegan a seguir los dictados de esa comunidad internacional de que hablan los medios y es solamente un seudónimo para indicar a los aliados de Washington, o sus lacayos.
Por varios órdenes de motivos, en general el intento de doblegar a Rusia y castigarla por la guerra que ha emprendido en Ucrania, en vez de reforzar el proyecto de globalización occidental y el sistema que está intentando construir, se retuerce contra éste.
No me refiero aquí, se entiende, al escandaloso doble rasero y la bancarrota moral, a las reacciones histéricas y descompuestas por parte de quien ha condonado las guerras de agresión occidentales, a la vez mucho menos justificadas que la guerra ucraniana y probablemente bastante más sanguinarias. Todo eso ha quedado ya en evidencia ante el resto del mundo, que sabe perfectamente lo que hay que pensar de la superioridad moral de Occidente.
Me refiero más bien a efectos globales a medio plazo. En primer lugar, sin duda las sanciones, la expulsión de los circuitos comerciales y financieros gestionados por los países occidentales, la guerra económica en general, perjudicarán a Rusia. Pero este mismo perjuicio la obligará a buscar y encontrar formas parciales de autarquía, a dirigirse a otros mercados, a utilizar o crear ex novo circuitos comerciales y financieros para relacionarse con otros países fuera del control de Occidente, a usar monedas distintas del dólar y el euro.
Es decir que no sólo Rusia volverá en parte la espalda a Occidente, limitando las posibilidades de chantaje y presión por parte de sus élites, ganando en libertad y soberanía; sino también que en este proceso participarán otros países importantes, por ello mismo debilitando todos los mecanismos de dependencia económica y financiera sobre los que se basa la globalización como la entienden las élites occidentales.
El intento de arruinar económicamente a Rusia utilizando mecanismos económicos y financieros de la globalización controlados por Washington (sistemas bancarios, organizaciones financieras internacionales, embargos de alta tecnología, etc.) hará plantearse a otros países importantes si es oportuna esta dependencia tan fuerte de los centros de poder occidentales.
En otras palabras el mismo intento occidental de usar estas herramientas como un arma de guerra económica es un estímulo para un mundo económica y financieramente multipolar, limitando la dependencia de circuitos económicos y financieros bajo el control del complejo financiero occidental.
A ello se une la revelación de que en Occidente no hay seguridad jurídica para el dinero ni la propiedad; las tan cacareadas garantías y respeto a la propiedad, que son precisamente la base del sistema liberal, son prácticamente papel mojado cuando entra en juego la política; quiero decir la verdadera política. La piratería de secuestrar reservas de oro y divisas rusas que estaban en el extranjero, así como activos de rusos sancionados por su cercanía a Putin, hablan un lenguaje muy claro que nos dice lo que valen en realidad los principios del liberalismo.
Naturalmente, en medio de una guerra donde la gente está muriendo y muchos están perdiendo sus casas, desde luego no es el caso de rasgarse las vestiduras porque a unos oligarcas supermillonarios, que siempre van a caer de pie, les han secuestrado unos yates o unos cientos de millones. Pero la piratería es piratería y el robo es el robo; además no dudo de que empresarios o ciudadanos rusos menos conocidos y con menos millones, que no llegan a la categoría de oligarcas, están también sufriendo las consecuencias de su cercanía verdadera o presunta al gobierno ruso, o quizá simplemente se les castiga por no posicionarse contra su propio país.
Como por cierto, de manera bastante repugnante, está sucediendo con artistas y deportistas. La retórica barata sobre la neutralidad del deporte y la cultura que están por encima de la política, también se revela como la estafa y el engaño que es en realidad.
Volviendo a los sancionados económicos, en realidad no están acusados de cometer delito alguno y el bloqueo o la confisca de sus bienes es un acto administrativo, político y por motivos políticos. Se trata simple y llanamente de una lista de proscripción económica, recuperando el venerable instrumento jurídico utilizado en las luchas políticas de la antigua Roma; con la diferencia de que no hay licencia para matar al proscrito sino sólo para expropiarlo, pero el fondo es el mismo.
Todo esto no dejarán de notarlo muchos en todo el mundo y se revela, claramente, la ilusión de una falsa seguridad jurídica en Occidente en relación al derecho de propiedad. Pero esto también va contra las bases de la globalización liberal y el sistema de poder con el que quiere atar a las naciones; porque la tela con la que está tejido ese poder es la interdependencia económico-financiera de las naciones, pero para ello tiene que haber seguridad de la propiedad y de las inversiones. Por tanto, Occidente no sólo se desacredita a sí mismo con las listas de proscripción económica sino que mina las bases de su poder.
El derecho de propiedad y la seguridad jurídica están siempre garantizados si se es afecto al sistema y amigo de la oligarquía dominante: en Rusia, en China, en la Venezuela de Maduro y en cualquier otro lugar. Si se es desafecto, en cambio se abre la lista de proscripción.
Cae una sombra de descrédito sobre el mito de la neutralidad política de todo el sistema liberal globalizador, de los sistemas financieros y los negocios. Con independencia de la hojarasca legal de palabras, queda claro que cuando entra en juego la política, las reglas quedan en segundo plano frente a la afección o desafección hacia quienes realmente mandan, como siempre ha sido por lo demás a lo largo de la historia.
La hipócrita pretensión occidental de representar un sistema diverso y moralmente superior queda así al descubierto, literalmente con el culo al aire.
Quizá las sanciones y el castigo de los oligarcas pretenden desestabilizar al gobierno ruso, quién sabe si provocar una conjuración de palacio y (en los sueños húmedos de Soros y sus compinches) una eliminación del presidente Putin. También esto es de muy dudosa efectividad y refleja probablemente una aberración óptica de Occidente, acostumbrado a ver el poder político como una dependencia del económico y financiero. Quizá los políticos occidentales sean las marionetas de los banqueros y los oligarcas de Wall Street y la Reserva Federal. Pero no así los rusos; precisamente ése parecía ser el proyecto para Rusia tras la disolución de la URSS y precisamente Vladimir Putin lo abortó, recuperando el papel de la política.
Terminaremos estas reflexiones con la “guerra cultural” si así podemos llamarla: el acoso contra artistas y profesionales rusos en el extranjero, obligándoles a posicionarse contra su país y su gobierno, la propaganda en sentido único sobre la guerra y sus causas ignorando totalmente el punto de vista ruso, etcétera; es bastante claro que todo ello no va a movilizar a la población rusa para que se revuelva contra su gobierno.
Aquí las limitaciones mentales del Occidente profundo, su psicología sumaria y su cultura unidimensional, su convencimiento de ser una civilización superior, cuando en realidad, mide todo con el metro de su propia decadencia, pasan factura a cualquier intento de PSYOPS como (pedantemente) se han dado en llamar las operaciones de guerra psicológica.
El efecto de esta pueril guerra psicológica contra todo lo ruso bien puede ser exactamente el contrario.
Y como abismo último de necedad, vemos incluso señales, aquí y allá de rechazo contra la cultura rusa, penosas sanciones culturales si así podemos llamarlas, cuyo único efecto puede ser el de agrupar a los rusos alrededor de su gobierno; al menos aquellos que tengan un mínimo de orgullo.
Y si no, al que me explique de qué manera pedir que se cancele un curso sobre Dostoievski, o ventilar el retiro de una estatua suya, va a lograr que los rusos se opongan a su gobierno y busquen la salvación en Occidente, le regalo un huevo de chocolate de un kilo.
Dejo para otro artículo la espinosa cuestión de los “nazis” ucranianos y la desnazificación. Es un tema que ha creado mucha confusión y también divisiones, en medio del entusiasmo de ciertos ambientes por unidades como el famoso Batallón Azov y, viceversa, el uso abundante del tema por la parte rusa que ha decidido enfatizarlo.
MAX ROMANO